Resurrección del Señor. Ciclo A - Abril 12 de 2020
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más; se adelantó y llegó primero; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que tenía que resucitar de entre los muertos. (Juan 20, 1-9).
La Pascua de Resurrección es la más importante y alegre de todas las celebraciones de nuestra fe. Comenzando en la noche del Sábado Santo con el encendimiento del Cirio Pascual del año 2020 que representa a Jesucristo como luz del mundo, principio y fin de la historia –que es lo que significan las letras Alfa y Omega, primera y última del alfabeto griego, la lengua en la cual fueron escritos los evangelios–, y que evoca tanto su muerte en la cruz con cinco granos de incienso que significan sus heridas, como su resurrección gloriosa, la bendición del agua nos invita a recordar el sacramento del Bautismo por el cual hemos renacido a una vida nueva en Cristo, y la Eucaristía manifiesta la presencia real y salvadora del Señor que nos alimenta con su vida resucitada . En la siguiente reflexión me referiré a las lecturas del día: Hechos de los Apóstoles 10,34-43, Colosenses 3,1-4 y Juan 20,1-9.
1. Los discípulos de Jesús encuentran el sepulcro vacío
Lo primero que experimentaron los discípulos de Jesús después de su muerte en el Calvario, “el primer día de la semana” –o sea el domingo o día del Señor como lo llamarían luego los primeros cristianos, fue que no estaba donde habían ido a buscar su cuerpo. En todos los relatos evangélicos la narración del misterio de la resurrección de Cristo comienza por la experiencia del sepulcro vacío, y son las mujeres las primeras en tenerla. Ellas eran las que habían asumido la tarea de embalsamar el cuerpo de Jesús según las costumbres judías de la época, en aquella tumba que era una cueva cuya entrada se sellaba con una piedra rodante, y no habían alcanzado a terminar su labor en la tarde del viernes por haber iniciado desde las seis el descanso sabático.
El mensaje del sepulcro vacío consiste en una invitación a no buscar al Señor en la tumba, en el lugar destinado a los muertos, pues no está allí. Sólo se le puede encontrar en otra dimensión distinta de la física o material, y esto es precisamente lo que constituye el sentido de la fe de los primeros discípulos, expresada en la frase sugestiva del relato de Juan, “el otro discípulo” que, según lo dice en su Evangelio, “vio… y creyó”. ¿Qué vio? Un sudario, unas vendas y el sepulcro vacío. ¿Qué creyó? Lo que Jesús ya les había anunciado antes de su muerte: que iba a resucitar.
2. Jesucristo resucitado se manifiesta a sus discípulos
La primera lectura describe la experiencia que tuvieron los discípulos de Jesús, ya no de la tumba vacía, sino de su presencia resucitada: “Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se nos apareciera”, dice Pedro en su discurso evocado por el libro de los Hechos de los Apóstoles (10,34-43). ¿Qué significa “al tercer día?” En el Antiguo Testamente esta expresión, que se refiere a la culminación de un proceso de tres momentos, aparece, por ejemplo, en el libro del Éxodo (19,11), donde se cuenta que en el monte Sinaí el Señor daría su ley “al tercer día”; en el libro del profeta Oseas (6,2), donde éste anuncia que el Señor levantará a su pueblo “al tercer día”; y el libro de Jonás (1,17) cuenta que este personaje simbólico, al que reconocemos nosotros como una prefiguración de Cristo, resucitó “al tercer día”. En el Nuevo Testamento significa la culminación del proceso que comienza con la muerte de Cristo (viernes), continúa con la sepultura de su cuerpo (sábado) y culmina con su resurrección (domingo), teniendo en cuenta que los días litúrgicos empiezan a la 6 de la tarde y terminan a su vez a las 6 de la tarde siguiente.
Ahora bien, la experiencia de reconocer a Cristo resucitado la tienen sus discípulos especialmente en la Eucaristía: "Nosotros comimos y bebimos con Él después de su resurrección". Cuando se reúnen para compartir el pan y el vino en memoria suya, experimentan su presencia resucitada, distinta de la física anterior a su muerte. Es una presencia espiritual en una dimensión trascendente. Y aunque esa experiencia tuvo para ellos unas características especiales, algo similar ocurre para nosotros en la Eucaristía: Jesucristo resucitado se hace presente en el sacramento de su cuerpo y sangre gloriosos, con los que Él mismo nos alimenta comunicándonos su vida nueva.
3. La resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección futura
El anuncio pascual es contenido central de la Buena Noticia que desde entonces comenzó a difundirse desde Jerusalén hasta los confines de la tierra: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, el Mesías, el Cristo –ungido, consagrado por Dios Padre para realizar su designio de salvación–, ha resucitado y está vivo, con una vida nueva y gloriosa, y quiere hacernos partícipes de su resurrección. Esta Buena Noticia es para nosotros una invitación, como dice Pablo (Colosenses 3,1-4) a dirigir nuestra mirada a las realidades “de arriba” –teniendo en cuenta que la oposición arriba/abajo simboliza la superioridad de lo espiritual sobre lo material–, identificándonos con Cristo resucitado para morir a todo cuanto nos pueda apartar de Dios y renacer a una vida nueva.
En compañía de María, madre de Jesús y madre nuestra, quien, como dice san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, fue seguramente –aunque no lo cuenten los evangelistas– la primera en tener la experiencia pascual de su Hijo resucitado, demos gracias a Dios Padre y alegrémonos con ella y con toda la Iglesia, la comunidad de fe de la cual hacemos parte por nuestro bautismo, porque Jesucristo está vivo y quiere actuar en nosotros, si lo dejamos, con la energía renovadora de su Espíritu.