“Una casa de oración para todos los pueblos"

Foto de Josh Beaver en Pexels

Por: Bernhard Knorn, S.J.

6 de septiembre de 2019

Con gratitud y alegría recuerdo los meses de julio y agosto que viví en la Comunidad de Formación San Francisco Javier en Villa Javier. Era una buena transición del trabajo académico en teología en Fráncfort, (Alemania) y Boston (EE.UU.) al tiempo espiritual de la Tercera Probación en Cuba. Para prepararme quería aprender español y conocer la vida en un país de América Latina. Venir a Bogotá era una muy buena decisión. Los escolares me soportaban mucho: no sólo corrigieron mis errores lingüísticos y revisaron mis homilías para las misas en la Parroquia San Javier, me ayudaron también a entender mejor la realidad colombiana. Muy importante para mí era saber más sobre el proceso de paz, porque traté la teología de la reconciliación en mi tesis doctoral.

En este contexto quiero enfocar una experiencia particular. Ya el primer día, recién llegado, acompañé a Javier Sánchez, S.J. y Enmanuel Restrepo, S.J. a su apostolado en Altos de la Florida, Soacha. La visita a las familias desplazadas me evocó recuerdos bonitos de mi magisterio con el SJR en Sudán del Sur. Por eso, me encantó que el Día de San Bernardo de Claraval (20 de agosto) pude ir de nuevo a Altos para celebrar la misa del domingo en la Casa Pastoral.

Viajar de Villa Javier a Soacha en bus y subir a los cerros en un Jeep de los años 70 –el taxi compartido que maneja las vías rugosas– llevó su tiempo. No fue tiempo perdido, fue tiempo para acercarme a una realidad compleja. Enmanuel me explicó las causas del desplazamiento y la situación de la gente en Altos de la Florida. Hablamos sobre la movilidad de las familias buscando un lugar para estar y para trabajar, sobre las dificultades del apostolado en este contexto y sobre los varios programas de la Casa Pastoral.

Al Llegar, encontramos a Javier Sánchez, S.J., a Romel Yamid Pastrana, S.J. y a cinco candidatos a la Compañía que viven en la Casa Manresa y ayudan cada fin de semana en el apostolado ¡un gran compromiso! Con unos cuarenta fieles –la capilla estaban casi llena– celebramos la misa, animada por los escolares y candidatos. Fue un momento de alegría y consolación. La lectura del profeta Isaías hablaba de una “casa de oración para todos los pueblos”. No puedo sino imaginarme que es la casa donde estábamos en ese momento, con gente de todas partes de Colombia, con un venezolano y un alemán.

Después de la misa, mientras se arreglaba la sala, estuve mirando toda la ciudad de Bogotá desde la altura del cerro. Fue un momento de descanso, casi para olvidar un rato la miseria alrededor de nosotros. Pero no conviene desaparecer sin despedida. Javier va conmigo a visitar a dos señoras que nos ofrecen un café. Una de ellas está considerando la posibilidad de volver a su finca devastada, y discutimos que árboles hay que sembrar allí. “Sembremos la semilla de la paz, de la caridad, del perdón”: esto fue otro motivo de mi homilía y veía su sentio práctico.

Bajamos de Altos caminando hasta la Autopista del Sur, de donde regresamos a nuestra vida cotidiana. Durante el almuerzo en un centro comercial de estilo norteamericano –los contrastes no podrían ser más fuertes– compartimos nuestras experiencias, con gratitud y alegría.

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