Lecturas: Hechos 5,12-16; Salmo 118 (117); Apocalipsis 1, 9-19; Juan 20,19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz esté con ustedes» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «La paz esté con ustedes». Como el Padre me ha enviado, así también yo los envío.» Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «La paz esté con ustedes.» Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: «¡Señor mío, y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Felices quienes creen sin haber visto.» Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, realizó Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre. (Juan 20, 19-31).
En el año 2000 Juan Pablo II estableció el II Domingo de Pascua como la “Fiesta de la Divina Misericordia”, evocando a la religiosa María Faustina Kowalska (1905-1938), a quien Jesús le había encomendado promover el reconocimiento de este atributo esencial de Dios revelado en Él. La palabra miseri-cordia, proveniente del latín y que traduce los términos bíblicos hebreo y griego con los cuales se expresa el amor compasivo de Dios, quiere decir apertura del corazón hacia quienes padecen situaciones de miseria (física, emocional o espiritual,) y en este sentido es el amor entrañable de Jesús que se conmueve ante la debilidad y el sufrimiento de los seres humanos. Y la celebración de este domingo en el presente año cobra un especial significado al evocar la memoria del Papa Francisco, cuyo pontificado se caracterizó precisamente por su acento en la misericordia, no sólo con sus palabras sino también con sus hechos. Él no sólo dijo y escribió que “el nombre de Dios es Misericordia”, que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” y que debemos poner en práctica las obras de misericordia corporales y espirituales mediante las cuales Jesús mismo nos invita a ser misericordiosos como Dios Padre es misericordioso, sino además nos dio ejemplo de ello acercándose compasivamente a los pobres y “descartados”.
1. “La paz esté con ustedes…”
Tres veces menciona el Evangelio este saludo de Cristo resucitado. La paz es el bien pleno que Él quiere para sus discípulos, sumidos en la tristeza y el miedo después de la muerte de su Maestro en la cruz. También nosotros somos invitados, desde la fe pascual, a recibir ese mismo don que Jesús nos ofrece y que compartimos unos con otros antes de recibir la sagrada comunión en la Eucaristía.
Este saludo va acompañado de una misión que se relaciona con el sacramento de la Reconciliación: “Como el Padre me ha enviado, así también yo los envío; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados, y a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. Esto último significa que quienes no tengan una sincera disposición a convertirse no pueden recibir el perdón de Dios. Y es además significativo que el don de la paz que ofrece Jesús esté conectado con el perdón, en virtud del Espíritu que les comunica a sus apóstoles: “Sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo”. Este Espíritu es el aliento vital de Dios que impulsaría a los discípulos de Jesús a proclamar la buena noticia de su amor misericordioso.
La misión dada por Jesús a sus discípulos es una misión de misericordia sanadora, como lo indica la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles (5,12-16); y el Salmo 118, del que hoy se recitan en la Eucaristía varios versos, es un canto de agradecimiento reiterativo a Dios “porque es eterna su misericordia”. Ahora bien, para que la misericordia divina obre en nosotros es necesario que desarmemos nuestros corazones, nos dejemos transformar y nos dispongamos a recibir y dar perdón. Sólo así será posible lograr la paz verdadera, un don de Dios que supone y exige además la debida coherencia entre la misericordia y la justicia.
2. “No temas, Yo soy el primero y el último, Yo soy el que vive”
El apóstol san Juan, autor espiritual tanto del cuarto Evangelio como de las tres cartas que llevan su nombre, en la primera de las cuales dice que “Dios es Amor” (4, 8.12), y del libro del Apocalipsis -que en griego significa “Revelación”-, del cual está tomada la segunda lectura, nos transmite esta afirmación de Cristo resucitado que podemos recibir también como dirigida a nosotros.
– No temas, no tengas miedo: es una frase recurrente de Jesús en los evangelios, y resuena también en el último libro de la Biblia como una invitación a la esperanza gozosa que deriva de la fe en su resurrección.
– Yo soy el primero y el último: el Cirio Pascual, que representa a Cristo resucitado, muestra en sus trazos la primera y la última letra del alfabeto griego: Jesucristo es Alfa y Omega, principio y fin de cuanto existe.
– Yo soy el que vive: Dios se le reveló a Moisés con el nombre de Yahvé (Yo soy), y lo eligió para ser instrumento de su acción salvadora. Y el nombre de Jesús, Hijo de Dios vivo, significa Yo soy el que salva.
3. “Felices quienes creen sin haber visto”
Los relatos de apariciones de Jesús resucitado que narran los Evangelios. evocan la experiencia que tuvieron sus primeros discípulos (primero las mujeres), mediante las cuales les fue dado reconocerlo en su nueva vida gloriosa. La referencia que Jesús hace a las señales de sus heridas significa que Él es el mismo que había muerto en la cruz. Y sus palabras “felices quienes creen sin haber visto” se cumplen en toda persona que, sin exigir pruebas físicas, reconoce por la fe su resurrección. Así nos invita Jesús resucitado a creer en Él, para que, como dice al final el Evangelio de hoy, creyendo, tengamos vida (o sea vida eterna).
Jesús resucitado se hace presente en la Eucaristía, y por eso decimos ante su cuerpo y sangre gloriosos, las palabras de Tomás, ¡Señor mío, y Dios mío! Así pues, recordando las enseñanzas y el ejemplo que nos dejó el Papa Francisco, en este Año Santo que él inauguró con una invitación a la esperanza renovemos nuestra fe en Cristo resucitado, prenda de nuestra futura resurrección, e invoquemos a María santísima, quien, como le decimos en la Salve, es Madre de Misericordia -es decir, Madre de la Misericordia que es Dios mismo revelado en Jesucristo-, para que nos ayude con su intercesión a ser misericordiosos como Él es misericordioso. Así sea.