Se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre derramó Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Piensan ustedes que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Les digo que no; y si ustedes no se convierten, todos perecerán lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan ustedes que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les digo que no; y si ustedes no se convierten, todos perecerán de la misma manera.» Y les dijo esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: «Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?» Pero el viñador contestó: «Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas»» (Lucas 13, 1-9).
Las lecturas de hoy plantean tres temas importantes para nuestra reflexión: el encuentro con Dios que nos quiere librar de la esclavitud del pecado, la vigilancia y la invitación a la conversión.
1.- Cuaresma: un tiempo propicio para el encuentro con Dios liberador
La primera lectura (Éxodo 3,1-8a. 13-15) describe la escena en la cual el Señor, unos doce siglos antes de Cristo, se le revela a Moisés con el nombre de Yahvé, que en hebreo significa Yo soy. En su sentido más exacto, este nombre significa que Dios es el fundamento de todo ser, y también que es el Ser-en-acción. Ser y obrar son verbos inseparables en el lenguaje bíblico. Los ídolos no “son” porque no obran, no son capaces de acción. Y la acción de Yahvé es precisamente la del Dios único que se compadece del pueblo de Israel y quiere liberarlo de la esclavitud a la que está sometido en Egipto.
La evocación de la historia del pueblo de Israel tiene un sentido especial para nosotros en este tiempo de Cuaresma: el de invitarnos a vivir desde la fe nuestra experiencia de la acción salvadora de Dios, que quiere librarnos, si lo dejamos obrar, de la esclavitud del pecado, la cual no es otra que la del egoísmo con todas sus consecuencias. Este mismo Dios liberador viene hoy a nuestro encuentro personalmente en Jesús, cuyo nombre en hebreo –Yehoshua- proviene del término Yahvé y significa Yo soy el que salva, y quien nos he enseñado a orar diciendo “líbranos del mal”.
Aprovechemos por tanto este tiempo de Cuaresma para tener una experiencia profunda de Dios en nuestra vida, para sentir su presencia y su acción liberadora que nos anima y nos impulsa a salir de las situaciones de pecado que nos oprimen.
2.- Cuaresma: un tiempo propicio para reforzar nuestra vigilancia
“El que se cree seguro, cuídese de no caer”, les dice el apóstol san Pablo en su primera carta a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 10, 1-6.10-12), a quienes él mismo había evangelizado. Esta exhortación a reforzar la vigilancia constante para no caer en la tentación, la hace evocando la historia del pueblo de Israel después de haber sido liberado de la esclavitud en Egipto, en su camino por el desierto hacia la tierra prometida. Durante ese camino, fueron muchas las tentaciones que experimentaron los hebreos, y muchos los que cayeron descuidándose y dejándose seducir por los apetitos desordenados. Pero también hubo un resto de personas que permanecieron fieles a Dios, poniendo toda su confianza en él y siguiendo el camino del bien.
También nosotros, en medio del desierto que tenemos que atravesar durante esta vida hasta llegar a la felicidad eterna que el Señor nos promete, debemos reforzar constantemente nuestra vigilancia para no dejarnos vencer por las tentaciones, para no caer. ¿Cómo hacerlo? Pues acudiendo al poder liberador de Dios mediante la oración, poniendo cada cual de su parte mediante el autocuidado, y buscando también cada cual la ayuda de otra o de otras personas cuando esté en problemas.
3.- Cuaresma: un tiempo propicio para renovar nuestra actitud de conversión
La parábola de la higuera que presenta el Evangelio viene precedida de dos referencias a hechos de muertes que habían sucedido recientemente en Israel; uno por asesinato, cuando las tropas de Pilato, gobernador romano de la Provincia de Judea con sede en su capital Jerusalén, habían dado muerte a algunos peregrinos de Galilea en el momento en que ofrecían su sacrificio en el Templo, y el otro por un accidente, al caer sobre dieciocho personas la Torre de Siloé, un barrio al sur de la misma ciudad de Jerusalén. Jesús menciona aquellos sucesos para indicar que ninguna de esas muertes había ocurrido porque quienes las sufrieron eran pecadores, como si los hechos trágicos fueran consecuencia necesaria del pecado personal o colectivo, una creencia muy difundida en la antigüedad y que todavía es muy común. Contra esta suposición, Jesús nos dice que la muerte, sea cual fuere su causa, es el destino de todos, y por lo mismo todos debemos estar listos para que no nos sorprenda desprevenidos.
Como a la higuera de la parábola, Dios nos concede el tiempo de vida terrena que todavía nos queda para producir el fruto de las buenas obras que espera de nosotros; y como el labrador de la parábola, Jesús intercede ante su Padre eterno, que es también Padre nuestro como Él mismo nos lo reveló, para que nos dé la oportunidad de aprovechar ese tiempo. Como diría casi veinte siglos después el famoso escritor Og Mandino en su libro El vendedor más grande del mundo (1975), “hoy es el primer día del resto de mi vida”. Así pues, con un examen sincero de nuestra conciencia, podemos ver en qué debemos cambiar y qué debemos hacer para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios durante lo que nos queda de existencia en este mundo. Una manera muy adecuada de hacerlo es acudir al sacramento de la Reconciliación para expresar nuestra intención sincera de conversión, como también para pedir orientación y consejo, y recibir, junto con la absolución de nuestros pecados, la gracia de Dios propia de este sacramento. Este tiempo de Cuaresma es especialmente propicio para ello. Así sea.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones suscita en mí la escena de la zarza ardiente descrita en la primera lectura?
2. ¿En qué aspectos concretos de mi vida siento que debo estar vigilante para no caer en la tentación?
3. ¿Cómo considero que debo aprovechar el tiempo de vida que me queda para dar el fruto esperado?