"Unidos en la dispersión"

Por: Jhonatan Muñoz Zapata, S.J.
5/9/2017
Una de las experiencias más significativas que he podido experimentar a lo largo de estos pocos años de vida religiosa ha sido, sin lugar a dudas, la manera en la que Jesús me manifiesta su amor en medio de tan diversas personas, situaciones, historias y lugares; un amor que me pone de cara a la contemplación y al discernimiento. Estos dos actos aparentemente simples, pero de mucha importancia, nos ponen de frente a nuestra realidad, y a su vez, al lado de aquellos rostros e historias de un pueblo con el cual vamos caminando.
Así pues, hace un mes salí, junto a tres compañeros más de nuestra Provincia, a vivir una experiencia nueva en nuestra formación, algo que se venía concretando desde nuestro tiempo de noviciado, y que aparentemente se veía lejano. En un primer momento, la incertidumbre de lo desconocido me sobrepasaba, además, salir de la zona de seguridad a veces da un poco de miedo, los días previos a la salida de Colombia estuvieron llenos de gratas sorpresas: la mayoría de los amigos, como es natural, se querían despedir de nosotros, en su momento me alegró ver la manera en la que se fueron tejiendo esos lazos de amistad y al mismo tiempo veía cómo cobraban vida esas palabras del texto del Eclesiástico “Un amigo fiel es un refugio seguro; el que lo halla ha encontrado un tesoro”.
Finalizado el Encuentro de Provincia partimos rumbo a México. Al llegar a Guadalajara, dos de los superiores de las comunidades de la Primera Etapa nos recibieron, dos hombres sencillos y de gran acogida. A partir de ahí cada uno se integró a su nueva comunidad.
Al llegar a la comunidad Pedro Arrupe, S.J, realmente me sorprendió la diversidad cultural de quienes la conformaban: escolares de Brasil, Ecuador, Centro América, México y por supuesto, desde ahora, Colombia. Para esta fecha cumplimos un mes de nuestra llegada y definitivamente no puedo dejar de reconocer que ha sido un tiempo en donde la gratuidad de la amistad se ha manifestado en cada uno de los gestos de cercanía y afecto que nos han trasmitido, desde un ¿cómo se siente?, ¿Qué necesita?, ¿está bien? O simplemente desde un escueto abrazo.
Con respecto al barrio en donde vivo, Colonia, debo decir que he podido ver, con el corazón, cómo camina Dios con los más pobres, con los marginados de Guadalajara, una experiencia que en la medida en que conozco más personas puedo contemplar como alguna vez dijo Leonardo Boff, quiénes son “los crucificados de la historia”.
Los Crucificados de ayer, han sido aquellos que han dado la vida por la construcción de un lugar medianamente digno para vivir, aquellos quienes en su momento le pusieron la cara a la guerra, entre ellas la Guerra Cristera, la cual ha marcado notablemente el modo de ser religioso o religiosa en un país que ocupa el segundo lugar en cuanto a católicos concierne, algo que sin lugar a dudas desinstala nuestro modo de ser, al que estábamos acostumbrados a vivir en nuestra vida religiosa. También, están los crucificados de hoy, centenares de obreros que recorren la mitad de la ciudad en espera de alguien que le tienda la mano, los arriesgados migrantes que con el anhelo de un futuro mejor exponen su vida para cruzar la frontera. Junto a ellos están aquellos a quienes la sociedad ha marginado casi a la frontera de lo invisible, una población indígena que representa más de 15,7 millones de la población total mexicana (conforme al Censo de Población y Vivienda 2010, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía INEGI).
Es por todo esto que manifiesto mi profunda gratitud con una tierra que me ha abierto sus puertas, una cultura que me sorprende y deslumbra, una comunidad multicultural que me interpela sobre nuestro modo de ser Compañía de Jesús, además, me enseña ese discernimiento personal y comunitario que me ayuda a agudizar más hondamente en la manera de contemplar las heridas de un pueblo, invitándome a ser partícipe de las insondables alegrías que trae consigo el encuentro íntimo con el Jesús de los más necesitados.
Por otro lado, la gratitud con mi provincia que, si bien, hizo un gran esfuerzo, abrió no solo sus puertas sino también sus ventanas, y dejó correr un aire nuevo y fresco que conduce a una formación más universal, a un ideal más próximo de aquello que algún día Ignacio de Loyola deseó para todo aquel que deseara ser compañero de Jesús.
Concluyo expresando ese sentimiento de unidad con hombres y mujeres, amigos y compañeros de camino en Colombia, que día a día luchan por tantas personas olvidadas, orando para ver a nuestro país viviendo en paz y como verdaderos hermanos en el Señor. Un abrazo afectuoso y sincero desde este México lindo y querido.
