“El Camino Ignaciano”: peregrinar, orar, gustar y sentir

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Por: Esteban Ocampo Flórez
Julio 17, 2019

Estamos en una época en la que las distancias se hacen cortas gracias a los desarrollos en los medios de transporte y las ayudas tecnológicas que nos permiten “visitar” lugares sin movernos de nuestras casas y aún interactuar con personas y objetos con las posibilidades ofrecidas por la realidad virtual.

Es un siglo en el que la eficacia y la eficiencia, acompañadas del “pasarla bien”, se constituyen en unidades de medida del éxito y la misma felicidad. Basta con observar los grupos de visitantes de lugares emblemáticos, que solo ven por el ojo de la cámara o simplemente a través del celular, donde se acumulan cientos de imágenes que quizás nunca lleguen a volver a ver en su totalidad. De esta forma la vida pasa mediada y fugaz, pero con la sensación de haber estado en muchos lugares y vivido múltiples experiencias.

En contraste, Ignacio de Loyola, quien se definía a sí mismo como “Peregrino”, presenta una propuesta en la que dicha peregrinación implica “salir de sí” y, una vez hallado el lugar, proceso, idea… quedarse allí cuánto sea necesario para vivirlo plenamente, antes de animarse a continuar la búsqueda incesante que “el sentido” nos plantea. Salir de sí, no es solamente un desplazamiento físico, sino que puede ser (y en los Ejercicios lo usa de manera especial) con la imaginación.

En general, un peregrino es alguien que camina pausadamente, para embeberse en sus pensamientos, ideas y sensaciones. Que se regala un tiempo de soledad en un espacio enriquecido por el contacto con naturalezas, culturas, personas, que le invitan a preguntarse y alimentar los soliloquios. Pero también es alguien que encuentra comunitariamente; espacios en los que, con admiración, comparte con otros peregrinos las experiencias de lo vivido y los silencios de interioridad.

A la luz de esta invitación, cabe la pregunta del comienzo: ¿qué significa ser peregrino en el siglo XXI? Si algo tenemos hoy, es la posibilidad de ser peregrinos. En un escenario que se nos ofrece como proveedor de múltiples y variadas opciones, tendemos a perdernos en su inmensidad, por lo que hacer un alto para preguntarnos con Ignacio, “¿A dónde voy y a qué?”, parece apenas necesario para cualquier persona que se descubre abrumada por las nuevas realidades.

¿A qué lugares vale la pena ir? ¿Con cuál propósito? ¿Por quién pedir en la oración al llegar a cada lugar? ¿Qué llevar en la maleta? ¿A quién llevar con nosotros (en el corazón o en persona)? ¿Qué propósitos tengo en mi vida ahora? ¿Cuál es mi principio y fundamento? Todas estas son preguntas propias de quien se reconoce peregrino en búsqueda de sentido para su vida.

Recorrer los lugares donde “El Peregrino Ignacio” fue labrando su particular manera de responder a sus preguntas en tiempos convulsionados como aquellos que le tocó vivir, nos ayuda a meditar en contexto sobre sus enseñanzas.

Detenerse en los rincones de ciudades con trazos medievales, contemplar la silueta de las montañas que retan a vencer obstáculos, detenerse en las pequeñas capillas, las medianas iglesias y las grandes catedrales -donde el Santo se entregó a la oración y buscó la tutela de la Madre del Salvador y Madre nuestra-, visitar los lugares en los que, ya acompañado, discierne acerca del deber ser y proceder de un grupo que sólo desea ser una “mínima compañía” de “Amigos en el Señor”. Recorrer y estar en los lugares en donde la experiencia espiritual se materializa en personas e instituciones que se construyen día a día para colaborar en la misión salvadora de Jesús.

Todo esto hace parte de la experiencia que se ha denominado “Camino Ignaciano” que ofrecen el CIRE y la Universidad Javeriana. Vivido en medio de la oración; experimentando desde el interior cada lugar, persona y dato; recreando las condiciones históricas en las que emerge la Espiritualidad Ignaciana y la Compañía de Jesús, y recorriendo lugares en los que no hay duda, estuvo el Santo, dando sentido a lo que hemos leído o nos han compartido en doctas conferencias.

El “Camino Ignaciano” es una oportunidad para PEREGRINAR, ORAR, GUSTAR Y SENTIR. Un oasis en medio de la vida agitada que llevamos en nuestros trabajos, hogares y comunidades, para visitar la Santa Casa, el Castillo de Loyola, la Virgen de Aránzazu, el Castillo de Javier, el Santuario de San Pedro Claver en Verdú, Manresa, la Cova y el Río Cardoner; Barcelona, Monserrat, La Storta, el Gesú, San Pablo Extramuros, la Basílica de San Pedro, el Vaticano y la Curia General. Un recorrido histórico, cultural, religioso y espiritual que, ojalá, podamos realizar alguna vez en nuestra vida. Pero mientras esto sucede, podemos tomar conciencia de que somos peregrinos y que esta condición la vivimos plenamente a través de la meditación, la contemplación y la oración.