Lecturas:
- Daniel 12: 1-4
- Salmo 15
- Hebreos 10: 11-18
- Marcos 13: 24-32
En algún momento de la historia bíblica se cultivó una tendencia teológica y espiritual-religiosa conocida como la APOCALÍPTICA[1], una teología de la historia en la que se marca el contraste entre el Dios que es garantía de esperanza y salvación para el pueblo oprimido y las fuerzas del mal y de la injusticia, que causan esa opresión. Ordinariamente el lenguaje con el que se presenta esa tendencia en los escritos bíblicos resulta sobrecogedor por la exuberancia de las figuras literarias que utiliza, propias de ese contexto cultural y religioso. Hoy, en el siglo XXI, haciendo la adecuada interpretación del texto en su contexto y su pre-texto, podemos apreciar su significado en cuanto historia de salvación – liberación, Dios que interviene en la historia humana y las muchas comunidades que disciernen su voluntad de plenitud para asumir la responsabilidad de ser gestores de su dignidad y de su libertad; es una confrontación permanente , eterna dialéctica del bien y del mal y, en muchos casos, la aparente victoria de lo más perverso de la condición humana. [2]
Las primeras comunidades cristianas sufrieron esa confrontación en carne propia, asediadas por el imperio romano y por la dirigencia del judaísmo, afianzaron su fe en el Crucificado-Resucitado en medio de la persecución. Sabemos bien que la respuesta es el mismo Señor Jesús, a quien el Apocalipsis designa como el CORDERO;[3] con él irrumpe el mundo nuevo de Dios, el orden de la vida y del reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, el dominio sobre el pecado y sobre todo desorden que malogre las expectativas de salvación de la humanidad. [4] Es bueno recordar que la esperanza apocalíptica de esos lejanos años del primer cristianismo se fundamentaba en la inminencia del final de la historia; esa conciencia los ponía en plena vigilancia espiritual.
La esperanza es un asunto de siempre en nuestra historia, todos estamos implicados en las grandes cuestiones por el sentido de la vida, a partir de nuestras contingencias y precariedades, esta disposición cobra especial intensidad en tiempos de crisis, como los que vivió Israel en su momento, y como estos eventos dramáticos que casi nunca bajan la guardia en materia de vulnerar la condición humana.[5]
En estos domingos finales del año litúrgico el énfasis que nos presenta la Palabra se orienta a destacar esa dialéctica de Dios que en la persona de Jesús trabaja para erradicar el mal de la vida de los seres humanos. Los textos de hoy son relativos al final de los tiempos. Esto, de entrada, puede verse como atemorizador, como Dios que irrumpe para juzgar, castigar y condenar, así lo ha hecho cierta visión bastante incompleta de nuestra fe, pero no es así. Lo que se nos presenta es una teología de la esperanza que tiene su centralidad en el Señor Jesucristo.[6]
El pasaje de Daniel anuncia la intervención de Dios a través de Miguel, el ángel encargado de la protección de su pueblo: “En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran príncipe que se ocupa de tu pueblo. Serán tiempos difíciles como no los habrá habido desde que existen las naciones hasta ese momento. Entonces se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro”[7]. Todo el texto de Daniel[8] pertenece al referido género apocalíptico, escrito subversivo que invita a rechazar el señorío absoluto de los dominadores griegos de aquel entonces, que a punta de violencia se hacían ver como dueños de las personas, del tiempo, de todas sus realidades. Tal rechazo tiene fundamento teologal, es Dios mismo el que convoca a la subversión a través del liderazgo del profeta Daniel, Dios comprometido con la libertad y con la dignidad de su pueblo: “Y tú, Daniel, guarda estas palabras y sella el libro hasta el momento final. Muchos lo consultarán y aumentarán su saber”[9].
El pueblo de Israel vivió varias opresiones a lo largo de su historia: Babilonia, Grecia, Roma, también la de las tribus iniciales en Egipto; es un elocuente retrato de la historia de la humanidad, los totalitarismos de todos los tiempos , las invasiones de poderosos a naciones débiles, los desplazamientos masivos de población, el exterminio étnico, el sometimiento indignante, el despojo de las tierras, la destrucción de la identidad cultural, las muchas vejaciones y humillaciones a que son sometidos tantos seres humanos; las fuerzas del pecado que frustran el proyecto que Dios tiene para nosotros.[10] Esto que pasa hoy en Ucrania y en la Franja de Gaza, en nuestras sufridas regiones colombianas, y en tantos lugares del mundo, es una señal de esta impenitente malignidad de los seres humanos que deciden estas tragedias.
