25 de enero: Jueves de Oración por las Vocaciones

25_de_enero_jueves_de_oracion_por_las_vocaciones

Por: Vocaciones Jesuitas Colombia
Enero 24, 2018

"Queridos amigos en el Señor, iniciamos el año retomando donde quedamos en el anterior: abordando el texto “Promover las vocaciones a la vida consagrada, prioridad pastoral inaplazable”. Que este texto nos aliente a cultivar nuestro ministerio vocacional para bien de la Iglesia y de la Compañía de Jesús. "

"PARA NUESTRA REFLEXIÓN Y RENOVACIÓN

Habiendo leído el primer y segundo capítulo, miremos ahora qué actitudes y tareas podemos asumir todos en un trabajo de promoción vocacional sin que nos confiemos exclusivamente en el equipo que para ello ha destinado el padre Provincial

III. ACTITUDES Y TAREAS DE LOS RESPONSABLES DE LA PASTORAL VOCACIONAL

1.- Actitudes

La primera consiste en asumir teórica y prácticamente la prioridad de esta tarea sobre muchas otras de nuestra vida y trabajo. Merece un lugar muy alto en la jerarquía de nuestras ocupaciones. No basta con argüir que estamos muy ocupados con otras tareas muy importantes. Ni basta que nos tranquilicemos porque hay un delegado y un equipo encargados de esta misión. En una medida mayor o menor, según los casos, la actividad vocacional (proponer, invitar, acompañar, orar) debe entrar ordinariamente en nuestra agenda y ser evaluada periódicamente.

La alta calidad de nuestro testimonio evangélico es otra de las actitudes requeridas. Según algunos expertos la capacidad simbólica (la de percibir y dejarse afectar y movilizarse por los signos) está muy mermada en nuestra sociedad. Pero si los signos son de mucha calidad, siguen siendo interpeladores y movilizadores. Una Teresa de Calcuta, un Mons. Romero, unos monjes que fieles a su compromiso de arraigo son asesinados en Argelia interpelan y hacen pensar. Un religioso o religiosa entregados en cuerpo y alma, pobres, orantes, están llamando con su estilo de vivir y despierta inquietudes saludables, incluso vocacionales. “El testimonio suscita vocaciones” (Benedicto XVI). Como es obvio, no basta el testimonio particular. Es necesario un testimonio colectivo, visible y público.

La alegría de una vida consagrada es otra actitud que sorprende y hace pensar en su entorno. No tiene por qué traducirse necesariamente en jovialidad y juvenilidad, características de ciertas edades y temperamentos. La alegría evangélica es otra cosa. Es sentirse bien en la propia piel. Es vivir centrado en su vida y misión. Es capacidad de encajar “deportivamente” dificultades y contratiempos. Es inclinación a percibir el lado positivo de las personas y de la vida, no solo el lado negativo. Es relativa inmunidad al desaliento. Es aptitud para infundir en el entorno ganas de vivir. Es la virtud de despertar en la gente lo mejor de sí misma y de amortiguar lo peor que lleva dentro.

Un joven no se embarca en algo y con Alguien que, en medio de la dificultad y el sufrimiento, no le garantice la alegría.

La proximidad a los jóvenes y adultos aptos es también imprescindible. No hay pastoral vocacional sin un trato frecuente y familiar con los posibles candidatos. El proyecto vocacional se comunica por ósmosis. En el trato se produce el proceso de identificación inherente al nacimiento de una vocación ¿No estamos muchos consagrados demasiado ocupados para “perder el tiempo” con los jóvenes?

Esta proximidad debe ser a la vez afectiva y estimativa: una actitud que, sin ignorar las lagunas generacionales de la juventud, sabe valorar sus rasgos positivos, evita posiciones de recelo y desconfianza y, sobre todo, les ama.

Junto al amor es necesaria la esperanza “El Espíritu Santo no cesa todavía hoy de llamar a los hijos de la Iglesia a ser testigos del Evangelio en cualquier parte del mundo” (NV nº 4). Hemos de profundizar en la convicción creyente de que Dios no puede negar a su Iglesia aquello que le es necesario y activar dicha convicción, convertirla en persuasión a través de la plegaria incesante. “El que espera, ora; el que no ora, no espera” (Schillebeeckx).

