Lecturas: Nehemías 8, 2-4a.5-6.8-10; 1a Corintios 12, 12-30; Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han emprendido la tarea de escribir la historia de los hechos que Dios ha llevado a cabo entre nosotros, según nos los transmitieron quienes desde el comienzo fueron testigos presenciales y después recibieron el encargo de anunciar el mensaje. Yo también, excelentísimo Teófilo, lo he investigado todo con cuidado desde el principio, y me ha parecido conveniente escribirte estas cosas ordenadamente, para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado. [Después de su bautismo y su retiro en el desierto] Jesús volvió a Galilea lleno del poder del Espíritu Santo, y se hablaba de él por toda la tierra de alrededor. Enseñaba en la sinagoga de cada lugar y todos lo alababan. Fue a Nazaret, el pueblo donde se había criado, y el sábado entró en la sinagoga como era su costumbre y se puso de pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer el libro del profeta Isaías y al leerlo encontró el lugar donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y dar la vista a los ciegos; a liberar a los oprimidos; a anunciar el año de gracia del Señor”. Luego cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos tenían la vista fija en él. Y Él comenzó a hablar diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír” (Lucas 1, 1-4; 4, 14-21).
Este texto del Evangelio según san Lucas tiene dos partes: primero un prólogo introductorio, y luego el inicio de su predicación en Galilea, después de haberse referido, en los primeros tres capítulos y en la primera parte del cuarto, a la infancia y vida oculta de Jesús, a su bautismo y a su retiro en el desierto.
1. “Para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado”
San Lucas, un médico muy apreciado por el apóstol san Pablo, de quien fue colaborador (Colosenses 4,14), y autor material del tercer Evangelio y del libro de los Hechos de los Apóstoles, indica en el prólogo de su Evangelio el propósito que lo anima a escribirlo a partir de la predicación oral de los testigos presenciales, es decir, los apóstoles y otros discípulos que habían seguido a Jesús desde los inicios de su vida pública: para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado; o sea, para que quien lo lea sepa que lo que ellos han contado se basa en una realidad histórica y no en fantasías. Lucas se dirige a un tal Teófilo, nombre que en griego significa amigo de Dios, por lo que puede ser un destinatario simbólico, es decir, todo lector u oyente que se reconozca como tal. Reconozcámonos así nosotros y hagamos la petición que propone san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales: “conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga”.
2. “Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu”
Como los demás Evangelios, el de Lucas también sitúa el inicio de la vida pública de Jesús en Galilea, la provincia del norte de Israel a la que pertenecían la ciudad pesquera de Cafarnaúm junto al lago de Tiberíades, donde llamó a sus primeros discípulos, y la aldea de Nazaret, donde se había criado. Desde entonces había empezado a manifestarse en sus palabras y obras la acción del Espíritu Santo, el mismo que se hizo ver en forma de paloma al ser bautizado en el río Jordán, el mismo que lo había llevado luego a retirarse en el desierto de Judea, y el mismo que ahora, en lo que podemos reconocer como su confirmación, lo impulsaba a presentarse ante sus coterráneos comunicándoles la misión que había
recibido de Dios Padre. La autopresentación de Jesús en la sinagoga de Nazaret evoca lo que el texto de Isaías (61, 1 y ss.) había significado unos cinco siglos antes: la liberación de los judíos de su cautiverio en Babilonia, a la cual se refiere la primera lectura de hoy (Nehemías 8, 2-4a.5-6.8-10), que nos presenta al sacerdote Esdras proclamando la Ley de Dios en Jerusalén después del regreso del exilio. Jesús anuncia ahora una nueva liberación y una nueva Ley, no sólo en favor de Israel, sino de toda la humanidad.
3. “Me ha ungido para llevar la Buena Noticia”
Con esta frase de Isaías, Jesús se presenta como el Mesías anunciado en las profecías bíblicas. En hebreo el nombre “Mesías” significa Ungido, lo mismo que “Cristo” en griego, y hace referencia al rito de la unción con óleo o aceite de oliva con el que habían sido consagrados los reyes, sacerdotes y profetas, recibiendo el poder del Espíritu Santo para cumplir la misión que el Señor les había dado. Nosotros, desde nuestra fe, reconocemos a Jesús como el Mesías prometido, cuya misión es dar la Buena Noticia (en griego “Eu-angelion”) de la acción salvadora de Dios, dirigida en favor de los pobres, es decir, de los desposeídos y excluidos por causa de la injusticia; en favor de los privados de la libertad, es decir, de quienes son oprimidos injustamente por la tiranía de los poderes terrenales, y para dar la vista a los ciegos, es decir, para dar luz a quienes caminan en tinieblas. Esta profecía bíblica, citada por Jesús, corresponde a lo también escrito en el capítulo 9 del libro de Isaías (9, 1-6), que es evocado asimismo en los Evangelios (Mateo 4, 14-16).
Y esta sería también la misión que Cristo les iba a dar a quienes quisieran seguirlo: proclamar de palabra y de obra que, para todo ser humano que se encuentre en una situación difícil o esté sufriendo cualquier tipo de opresión u oscuridad, es posible un nuevo porvenir. Por lo tanto, este Año Santo proclamado por el Papa Francisco invitando a la esperanza, esperemos que sea, para todos, un año de gracia, disponiéndonos a ser también nosotros portadores de la Buena Noticia mediante el testimonio de nuestras obras concretas. Que el Señor, por la acción del mismo Espíritu con que Él fue ungido y con el que también nosotros hemos sido consagrados en nuestro bautismo (como lo dice san Pablo en la segunda lectura -1a Corintios 12, 12-30-: hemos sido bautizados en un mismo Espíritu), y en nuestra confirmación, nos ilumine y nos dé la fuerza necesaria para ser auténticos seguidores suyos.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones suscita en mí la contemplación de Jesús al presentarse en la sinagoga de Nazaret?
2. ¿Cómo relaciono su misión de Mesías con la que yo he recibido en mi bautismo y confirmación?
3. ¿Con qué modos concretos de obrar considero que puedo comunicar en mi entorno la Buena Noticia?