Pero también – como correlato profético y liberador – está la pasión por la libertad, la afirmación emancipatoria, nuestra teología de la liberación con todo su dinamismo promotor de los “cielos nuevos y de la nueva tierra”, los movimientos sociales que concientizan, organizan y realizan la faena liberadora, las experiencias espirituales profundas que – desde el encuentro con Dios y con el prójimo – desencadenan en nosotros aquello de “hacernos cargo de la realidad”[11] para transformarla.[12]
Optamos por creer en Dios y por seguir el camino de Jesús para ser plenamente humanos según el Evangelio,[13] eso no nos dispensa de la fragilidad, del sufrimiento, de los fracasos, de las derrotas históricas, pero sí nos cualifica para afrontar con creatividad evangélica la dimensión dramática de la vida, resignificándola desde una muy saludable teología de la esperanza.[14] Miremos en esta clave el sentido de las lecturas de este penúltimo domingo del año litúrgico.
Por su parte, el evangelio nos presenta el llamado “discurso escatológico” de Marcos.[15] Con las palabras escatología-escatológico se alude al sentido último y definitivo de la existencia en Dios, al significado pleno de la vida, a la superación del absurdo y de la muerte, al Señor Jesucristo como la irrupción definitiva de Dios en la historia de la humanidad, con lo que El sabe hacer: salvar, redimir, liberar . [16]
Es preciso aclarar que en ningún momento los evangelistas hablan del fin del mundo en cuanto catástrofe final, es una interpretación muy equivocada y ampliamente difundida que no ha traído los mejores resultados ni a la fe del creyente ni a su compromiso con el prójimo y con la historia. No era el interés de Jesús predicar una tragedia cósmica, final dramático de la historia. Las imágenes que utiliza la literatura apocalíptica y escatológica pueden asustar, pero hay que explorar su significado; eran una forma de describir la caída de algún rey o de una nación opresora . El verdadero planteamiento de esta teología apocalíptica es destacar la finalidad de la historia en clave teologal, la plenitud de los tiempos. [17]
Para Jesús lo esencial es anunciar los efectos liberadores de su evangelio: “De la higuera aprendan esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, saben que el verano está cerca. Así también ustedes, cuando vean que sucede esto, sepan que El está cerca, a las puertas. Yo les aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán”[18]. La Buena Noticia debe propiciar el resquebrajamiento de todos los sistemas de injusticia, de todo lo que procede del pecado y de la cultura de la muerte.
Jesús sabe que la única forma de redireccionar el rumbo de la historia por los horizontes queridos por el Padre es haciendo caer todas esas realidades que hacen fracasar al ser humano sumergiéndolo en una condenación abominable. Por eso, la acción escatológica es esencialmente liberadora y, en consecuencia, esperanzadora. Nosotros, discípulos, estamos llamados a realizar esta tarea de permanente configuración de la historia.
A Jesús sólo lo podemos conocer siguiéndolo, este seguimiento no se queda en ir detrás de él; implica, además, tomar su lugar, esto es responsabilidad histórica para nosotros, creyentes, asumiendo su propuesta como propia , luchando hasta el final por su realización.[19] Nuestro compromiso con la transformación de lo injusto, de lo que frustra y mata al ser humano, es el gran criterio para valorar la calidad de la evangelización; el camino de Jesús no se reduce a observancias religiosas simples, con él se trata de fecundar la historia con esta apasionante semilla teologal que hace emerger una nueva condición humana, cuya consumación es el Señor Jesucristo.
Toda esta teología apocalíptica no se refiere a un fin trágico del mundo, a un cataclismo devastador, a un consumirse todo para no dejar vestigios de vida. Se trata de la consumación, de la realización plena del ser humano, de su historia en Dios. Desde luego, en el tiempo de Jesús se creía que esta intervención era inminente. Eso explica, para poner un buen ejemplo, los contenidos y el estilo de la predicación de Juan el Bautista: se despoja de toda comodidad material, es radical en sus planteamientos, critica con la mayor severidad a la religión oficial, se va al desierto, escenario desolado que en la Biblia simboliza el espacio privilegiado para el encuentro con Dios. Pero cuando captan que esa inminencia no llega, se empieza a vivir la tensión entre la espera del fin y la necesidad de preocuparse con responsabilidad de la vida presente. Hoy a eso lo definimos como “el ya , pero todavía no”, una invitación a la permanente construcción de la historia como aventura de libertad con la esperanza puesta en la plenitud definitiva.
En la segunda lectura – carta a los Hebreos – dice lo siguiente, que se inscribe en la perspectiva de esperanza que proponemos: “Todo sacerdote está en pie, día tras día, oficiando y ofreciendo reiteradamente los mismo sacrificios, que nunca pueden borrar pecados. El, por el contrario, tras haber ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies. Mediante una sola oblación ha llevado a la perfección definitiva a todos los santificados”[20]. La mediación de Jesús replantea la totalidad de la historia porque lo que él ofrece no es un ritual desvinculado de la realidad sino su propia vida encarnada en lo real, en lo existencial, en lo histórico. Jesús, en el misterio de la encarnación, se hace cargo de la realidad para redimirla, salvarla y liberarla.
