Lecturas bíblicas: Ezequiel 27, 22-24; 2ª Corintios 5, 6-10; Marcos 4, 26-34.
En aquel tiempo, predicando junto al lago de Galilea Jesús decía a la multitud: “El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma: primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Decía también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeño que cualquier semilla; pero una vez sembrado, crece y se hace mayor que todas las hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra”. Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle. Pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado (Evangelio según san Marcos 4, 26-34).
Jesús empleaba las imágenes de la naturaleza surgidas de su experiencia vital para explicar lo que desde el inicio de su predicación venía proclamando: que el “reino de Dios”, es decir, el poder del Amor que es Dios mismo, estaba cerca y podía crecer dentro de cada persona que acogiera su Palabra. No daba definiciones abstractas de ese “reino de Dios”, sino que lo describía con parábolas, que son narraciones comparativas. Veamos cómo podemos aplicar a nuestra vida las dos parábolas de hoy.
1. Dios siembra y espera con paciencia que la semilla -su Palabra- sea acogida
En la primera lectura, refiriéndose a su promesa de liberar a los israelitas del destierro en Babilonia, Dios dice por medio del profeta Ezequiel (siglo VI a.C.): “Voy a tomar la punta más alta del cedro; arrancaré un retoño tierno de la rama más alta, y la plantaré en un monte muy elevado, en el monte más alto de Israel. Echará ramas, dará fruto y se convertirá en un cedro magnífico. Animales de toda clase vivirán debajo de él, y aves de toda especie anidarán a la sombra de sus ramas”.
Jesús, por su parte, se refiere en las dos parábolas del Evangelio de hoy a la acción de Dios en favor ya no sólo de Israel, sino de toda la humanidad, pues su Buena Noticia es un mensaje universal. Con la primera parábola, empleando la imagen de los campos de trigo, Jesús quiere mostrarnos la paciencia infinita del Creador, quien ha sembrado en nosotros la semilla del Amor que es su Palabra
-su Hijo que es Dios hecho hombre-, la riega con el agua de su Espíritu y nos invita a poner de nuestra parte lo requerido para seguir sus enseñanzas, de modo que nuestra vida se desarrolle espiritualmente y produzca frutos. Él sabe que este desarrollo lleva su tiempo, y por eso espera pacientemente hasta que llegue el momento de la “siega”, es decir, de segar o cortar las espigas para recolectar el trigo del que se hace el pan. Para cada uno y cada una, este momento será el de nuestro paso a la eternidad.
2. Dios espera que la tierra produzca el fruto “por sí misma”
Dios siembra, pero deja que la tierra -que somos nosotros- realice lo que le corresponde. Esto es en definitiva lo que significan las dos parábolas: Dios espera que nosotros, como la tierra buena, correspondamos a sus cuidados acogiendo activamente su Palabra -o sea a Jesús-, dejándonos empapar por el Espíritu Santo y cumpliendo su voluntad, que es voluntad de Amor.
En otras palabras: Dios realiza lo suyo, pero espera con paciencia que nosotros hagamos lo que nos corresponde en el tiempo de nuestra vida terrena. Y tal es precisamente el sentido de lo que dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura: “Por eso procuramos agradar siempre al Señor (…) Porque todos tenemos que presentarnos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o lo malo que haya hecho”. O sea, según los frutos que haya producido.
3. De la semilla más pequeña puede brotar un árbol grande y frondoso
La segunda parábola del Evangelio de hoy, que es la del grano de mostaza, tiene en común con la anterior la invitación a la paciencia, y por tanto la esperanza en Dios que sabe aguardar a que lo comenzado en una semilla tan pequeña termine en un árbol grande y frondoso. Podemos encontrar también la imagen de esta semilla en otro de los Evangelios (Mateo 17, 20), donde Jesús les dice a sus discípulos que, si tuvieran fe, aunque fuera del tamaño de un granito de mostaza, logarían lo que parece imposible, de donde vine el adagio “la fe mueve montañas”.
Ahora bien, lo que Jesús quiere resaltar en el Evangelio de hoy con la imagen del grano de mostaza es que el reino de Dios comienza por lo pequeño y va creciendo poco a poco, y así nos invita a no desanimarnos en medio de un mundo que le rinde culto al éxito fácil, sin esfuerzo. La acción de Dios muchas veces no es fácilmente comprensible para quien quiere o exige resultados inmediatos, y por eso Jesús nos enseña que, así como el árbol necesita tiempo para crecer y desarrollarse, también el desarrollo de nuestra vida espiritual no puede darse en plenitud de la noche a la mañana. Necesitamos tiempo y paciencia para que la acción del Espíritu Santo nos vaya transformando y nos vaya haciendo posible producir los frutos esperados. Dios es paciente con nosotros; por eso también nosotros debemos ser pacientes con nosotros mismos y los unos con los otros, haciendo todo cuanto podamos de nuestra parte, pero dejando que Dios realice su obra.
Conclusión
Ignacio de Loyola (1491-1556) además de su lema “en todo amar y servir”, decía: «Obra como si todo dependiera de ti, pero sabiendo que todo depende de Dios» (cf. Pedro de Ribadeneira S.J., Vida de San Ignacio). Y Santa Teresa de Jesús (1515-1582) escribió estos versos que nos invitan a vivir la virtud de la paciencia:
Nada te turbe, nada te espante (…) La paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta.
Confianza y fe viva mantenga el alma, que quien cree y espera todo lo alcanza.
La “fe viva” es la que va acompañada de las buenas obras, pues sin ellas estaría muerta (Carta de Santiago 2, 17-19). Pidámosle pues a María Santísima que nos alcance de su Hijo Jesús esta fe viva que es fundamento de la virtud de la paciencia de la cual ella fue ejemplo al guardar y conservar en su corazón lo que no comprendía, y llevar a la práctica su reconocimiento de ser la “servidora” del Señor cumpliendo la voluntad divina. Así sea.
Preguntas para la reflexión
- ¿Qué mociones o sentimientos espirituales suscitan en mí estas parábolas de Jesús?
- ¿Cómo siento que debo aplicar a mi vida lo que Jesús me enseña en estas parábolas?
- ¿En qué aspectos o situaciones de mi vida considero que necesito la virtud de la paciencia?