¿Ya te lavaste las manos?

¿Ya te lavaste las manos?

21 de marzo de 2020

Por: Yamid Castiblanco, S.J.

En nuestra actual crisis sanitaria surgen cosas como:

Escrúpulos que en tiempos normales parecen obsesivos. ¿Me habré lavado bien las manos? ¿Este contacto, esta brisa me contagió?... Pareciera que no pudieramos escapar del virus. Pareciera que ninguna medida es infalible para sentirnos definitivamente a salvo.

Negacionismo que (¡aún hoy!) desestima la gravedad de la crisis y que no actúa conforme a ella.

Justificaciones conspirativas y contradictorias acerca del origen del virus (o EE. UU. o China como causantes y ganadores de todo esto).

Egoísmos que anteponen los propios negocios y hasta los cálculos políticos a la salud pública.

Cinismo fascista y xenofóbico, inconfesable o descarado, que celebra la muerte de ancianos, la limitación al tránsito de migrantes o turistas y la estigmatización de etnias o grupos como "sacrificio inevitable" para ciertos problemas sociales.

Acaparamiento de comida y otras cosas (ej. tapabocas), así como el aumento abusivo de sus precios, sin pensar en quienes no tienen suficiente.

Esta crisis quizás también sirva para descubrir cómo nuestra vida se llena fácilmente en la cotidianidad de

Escrúpulos que nos hacen moralistas enfermizos que aspiran a salvarse a sí mismos por la pureza de sus acciones y que en el fondo desconocen la misericordia de Dios.

Negacionismo que desconoce nuestros errores y no hace nada por enmendarlos.

Justificaciones de nuestras conductas descargando la culpa siempre en otros o en las circunstancias.

Egoísmos que nos hacen anteponer siempre nuestros intereses, gustos y comodidades por encima de los demás.

Cinísmo de nuestras actitudes y opiniones que pueden ir en contra incluso de la fe o las convicciones que decimos profesar.

Acaparamiento por el que no le dejamos espacio, libertad o medios materiales a los demás para que también puedan surgir.

Tanto en esta crisis sanitaria como en los tiempos normales, lo más cotidiano, lo más simple puede ser objeto de examen personal. A ello nos invita San Ignacio de Loyola, sin olvidar que esto se ejercita desde la mirada de amor de Dios, quien, comprendiendo los grises de la vida y la casi inevitabilidad de contagiarse y contagiar a otros del mal y la ignorancia, es el único que nos va salvando de expandir estos virus; no nuestro perfeccionismo moral ni el lavado constante de nuestra conciencia al modo de Pilatos.

(Las manos sí, por favor, a seguírselas lavando literal y no compulsivamente).