Lecturas: Lucas 1, 39-45; Miqueas 5, 1-4; Sal 80 (79); Hebreos 10, 5-10
En aquellos días María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» (Lucas 1, 39-45).
Este último domingo del Adviento y los días que le siguen hasta el 24 de diciembre, dispongámonos a culminar nuestra preparación para la celebración del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, meditando sobre lo que nos dice la Palabra de Dios en el Evangelio y teniendo en cuenta también las demás lecturas. Con María culmina un largo proceso de preparación en la historia para que se hiciera realidad el misterio de la Encarnación del Verbo, la Palabra de Dios, en Jesús de Nazaret. Su fe, su esperanza y su disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios, son destacadas especialmente por el Evangelio según san Lucas en el relato de la Visitación de la santísima Virgen María a su prima Santa Isabel.
1. María se puso en camino y fue aprisa a la montaña
Lo primero que se le ocurre a María después de haber recibido en la Anunciación la noticia de que su prima Isabel lleva seis meses de embarazo, es ir a acompañarla y ayudarle. No se queda ensimismada, sino que sale y se pone en camino. Isabel ya era de edad avanzada, y por lo tanto es probable que no pudiera contar con la asistencia de la abuela materna del bebé que iba a nacer, como suele suceder en las familias. De esta forma, la que se acaba de reconocer a sí misma como servidora del Señor, pone inmediatamente en práctica lo que ha dicho, mostrando que servir a Dios es ponerse al servicio del prójimo necesitado sin demora, y precisamente en este sentido el Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica La Alegría del Evangelio, del año 2013, la llamó “Nuestra Señora de la Prontitud” (No. 288).
Ella recorrió unos 150 kilómetros desde Nazaret en Galilea, al norte de Israel, hasta un sector de Jerusalén llamado Ein Karem, donde hoy se encuentra la Basílica de la Visitación. La montaña a la que se refiere el Evangelio es por tanto la misma sobre la que se asienta la ciudad santa, en cuyo Templo había recibido el sacerdote Zacarías la revelación de que tendría un hijo de su esposa Isabel. Y el viaje desde Nazaret duraba unos 5 días empleando el medio de transporte más común entre los pobres, que era el asno.
2. “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
Esta exclamación de Isabel al sentir que saltaba en su seno el bebé que esperaba –Juan Bautista–, forma parte del Avemaría, que en su primera parte contiene el saludo del ángel en la Anunciación y la doble bendición de Isabel a María y al “fruto de su vientre”. En su segunda parte, a la invocación “Madre de Dios” podemos agregarle “y Madre nuestra”, pues Jesús nos la dio por tal diciéndole desde la cruz al apóstol Juan –que en ese momento nos representaba a nosotros–: ahí tienes a tu Madre.
El santo Rosario tiene como uno de sus misterios gozosos el de la Visitación de María a su prima Isabel. De ordinario corremos el peligro de recitar maquinalmente unas oraciones repetidas de memoria, sin sentir de verdad lo que decimos. Al evocar hoy el saludo de Isabel, dispongámonos a rezar el Avemaría en una tónica de meditación y contemplación que nos lleve a vivir el sentido profundo de nuestra relación filial con María, Madre de Dios y Madre nuestra y a seguir su ejemplo de “servidora”.
3. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”
Esta otra frase, que podemos identificar como la bienaventuranza de María, constituye un reconocimiento de su actitud de fe y esperanza, de la cual ella es ejemplo máximo porque creyó en que Dios cumpliría sus promesas expresadas, entre otros textos bíblicos, en la profecía de Miqueas (5, 1-4), que corresponde a la primera lectura: “Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti sacaré el jefe de Israel que desciende de una antigua familia”. En Belén, situada cerca de Jerusalén, había nacido unos diez siglos antes el rey David, y allí mismo nacería el Mesías descendiente de él y anunciado por los profetas.
La fe y la esperanza de María van unidas a una total disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios. Ella se llamó a sí misma la servidora del Señor y mostró con esta disponibilidad que servir a Dios es inseparable de servir al prójimo. La segunda lectura (de la Carta a los Hebreos 10, 5-10), nos presenta la disposición de Jesús a cumplir la voluntad de Dios como el sacrificio que remplazaría las antiguas ofrendas de animales: Aquí estoy para hacer tu voluntad. Esta frase, tomada del Salmo 40 (39) y que el texto de dicha Carta pone en boca de Jesús, tiene una significativa relación con la respuesta de María: “Aquí está la servidora del Señor”.
Renovemos pues nuestra fe y nuestra esperanza en Dios, particularmente al culminar el Adviento y celebrar las fiestas de Navidad, con una sincera disposición a cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Para ello es necesario antes conocerla, y sólo podremos conocerla si hacemos silencio interior y escuchamos con atención su Palabra, dejándonos interpelar por ella a ejemplo de María. Así sea.
Preguntas para la Reflexión
1. ¿Qué mociones suscita en mí la contemplación del relato de la Visita de la Virgen María a Isabel?
2. ¿Cómo percibo en María la relación entre servir a Dios y servir al prójimo?
3. ¿A qué siento que me llama el Señor, a la luz de la “bienaventuranza de María”?