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Bibliografía
[1] REVISTA DE INTERPRETACIÓN BÍBLICA LATINOAMERICANA RIBLA. Número 7 Apocalíptica, esperanza de los pobres. Quito, 2000. ALIAGA GIRBËS, Emilio. El Apocalipsis de San Juan: lectura teológico-litúrgica. Verbo Divino. Estella, 2012. ALVAREZ VALDÉS, Ariel. El libro del Apocalipsis. PPC. Madrid, 2017. ALEGRE, Xavier. Resistencia y esperanza cristiana en un mundo injusto: introducción al Apocalipsis. Cristianismo y Justicia. Barcelona, 2010.
[2] NIETZSCHE, Federico. Más allá del bien y del mal. Alianza Editorial. Madrid, 2003. SAFRANSKY, Rüdiger. El mal o el drama de la libertad. Tusquets. Barcelona, 2002. RICOEUR, Paul. El mal: un desafío a la filosofía y a la teología. Amorrortu. Buenos Aires, 2006. RESTREPO GONZÁLEZ, Publio. El problema del mal en San Agustín. En Franciscanum número 146; páginas 97-117. Universidad de San Buenaventura. Bogotá, mayo-agosto 2007. BLANCO,Carlos. El pensamiento de la apocalíptica judía. Trotta. Madrid, 2013. NORATTO, José Alfredo. Apocalíptica y Mesianismos: tras la interpretación del Apocalipsis de San Juan. En Theologica Xaveriana número 135; páginas 337-352. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, 2000.
[3] El CORDERO es el animal que se inmola en la cena pascual desde los tiempos del Antiguo Testamento, es el símbolo de la pureza y de la rectitud integral.
[4] VON BALTHASAR, Hans Urs. Teología de la Historia. Encuentro. Madrid, 1992. GUTIÉRREZ MERINO, Gustavo. Teología de la Liberación: perspectivas. CEP. Lima, 1971.
[5] ARENDT, Hannah. La condición humana. Paidós. Barcelona, 1989. FROMM, Erich. Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. Fondo de Cultura Económica FCE. México D.F., 1977.
[6] MOLTMANN, Jürgen. Teología de la esperanza. Sígueme. Salamanca, 2012. TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Para comprender la escatología cristiana. Verbo Divino. Estella, 1993. RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis. El útimo sentido: una introducción a la escatología. Marova. Madrid, 1989.
[7] Daniel 12: 1
[8] GRELOT, Pierre. El libro de Daniel. En Cuadernos Bíblicos número 79. Verbo Divino Estella, 1993. ARMERO BARRANCO, Pablo. Lectura estructuralista del libro de Daniel. Tesis para obtener el título de Doctor, Universidad de Murcia, 2016. https://www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/396621/TPAB.pdf?sequence=1
[9] Daniel 12: 4
[10] ESCUDÉ, Jorge. El pecado social: deformación de la actividad humana. En https://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol8/29/029_escude.pdf GIRALDO ARISTIZÁBAL, Juan Diego. El pecado como deshumanización en el documento de Aparecida. En Cuestiones Teológicas volumen 40 número 94 julio-diciembre 2013 páginas 433-456. Universidad Pontificia Bolivariana. Medellín, 2013.
[11] ELLACURIA, Ignacio. Filosofía de la realidad histórica. San Salvador. UCA Editores, 1999.
[12] THEISSEN, Gerd. El movimiento de Jesús: historia de una revolución social de los valores. Salamanca. Sígueme, 2006; AGUIRRE MONASTERIO, Rafael. Ensayo sobre los orígenes del cristianismo. Stella (Navarra). Verbo Divino, 2007. RICHARD, Pablo. El movimiento de Jesús antes de la Iglesia. Santander. Sal Terrae, 2009.
[13] ROVIRA BELLOSO, José María. Dios, plenitud del ser humano. Sígueme. Salamanca, 2013.
[14] PAPA BENEDICTO XVI. Carta Encíclica Spe Salvi La Esperanza que salva. Librería Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano, 2007. ALBAR MARIN, Lázaro. La fuerza de la esperanza. Madrid. San Pablo, 2013. MOLTMANN; Jürgen. Esperanza y planificación del futuro. Sígueme. Salamanca, 1987. ALFARO, Juan. Esperanza cristiana y liberación del hombre. Herder. Barcelona, 1980. GALEANO, Adolfo. Visión cristiana de la historia. San Pablo. Bogotá, 2012.
[15] Les sugerimos leer todo el capítulo 13 de Marcos.
[16] BORDONI, Marcelo. Jesús nuestra esperanza: ensayo de escatología en prospectiva trinitaria. Salamanca. Secretariado Trinitario, 2001.
[17] KÜNG, Hans. Mantener la esperanza: escritos para la reforma de la Iglesia. Trotta. Madrid, 1993. GUTIÉRREZ MERINO, Gustavo. La densidad del presente. Sígueme. Salamanca, 2003.
[18] Marcos 13: 28-31
[19] LOIS, Julio. Para una espiritualidad del seguimiento de Jesús. En Diakonía número 39 páginas 260-276. Universidad Centroamericana. Managua, 1986. CASTILLO, José María. El seguimiento de Jesús. Sígueme. Salamanca, 1999.
[20] Hebreos 10: 11-14