"Germán Méndez, S.J.: “Siento que Dios ha sido infinitamente paciente, generoso y dócil para acompañarme”."
Por: Luz Mery Cortés L.
Diciembre 1, 2017
Germán Méndez es un jesuita chileno que durante los tres años que ha vivido en Colombia, realizó su apostolado en el Colegio San Bartolomé La Merced. Colabora con el acompañamiento espiritual de los chicos y chicas de Bachillerato, específicamente del 5° ciclo del colegio (9°, 10° y 11°). También acompaña los Ejercicios Espirituales del grado 11°, y apoya el programa de curso taller de Formación Ignaciana.
A sus 33 años, fue ordenado diácono en ceremonia presidida por monseñor Juan Vicente Córdoba, S.J., obispo de la Diócesis de Fontibón, el pasado sábado, en la iglesia de San Ignacio de Bogotá.
Ordenarse diácono para este jesuita que nació en la comuna de Providencia, en la Región Metropolitana de Santiago de Chile, es: “Dar continuidad a la invitación de seguir sirviendo y compartiendo la vida con los demás. Es la vivencia concreta de un servicio a la comunidad y la Iglesia. Es la confirmación de la invitación de vivir un servicio concreto a ella desde mi vocación, con todo lo que soy y tengo.”
El nuevo diácono se considera una persona cercana, acogedora y cariñosa, que disfruta compartir, escuchar y celebrar la amistad. Es muy observador atento a los detalles y agrega: “Meticuloso, dedicado y perseverante para el trabajo encomendado. Intenso y dinámico para la vida cotidiana y en lo que me empecino por hacer”.
Es un hombre alegre, positivo, confiable y fiel con sus amigos y con lo que se compromete a realizar. Disfruta muchísimo el trabajo en equipo.
En su formación previa a la Compañía de Jesús, cursó ocho semestres de Psicología en la Universidad Alberto Hurtado, con mención en psicología clínica y laboral, y un Minor en administración y gestión de empresas en la facultad de Ingeniería Comercial. Durante la formación de la Compañía Jesús, realizó los estudios de Bachiller en Filosofía y Humanidades (3 años) en la Universidad Alberto Hurtado y la carrera de Teología (3 años) en la Pontificia Universidad Javeriana, de Bogotá.
En sus ratos libres se deleita escuchando música, cantando, disfrutando de la naturaleza y el deporte. Pero dice que le disgustan los ambientes tóxicos cargados de malos tratos e ironías, que no favorecen el encuentro y el diálogo.
La vocación y su nuevo rumbo de vida
Al reflexionar sobre el momento en que nació su vocación, Germán enmarca sus orígenes más germinales durante los últimos años del colegio, gracias a las primeras experiencias de trabajo apostólico en misiones del colegio y servicio social. Detalla que fue muy importante durante ese tiempo, tener la oportunidad de conocer gente maravillosa de comunidades muy vulnerables en Santiago, en la comuna de la Legua, Peñalolén y Pudahuel. Todos estos encuentros para él fueron fundamentales para sentir que su corazón se estaba preparando para algo más.
Posteriormente, destaca que al ingresar a la universidad a estudiar psicología, la pregunta por la vocación seguía ahí presente, quizás con menos intensidad por el ajetreo de los estudios, las novias que tuvo y el estar en una nueva etapa de la vida. Sin embargo, creyó que durante los años de universidad, se fue fraguando la vocación, al seguir siendo parte de este mundo sencillo de pequeñas comunidades de base y el acompañamiento espiritual de un gran amigo sacerdote que conoció durante su tiempo en el colegio y que era párroco de estas comunidades.
Pero es en la universidad, donde conoce más cercanamente la espiritualidad ignaciana. Gracias a la invitación de vivir los ejercicios espirituales. Germán asegura que sentía en lo profundo que su vida de fe estaba movida y llena de preguntas y deseos, pero a todos estos les faltaba un orden, una mayor profundidad y un propósito más claro. “Sentía el deseo imperioso de vivir mi vida apasionadamente. Tenía claro que mi formación académica era simplemente un medio y no un fin, pero pese a esto aún estaba intranquilo, me hacía falta más por hacer y vivir” agrega.
“Vivía la vida con todo más o menos arreglado y resuelto, lleno de claridades y seguridades. Dónde trabajar, que estudios haría después, la especialidad que elegiría... Y, sin embargo, donde más mi corazón latía y sentía que se llenaba, era en estas pequeñas cosas o colaboraciones que hacía extra programáticamente; en misiones, con las comunidades de base de estas poblaciones, trabajos de verano, construcciones de viviendas sociales y colaborando en la pastoral de la universidad” precisa el diácono.
Al ver que esto se iba haciendo cada vez más evidente, lo confrontó con su acompañante espiritual y él lo invita a seguir su proceso de discernimiento con un jesuita, y a atreverse a hacerse la pregunta por la vocación de manera más clara y sin esquivarla, como lo había hecho a lo largo de los años.
“Y finalmente al atreverme a plantearla frente a Dios en mi oración, todo fue distinto e intenso a la vez, sin embargo, con todo revuelto por los estudios, los deseos que estaban en mí, y los miedos que provocaba plantearse la vocación como algo real y concreto, al dejarme acompañar y meterme en la oración y hacer un proceso de discernimiento, todo fue dándose y regalándome una consolación única en donde ningún impedimento o dificultad parecía como tal. Siento que Dios ha sido infinitamente paciente, generoso y dócil para acompañarme, permitirme vivir ese proceso y ser fiel conmigo al acompañarme en este a lo largo de todos estos años.”, concluye el escolar Méndez.