¿No es verdad que nuestro corazón ardía cuando escuchábamos al Papa Francisco en su visita a Colombia?

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Por: Carlos E. Correa, S.J.
Septiembre 5, 2018

La gente, admirada con lo que decía y hacía Jesús, exclamó muchas veces: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, y con plena autoridad! ¡Incluso a los espíritus impuros da órdenes, y le obedecen!” (Lucas 1, 27). Jesús hablaba y actuaba desde su profunda experiencia del amor de su Padre del Cielo. Sus palabras y acciones eran Espíritu y Vida; por ello llegaba al corazón de las personas, llevándoles la profunda consolación cargada de alegría, entusiasmo, gozo y esperanza.

Al escuchar el mensaje y los signos del Papa Francisco en Colombia, todos los que estuvimos atentos a su visita fuimos sintiendo que nuestro corazón ardía en el pecho, llenándonos de una alegría profunda, experimentando que la esperanza se fortalecía, la fe se acrecentaba y el deseo de amar a los demás en el encuentro fraterno adquiría un extraordinario brillo y sabor. En todas partes nos habló con la Autoridad y la Sabiduría que vienen de Dios, y nos mostró que la cercanía y la acogida a los que de cualquier manera sufren, generan vida plena y abundante a nuestro alrededor.

Francisco nunca nos habló con discursos teológicos complejos. Siempre utilizó un lenguaje sencillo, cercano y comprensible para todos. Sus afirmaciones surgieron desde lo profundo de un corazón tocado por Jesucristo. Le llegó al interior de millones de colombianos que se sintieron cuestionados, animados y lanzados a dar el primer paso en el encuentro amoroso y fraterno con los demás, en la búsqueda de la reconciliación y la paz, en el deseo de avanzar en el perdón, en la construcción de un país más incluyente, equitativo y justo.

En el encuentro del Papa Francisco con Sacerdotes, Consagrados y sus familias, en Medellín, él expresó algo que hoy se convierte en una clave para que nosotros también podamos llegar al corazón de la gente con nuestras palabras y acciones: La necesidad de permanecer en Jesús, “manteniendo una relación vital, existencial, de absoluta necesidad”,…, “con la mirada y los sentimientos de Jesús, que contempla la realidad no como juez, sino como buen samaritano; que reconoce los valores del pueblo con el que camina, así como sus heridas y pecados; que descubre el sufrimiento callado y se conmueve ante las necesidades de las personas, sobre todo cuando éstas se ven avasalladas por la injusticia, la pobreza indigna, la indiferencia, o por la perversa acción de la corrupción y la violencia”. Y continuó diciendo: “Con los gestos y palabras de Jesús, que expresan amor a los cercanos y búsqueda de los alejados; ternura y firmeza en la denuncia del pecado y el anuncio del Evangelio; alegría y generosidad en la entrega y el servicio, sobre todo a los más pequeños, rechazando con fuerza la tentación de dar todo por perdido, de acomodarnos o de volvernos sólo administradores de desgracias. ¿Cuántas veces escuchamos hombres y mujeres consagrados que parece que en vez de administrar gozo, alegría, crecimiento, vida, administran desgracias, y se la pasan lamentándose, lamentándose de las desgracias de este mundo? Es la esterilidad, la esterilidad de quien es incapaz de tocar la carne sufriente de Jesús”.

Los invito para que retomemos con mucho cariño todos los discursos y homilías que pronunció Francisco en Colombia, de tal manera que los volvamos a gustar y sentir internamente, en oración, dejándonos mover por el Espíritu Santo, para que seamos dóciles al llamado que Dios nos ha vuelto a hacer a través de su visita.

De una manera especial, quiero que retomemos algunas de las bellas invitaciones que el Papa nos hizo con palabras profundas, cargadas de Evangelio: En Villavicencio nos expresó: “Quisiera, como hermano y como padre, decir: ¡Colombia, abre tu corazón de Pueblo de Dios, déjate reconciliar. No le temas a la verdad ni a la justicia! Queridos colombianos: no tengan miedo a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar las diferencias. Es la hora para desactivar los odios, y renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia, la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno. Que podamos habitar en armonía y fraternidad, como desea el Señor. Pidámosle ser constructores de paz, que allá donde haya odio y resentimiento, pongamos amor y misericordia”.

En Cartagena, cuando rezó el Ángelus, nos dijo: “San Pedro Claver ha testimoniado en modo formidable la responsabilidad y el interés que cada uno de nosotros debe tener por sus hermanos. Este santo fue, por lo demás, acusado injustamente de ser indiscreto por su celo y debió enfrentar duras críticas y una pertinaz oposición por parte de quienes temían que su ministerio socavara el lucrativo comercio de los esclavos”. Y en la homilía de la Eucaristía nos manifestó: “Dar el primer paso es, sobre todo, salir al encuentro de los demás con Cristo, el Señor. Y Él nos pide siempre dar un paso decidido y seguro hacia los hermanos, renunciando a la pretensión de ser perdonados sin perdonar, de ser amados sin amar. Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias. Sólo si ayudamos a desatar los nudos de la violencia, desenredaremos la compleja madeja de los desencuentros: se nos pide dar el paso del encuentro con los hermanos, atrevernos a una corrección que no quiere expulsar sino integrar; se nos pide ser caritativamente firmes en aquello que no es negociable; en definitiva, la exigencia es construir la paz, hablando no con la lengua, sino con manos y obras (como lo expresaba San Pedro Claver), y levantar juntos los ojos al cielo: Él es capaz de desatar aquello que para nosotros parece imposible, Él nos prometió acompañarnos hasta el fin de los tiempos, y Él no va a dejar estéril tanto esfuerzo”.

Por último, al despedirse de los colombianos, Francisco nos invitó a seguir dando muchos más pasos: “Queridos hermanos, quisiera dejarles una última palabra: no nos quedemos en dar el primer paso, sino que sigamos caminando juntos cada día para ir al encuentro del otro, en busca de la armonía y de la fraternidad. No podemos quedarnos parados. El 8 de septiembre de 1654 moría en Cartagena san Pedro Claver; lo hacía después de cuarenta años de esclavitud voluntaria, de incansable labor en favor de los más pobres. Él no se quedó parado: después del primer paso siguieron otros, y otros, y otros. Su ejemplo nos hace salir de nosotros mismos e ir al encuentro del prójimo. Colombia, tu hermano te necesita, ve a su encuentro llevando el abrazo de paz, libre de toda violencia, esclavos de la paz, para siempre”.

Damos gracias al Señor por “tanto bien recibido” en la persona de Francisco; y, reconociendo enteramente todo el amor y la gracia que hemos recibido en esta visita tan conmovedora, presentémonos de nuevo al Señor, poniendo en sus manos nuestra fragilidad y vulnerabilidad humana, para que movidos por Él sigamos construyendo una Colombia que florezca en la alegría, en la esperanza, en la reconciliación, en el perdón y en la paz.