¡Si no hay espiritualidad, no hay revitalización!

Por: Víctor Martínez Morales, S.J.
Abril 13, 2018
Hemos de abrirnos a la acción del Espíritu. Es el Espíritu del Resucitado quien hace nuevas todas las cosas, es Él quien crea y recrea nuestras existencias y nos hace capaces de emprender nuevos caminos. Sin una vida afincada en el Espíritu es impensable cualquier proceso de renovación.
Quizás la dificultad que, a nivel personal y congregacional, como Compañía de Jesús, hemos tenido en realizar este camino de revitalización se debe a nuestra falta de vida interior, no tenemos una vida espiritual sólida, de relación e intimidad con nuestro Dios, no estamos apartando el tiempo y el espacio para encontrarnos con el Señor. O nos hemos alejado de Él o hemos hecho de la oración momentos de intimismo, largos monólogos de auto-escucha o escapismos ante una realidad que no queremos afrontar.
Llamamos oración a ecos personales, de auto-reflejos y búsquedas de la afirmación de nuestras propias voluntades, donde nos hemos acostumbrado a manosear y manipular la palabra de Dios. Otras veces, consideramos suficiente cumplir con las normas y las rúbricas de una liturgia de las horas ahogada en el ritualismo monótono de lo rutinario. Y, no pocos, creen cumplir con su estar ahí, en la celebración de la eucaristía, que se levanta como el único medio de encuentro con Dios, vacía de participación, carente de sentido y lejana a la vida.
Recuperar una vida en el espíritu significa invertir tiempo en el encuentro con Dios. No podemos dejar que un día suceda al otro y una semana pase a la otra, o un mes remonte al otro, sin encontrarnos con nuestro Dios. Hemos de buscar y hallar los medios que hagan realidad en nosotros una vida espiritual.
Ejercitarnos en el arte de orar, exige de nosotros humildad, generosidad y disposición. La humildad propia para acercarnos al Maestro y pedirle que nos enseñe a orar. La de sentirnos que sin Él nada podemos alcanzar y, con Él, todo lo podemos lograr. Hemos de trabajar en ser humildes, quizá nuestro orgullo, petulancia y autosuficiencia se levantan como un muro, que haciéndonos el centro nos aísla de nuestro Creador y, en consecuencia, nos hace ciegos y sordos a su palabra.
La generosidad que nos hace salir al encuentro de los otros y de lo otro para dejarnos llevar de la mano del Maestro en el servicio y la entrega confiada a los demás. Al convertirnos en nuestro propio centro, todo gira a nuestro alrededor, haciéndonos egocéntricos y egoístas, auto-referenciales incapaces de ver y escuchar el clamor de los otros y de lo otro. Ser generosos nos hace descubrir cuánta necesidad existe a nuestro alrededor y cuánto bien podemos hacer si tratamos de responder a ella.
Hemos de disponernos, encontrar los medios necesarios, para que de nuestra parte, todo haga posible el encuentro con nuestro Dios. La búsqueda del lugar más adecuado, el tiempo que mejor nos viene, el ambiente y la actitud propicios; elementos, detalles, ritmos y dinámicas se conjugan para hacer que nuestro corazón anhele encontrarse con el Señor. La disponibilidad nos hace dóciles para seguirle y dejarnos llevar por Él. Prontos y diligentes para ofrecernos en llevar por obra su voluntad y aventajar en apoyar y servir. Móviles para salir al encuentro de los otros y hacer vida lo que hemos orado.
La celebración de la Pascua en este 2018, ha de significar en nosotros, como compañeros de Jesús, seguir remando mar adentro, como nos ha invitado la CG 36 con la esperanza de, quienes al vivir este tiempo pascual, hemos de hacer realidad con nuestro modo de vida este proceso de revitalización de nuestra consagración.
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