Lecturas: Jeremías (17, 5-8; 1 Corintios 15,12. 16-20; Lucas 6,17. 20-26
Bajó Jesús del monte con los doce y se detuvo en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Y levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque quedarán saciados. Dichosos ustedes los que ahora lloran, porque reirán. Dichosos ustedes cuando los odien los hombres y los excluyan y los insulten y proscriban su nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Eso mismo hacían los antepasados de ustedes con los profetas. Pero ¡ay de ustedes, los ricos!, porque ya tienen su consuelo. ¡Ay de ustedes, los que ahora están saciados! porque tendrán hambre. ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen! porque harán duelo y llorarán. ¡Ay si todo el mundo habla bien de ustedes! Eso es lo que hacían los antepasados de ustedes con los falsos profetas» (Lucas 6,17. 20-26).
1. “Bajó del monte con los doce y se detuvo en un llano con un grupo grande…”
Con el discurso sobre las bienaventuranzas, que son como un autorretrato de Jesús, comienza lo que en el Evangelio de san Mateo es el sermón del monte (Mt 5, 6 y 7), y en el de san Lucas el sermón del llano (Lc 6). El monte y el llano, situados en Galilea, son cercanos al lago de Genesaret, en cuya orilla había llamado Jesús inicialmente a cuatro pescadores, para luego completar el número de doce con quienes había subido al monte para orar y designarlos como sus primeros apóstoles o enviados.
Jesús había empezado a enseñar primero en las sinagogas de los pueblos de Galilea y luego en la orilla del lago, pero ahora le habla a un grupo grande no sólo de gente de esa región, sino también de Judea, de Jerusalén su capital, y de Tiro y Sidón, dos puertos del mar Mediterráneo en el antiguo país de Fenicia, hoy correspondiente al Líbano. Su enseñanza no tiene fronteras: se dirige a toda la humanidad.
2. Bienaventuranzas y lamentaciones
En el relato de Lucas, al que corresponde el Evangelio de hoy, Jesús plantea un contraste entre pobres y ricos, entre quienes tienen hambre y los saciados, entre quienes lloran y los que ríen, entre los menospreciados y los elogiados. Dichosos, felices, bienaventurados, son traducciones sinónimas del término griego “makarioi”. Y la exclamación “ay de ustedes” es un lamento de Jesús por lo que les sucederá a quienes se refiere en contraposición con los bienaventurados.
A primera vista esta contraposición pareciera invitar, por una parte, a lo que hoy se conoce como “lucha de clases”; y por otra, a la resignación sumisa de quienes sufren la injusticia porque, al fin y al cabo, en la otra vida serán eternamente felices. Pero ninguna de estas interpretaciones corresponde al sentido de lo que enseña Jesús. Su mensaje no es una invitación al enfrentamiento violento, sino a construir relaciones humanas sobre la base de la justicia y el amor social. Y por eso su doctrina no pretende la resignación pasiva, sino una transformación constructiva. En este sentido, el reino de Dios no es sólo un asunto del más allá, sino el poder del Amor que se hace presente desde ahora mismo en quienes se disponen a que sea Dios quien reine en sus vidas. Y esta disposición es precisamente:
- la de quienes no ponen su confianza en las riquezas materiales ni se apropian en forma egoísta de ellas, sino que confían en Dios y se solidarizan con los oprimidos para construir una sociedad.
- La de quienes tienen hambre y sed de justicia (como dice Jesús en el relato de Mateo), y colaboran en la construcción de una sociedad justa en solidaridad con las víctimas de la injusticia.
- La de quienes se solidarizan con los que sufren para buscar junto a ellos alivio y solución a su dolor.
- La de quienes, por buscar la justicia, sufren la incomprensión y la persecución, como le sucedió al propio Jesús y le puede suceder a toda persona que quiera seguirlo.
La primera lectura (Jeremías 17, 5-8) y el salmo responsorial (Salmos 1, 1-6), dicen en tono sapiencial que son los que confían en Dios y procuran vivir según su voluntad quienes recibirán sus bendiciones; en cambio, quienes se encierran en su egoísmo impulsados por la ambición de riquezas materiales, de vanos honores y de poderes terrenales, serán eternamente infelices. En este sentido lo que Jesús enseña corresponde a la verdadera sabiduría, consistente en vivir de acuerdo con la voluntad divina.
3. La esperanza en el triunfo del bien sobre el mal
El discurso de las bienaventuranzas y las lamentaciones es la respuesta de Dios a la siempre actual pregunta: ¿por qué a quienes obran el mal les va bien, mientras los que viven honradamente tienen que sufrir? La respuesta de Dios es que el triunfo de quienes obran el mal es aparente y pasajero, porque en definitiva acabará venciendo el bien. En este sentido, el mensaje central que nos trae hoy la Palabra de Dios es una invitación a la esperanza en que, para toda persona que reconoce su necesidad de salvación, es posible un nuevo porvenir. Y esta esperanza nace de nuestra fe en Cristo resucitado. En la segunda lectura (1 Corintios 15,12.16-20) dice san Pablo: “Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los seres más desgraciados”. Pero nosotros creemos en Él como vencedor de la muerte y del mal. Él quiere la felicidad de todos, pero para que este anhelo se realice en nosotros desde ahora y en la eternidad, es preciso que nos situemos en la onda de su enseñanza, completamente opuesta a la falsa felicidad que ofrecen el apego a lo material, la ansiedad de honores y la ambición de poder.
Pidámosle por tanto al Señor, en este Año Santo en el que somos invitados a renovar nuestra esperanza, que infunda en nosotros el espíritu de las bienaventuranzas: el Espíritu Santo, que nos hace vivir con sabiduría, siguiendo las enseñanzas de Jesús y esperando activamente en la vida eterna.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones suscita en mí lo que dice Jesús sobre las bienaventuranzas y las lamentaciones?
2. ¿Cómo considero que debo practicar las bienaventuranzas proclamadas por Jesús?
3. ¿En qué percibo que consiste la verdadera sabiduría a la que se refiere hoy la Palabra de Dios?