Abril 13, 2014: Pistas para la homilía

homilia_jorge_humberto_pelaez

Por: Jorge Humberto Peláez S.J.

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

El estremecedor relato de la Pasión

Lecturas:
Profeta Isaías 50, 4-7
Carta de san Pablo a los Filipenses 2, 6-11
Pasión según san Mateo 27, 11-64
Durante estas semanas de Cuaresma, nos hemos preparado para la celebración de la Pascua del Señor. Recordemos las meditaciones dominicales que hemos realizado: La tentación de querer ser como Dios; Abraham, peregrino de una promesa; Jesús y la samaritana, un diálogo pastoral sin discriminaciones; la fe nos da una mirada diferente de la vida; la resurrección de Lázaro, tesoros de humanidad y esperanza.

Así hemos cultivado una atmósfera de recogimiento y de interioridad para celebrar el supremo acto de amor de Cristo, quien entrega su vida para que nosotros la tengamos en abundancia. Para la lógica humana, el drama que se desata después de la celebración de la Cena es absolutamente incomprensible; solo nos queda caer de rodillas ante el amor infinito de Dios que entrega a su propio Hijo. Si todo terminara con la sepultura de Jesús, su proyecto hubiera sido un estruendoso fracaso. Jesucristo resucitó al tercer día y es constituido Señor del universo. Su triunfo es nuestro triunfo; lo que parecía destrucción se transforma en vida imperecedera.

La conmemoración de la pasión, muerte y resurrección del Señor empieza con la solemne entrada de Jesús en Jerusalén:

Jerusalén es la ciudad santa de las tres grandes religiones monoteístas: el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam. Para el pueblo judío, en Jerusalén estaba el Templo, que era el lugar sagrado por excelencia; era la capital religiosa y política, y ella recapitulaba la historia de Israel y la identidad del pueblo elegido.
En Jerusalén reinó David, periodo que constituyó el clímax religioso y político de la historia de este pueblo, que soñaba con volver a tener una experiencia semejante, liderado por un descendiente de la casa de David. Por eso son tan expresivos los cantos que acompañaron a Jesús en su ingreso a Jerusalén: “¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!”
El pueblo reconoce en Jesús al descendiente de David, en quien ser realizarían las promesas y sueños acariciados durante siglos. Allí entraba el nuevo líder, el esperado por tantas generaciones.
Sin embargo, el rey de Israel que entraba en su capital se apartaba de los conceptos tradicionales asociados con el poder. A su alrededor no se encontraba un poderoso aparato burocrático. Su corte estaba constituida por los excluidos de la sociedad; quienes habían ocupado los últimos puestos en las jerarquías sociales, eran los preferidos en este nuevo orden que había inaugurado Jesús con su predicación y ejemplo.
Al mismo tiempo que el pueblo sencillo cantaba con alegría al Hijo de David, los poderosos maquinaban su muerte. En sus cortos años de ministerio apostólico, Jesús había sido implacable con aquellos que habían utilizado el nombre de Dios para favorecer sus intereses personales.
Después de la entrada de Jesús en Jerusalén, no se celebraron fiestas, banquetes ni desfiles militares, que es el programa previsto después de la posesión de los jefes de Estado. Por el contrario, se desató una aterradora tormenta en la que estallaron los odios acumulados por los líderes religiosos que se habían sentido desenmascarados por las palabras del Maestro. Esto es lo que narra el evangelista Mateo en el relato de la Pasión que escuchamos este domingo. Allí encontramos los dos extremos: la agresividad enloquecida de los enemigos de Jesús y la mansedumbre de éste.

Los enemigos de Jesús utilizaron todos los medios para desembarazarse de este incómodo personaje que con el único instrumento de su palabra y de su testimonio había sido un auténtico terremoto que agrietó las estructuras del establecimiento religioso de Israel. Contra Jesús todo era válido: testigos falsos, descontextualización de sus palabras y acciones; sus acusaciones se formulaban dependiendo de si eran hechas ante las autoridades religiosas judías o ante el poder romano. La manipulación de la justicia, puesta al servicio de intereses particulares, es tan antigua como la humanidad.

¿Cómo reacciona Jesús ante esta avalancha de odio y arbitrariedad? En medio de las peores afrentas y torturas, dio muestras de una dignidad asombrosa; sus palabras fueron muy concisas; dijo lo que tenía que decir; perdonó a sus enemigos y, por encima de todo, impacta su total obediencia a la voluntad del Padre.

Que este domingo de Ramos sea la puerta de entrada a las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa. Celebremos en familia estos días santos, en los que conmemoramos los grandes misterios de nuestra salvación.