Al anochecer Jesús les dijo a sus discípulos: -«Vamos al otro lado del lago. Entonces dejaron a la gente y llevaron a Jesús en la barca en que ya estaba; y también otras barcas los acompañaban. En esto se desató una tormenta, con un viento tan fuerte que las olas caían sobre la barca, de modo que se llenaba de agua. Jesús se había dormido en la parte de atrás, apoyado sobre una almohada. Lo despertaron y le dijeron: Maestro: ¿no te importa que nos estemos hundiendo? Jesús se levantó, dio una orden al viento, y le dijo al mar: ¡Silencio! ¡Quédate quieto! El viento se calmó y todo quedó completamente tranquilo. Después dijo Jesús a los discípulos: ¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe? Ellos se llenaron de miedo, y se preguntaban unos a otros: ¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Evangelio según san Marcos 4,35-41).
Este relato nos invita a la fe en la acción salvadora de Jesús cuando vivimos momentos difíciles. Tanto en lo personal como en lo social, pueden sobrevenir y de hecho sobrevienen tempestades que amenazan con hundirnos. Pero como dice el refrán popular, “después de la tempestad viene la calma”, y esto se cumple en nuestra vida cuando no nos dejamos vencer por la desesperación y recurrimos al Señor, poniendo asimismo todo cuanto esté de nuestra parte para resolver los problemas.
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“Vamos al otro lado del lago”
Jesús había estado enseñando desde la barca de Pedro junto a la orilla occidental del lago de Tiberíades o Genesaret, también llamado “mar” de Galilea por su extensión y la fuerza de su oleaje. Y cuando les dice a sus discípulos “vamos al otro lado del lago”, los invita a dirigirse al pueblo pagano de los “gerasenos”, situado en la orilla oriental. En esta invitación hay una referencia a la misión que les iba a dar a sus discípulos de proclamar la Buena Noticia más allá de las fronteras de Israel, en una perspectiva universal.
Las primeras comunidades cristianas seguramente lo asociaban este relato a la imagen de la tempestad empleada con frecuencia en los textos bíblicos del Antiguo Testamento, por ejemplo en el Salmo 107 (106), recitado hoy como salmo responsorial, que invita a dar gracias a Dios por su misericordia evocando una historia en la que, a pesar de las dificultades sufridas y las infidelidades cometidas por el pueblo de Israel, se había manifestado en favor de ellos el poder salvador divino que aplacaba los vientos y con la suave brisa de su Espíritu los conducía y reconducía seguros al puerto de la tierra prometida.
Este mismo poder salvador de Dios iban a reconocer los discípulos que actuaba en Jesús, pero tal reconocimiento sólo sería posible después de su resurrección, gracias a la iluminación y la energía del Espíritu Santo que les ayudaría a comprender sus enseñanzas y les daría la fuerza necesaria para afrontar el oleaje de las persecuciones. La barca de Pedro, símbolo de la Iglesia o comunidad de quienes creen en Cristo y lo siguen, estaría constantemente zarandeada y amenazada por las tormentas del mal, pero siempre sería defendida por la presencia salvadora de su Maestro.
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“Maestro, ¿no te importa que nos estemos hundiendo?”
Muchas veces, en medio de los problemas que vivimos, nos puede parecer que Dios se desentiende y nos deja a la deriva, como si no le importaran nuestras situaciones difíciles. Y también otras muchas, cuando encontramos la solución a los problemas, puede suceder que no reconozcamos claramente la presencia salvadora del Señor. Eso mismo les ocurrió a los discípulos de Jesús que iban con Él en la barca, que incluso después del milagro de la tempestad calmada “se llenaron de miedo”, pues lo veían con criterios humanos – como dice san Pablo en la segunda lectura- y no con una actitud de fe en su poder divino.
Necesitamos que Dios abra nuestras mentes y nos haga reconocer desde la fe su presencia amorosa y su acción salvadora en medio de las dificultades. Este es el sentido del pasaje bíblico de la primera lectura, cuando El Señor le habló a Job en medio de la tempestad, diciéndole: “Yo le puse un límite al mar y cerré con llave sus compuertas”. Y le dije: “llegarás hasta aquí, y de aquí no pasarás; aquí se romperán tus olas arrogantes”. Y el mismo Dios que en el capítulo 38 del libro de Job le habla así a este personaje simbólico en medio de la situación difícil e incomprensible en que se encuentra, es el que se nos revela en la persona de Jesús.
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“¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe?”
Los primeros seguidores de Jesús tardaron un buen tiempo en tener la fe que requerían para afrontar, sin dejarse vencer por el miedo, las dificultades inherentes a la misión que iban a recibir de proclamar el Evangelio. Iban a ser necesitar la iluminación y la energía del Espíritu Santo para encontrar la respuesta a la pregunta “quién es éste” y enfrentar sin miedo el oleaje de las crisis y persecuciones, confiando en el poder salvador de Dios manifestado en su Maestro. También nosotros necesitamos el don de la fe para no dejarnos vencer por el miedo y perseverar en medio de las tempestades o dificultades la vida presente, sabiendo que, si estamos unidos a Cristo, somos creados de nuevo, como dice también en la segunda lectura el apóstol san Pablo.
Pidámosle pues al Señor, invocando la intercesión de María santísima y de los santos apóstoles, que nos conceda la fe necesaria para no dejarnos vencer por el miedo en medio de las crisis que sufre la Iglesia, de las que padece nuestro país y de las que tenemos que afrontar en nuestra existencia personal.
Preguntas para la reflexión
- ¿Qué mociones espirituales suscita en mí la contemplación del relato de la tempestad calmada?
- ¿Cómo puedo aplicar este relato a la situación del mundo, de la Iglesia, de mi país y de mi vida?
- ¿Cuáles son mis “miedos” y en qué forma considero que debo afrontarlos para lograr la calma?