La misma dificultad y delicadeza de esta pastoral ha de ser un estímulo para una mejor preparación. El mensaje de la Escritura sobre la vocación, la teología y la psicología vocacional, la espiritualidad de los llamados y los vocantes, la pedagogía de la llamada y del acompañamiento han de ser asimilados en una medida u otra por quienes practiquen este noble ministerio.

Cuando estas actitudes toman cuerpo en nuestra relación con los posibles candidatos, éstos nos confían su intimidad, sus proyectos y temores, sus relaciones familiares, sus problemas afectivos, sexuales, religiosos y se sienten ilusionados y confortados por nosotros. La experiencia de haber sido confortado e iluminado por un consagrado, sobre todo si es habitual y frecuente, es una ocasión única para que el joven experimente “en vivo y en directo” el valor de una vida consagrada. Puede suceder entonces algo muy conocido por la psicología evolutiva: así como el amor recibido de los padres va haciendo a un niño sujeto capaz de amar, el servicio genuino del consagrado puede despertar en el joven un movimiento de identificación que, cultivado, puede cuajar en una vocación religiosa.

2.- Tareas

Sensibilizar al entorno eclesial en el que estamos inmersos (sea parroquial, colegial, catequético). La Iglesia es la matriz en la que el Espíritu suscita vocaciones. Todas las agrupaciones eclesiales han de ser conscientes de su responsabilidad de secundar esta acción del Espíritu.

Dentro de este entorno, los padres necesitan nuestra cercanía comprensiva e interpeladora que les ayude a disipar temores y prejuicios. Hemos de estimular y motivar el respeto que deben a la inclinación vocacional de su hijo o de su hija, y la responsabilidad que tienen ante el Señor de no entorpecer, sino apoyar las legítimas opciones de éstos. Hemos de denunciar con mansa firmeza el instinto parental de protección indebida o las ambiciones que se han forjado sobre el porvenir de sus hijos.

Los catequistas y profesores de Religión deberán recibir de nosotros la inquietud por favorecer la emergencia de esta vocación especial y la formación específica para realizar esta tarea que es una dimensión de su vocación eclesial.

Siempre tendrá especial relieve la invitación directa a jóvenes y adultos que muestren signos de aptitud humana y religiosa. Hay que llamar. Creo que esta llamada puede y debe hacerse a partir de la preadolescencia. Naturalmente de modo más contenido en edades tempranas y más propositivo e interpelador en la edad propiamente juvenil.

Además de estos candidatos clásicos de la pastoral vocacional son hoy cada vez más frecuentes las vocaciones adultas. Su perfil es muy diferente. Lejos de ser expresión de un idealismo juvenil que encuentra su realización en el surco del seguimiento radical y de la entrega generosa de su vida a los hermanos, nacen en un contexto altamente realista. Se han sumergido en la vida profesional y en el compromiso afectivo. Pero sienten que esta forma de vida “no les llena”. “¿Esto es todo lo que ofrece la vida, lo que yo puedo hacer en ella?” Cuando en el fondo de estas personas subyace una experiencia o una inquietud religiosa de calidad y los compromisos adquiridos son reversibles, la pregunta vocacional puede emerger. Desean “más”. La experiencia real y penosa de una profesión en la que “hacer carrera” significa con frecuencia acomodarse a objetivos no muy acordes con el humanismo, puede hacer de despertador. La decepción provocada por un amor que prometía mucho más de lo que realmente ha ofrecido le hace poner en duda opciones que tenía por definitivas. El descubrimiento de la vulgaridad y banalidad (y a veces de la sordidez) en los ambientes profesionales, lúdicos, políticos en los que estén inmersos les hace preguntarse con apremio y reiteración si no tiene que cambiar de orientación vital. La pregunta, rechazada en primera instancia, retorna repetidamente. La irrupción de una intensa experiencia religiosa hace de catalizador positivo de ese “movimiento tectónico” que el sujeto percibe en su interior. La interpretación de esta compleja vivencia interior realizada desde la fe y acompañada por un testigo les conduce en ocasiones a optar por la vida consagrada.

Esta inquietudes permanecen a veces durante mucho tiempo en estado de latencia e incluso reprimidas por el miedo a un cambio drástico de ruta vital. En ocasiones se preguntan si ya no será demasiado tarde para esta gimnasia dolorosa. Necesitan frecuentemente una invitación o interpelación procedente del entorno. Nosotros podemos y debemos ser sus portadores (cfr. I. Dinnbier en “Frontera” n. 72).