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El mandamiento especial

El mensaje del domingo

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B – Noviembre 3 de 2024

Lecturas: Deuteronomio 6, 2-6; Salmo 18 (17); Hebreos 7, 23-28; Marcos 12, 28b-34

Estando ya Jesús en Jerusalén, se le acercó un escriba y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús respondió: “El primero es: ‘Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; por eso amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y todas tus fuerzas’. Y hay un segundo mandamiento, que es éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Por encima de éstos no hay ningún otro mandamiento”. El escriba le dijo: “Muy bien, Maestro, tienes razón en decir que el Señor es único y no hay otro fuera de Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Jesús, viéndolo hablar tan sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas (Marcos 12, 28b-34).

 

1.- “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”

Jesús había dicho al iniciar su predicación: “No he venido a abolir la ley (…), sino a darle su plenitud” (Mateo 5,17). La “Toráh”, que en hebreo significa “instrucción”, comprende los cinco primeros libros de la Biblia que contienen lo que los maestros o escribas llamaban la “ley de Dios”, expresada en los diez mandamientos evocados por dos de esos libros -Éxodo y Deuteronomio- y en una serie de preceptos rituales que llegaban a sumar 613. Surge entonces la pregunta que un escriba o maestro de la ley le dirige a Jesús sobre cuál es el mandamiento principal. Y su respuesta, que aparece varias veces en los Evangelios, se refiere a dos mandamientos que en definitiva forman una unidad indisoluble, pues no se puede entender el uno sin el otro: amar a Dios y amar al prójimo.

El papa Benedicto XVI, en su Encíclica titulada Dios es Amor (2005), refiriéndose precisamente al mandamiento del amor planteaba dos preguntas: la primera, “¿es realmente posible amar a Dios, aunque no se le vea?; y la segunda, “¿se puede mandar el amor?”. Y agregaba: “En estas preguntas se manifiestan dos objeciones contra el doble mandamiento del amor -a Dios y al prójimo-: La primera, si nadie ha visto a Dios jamás, ¿cómo podremos amarlo? Y la segunda, el amor no se puede mandar; a fin de cuentas, es un sentimiento que puede tenerse o no, pero que no puede ser creado por la voluntad”.

Con respecto a lo primero, Benedicto citaba este texto bíblico: Si alguno dice ‘amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (1 Juan 4, 20). Esto significa, por una parte, que el amor al Creador conlleva la exigencia de amar a sus creaturas, y por otra, que el Dios revelado en Jesús está |en nuestros prójimos necesitados: “todo lo que ustedes hicieron o dejaron de hacer con ellos, lo hicieron o lo dejaron de hacer conmigo”, dirá el Señor en el juicio final (Mateo 25, 31-46). Y a la pregunta de si el amor se puede mandar, responde el papa Benedicto: “El amor no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor”. El amor en su sentido pleno, es “querer lo mismo y rechazar lo mismo: hacerse uno semejante al otro, lo cual lleva a un pensar y desear común”.

“La historia del amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad…”. Así pues, amar a Dios es reconocer que Él es mi Creador y por lo mismo disponerme a hacer su voluntad, es decir, orientar mi vida en el sentido de su plan creador, liberador y renovador empezando por el amor solidario a los excluidos y desposeídos. El amor a Dios y al prójimo es, por tanto, no una carga que hay que soportar, sino la consecuencia de sentirme amado por mi Creador, quien también ama a todos sus hijos e hijas, que como tales son mis hermanos y hermanas.

 

2.- “Amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”

Jesús responde a la pregunta del doctor de la ley no sólo con la fórmula del Deuteronomio (amarás al Señor, tu Dios…), sino citando además otro precepto de la Torah: ama a tu prójimo como a ti mismo (Levítico 19, 18), que es una forma de expresar la llamada regla de oro del comportamiento humano. Jesús la enunció no sólo en el modo negativo de no hacer el mal, como lo había hecho el también antiguo libro de Tobías (Lo que no quieres que te hagan, no se lo hagas a los demás -Tobías 4, 15-), sino en el positivo de hacer el bien: Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes, para concluir: porque en esto se resumen la Ley y los Profetas (Mateo 7,12).

Jesús es el modelo del amor a Dios y al prójimo. Por eso es el mediador por excelencia entre Dios y los seres humanos, tal como nos lo presenta la segunda lectura (Hebreos 7, 23-28): Él se ofreció a sí mismo en favor de toda la humanidad, y su entrega fue infinitamente más valiosa que todos los holocaustos y sacrificios que ofrecían los antiguos sacerdotes del Templo de Jerusalén. Por eso también el mandamiento nuevo que les daría a sus discípulos iba a ser el de amar cada cual a su prójimo ya no sólo “como a sí mismo”, sino como Él nos amó: hasta la entrega total de su vida (Juan 13, 34).

Precisamente el papa Francisco acaba de publicar una Encíclica que en latín lleva por título “Dilexit nos

-es decir, “Nos amó”-, refiriéndose a lo que simboliza la imagen del sagrado Corazón de Jesús: el amor misericordioso de Dios que se manifiesta encarnado en Él.

 

3.- “No estás lejos del Reino de Dios”

En esta última frase dicha por Jesús al doctor de la ley podemos descubrir una invitación a realizar en la práctica lo expresado de palabra. No basta con reconocer conceptualmente que el amor a Dios y al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios; es preciso vivir a fondo lo que esto significa. No es suficiente rezar el Salmo 18: “Yo te amo, Señor…”; es preciso llevar este amor a la práctica, para que el Señor no sólo nos diga “no estás lejos del Reino de Dios”, sino que Dios mismo reine efectivamente en nosotros.

Pidámosle pues al Señor, invocando la intercesión de María santísima y de todos los santos, que nos envíe el Espíritu Santo, repitiendo la hermosa y muy antigua oración que se encuentra en la liturgia de la Iglesia: “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor”.

 

Preguntas para la reflexión
  1. ¿Qué mociones espirituales suscita en mí el relato del Evangelio de hoy?
  2. ¿Cómo percibo la relación entre el amor a Dios y el amor al prójimo?
  3. ¿Cuál siento que debe ser mi respuesta, llevada a la práctica, a la pregunta sobre qué mandamiento de la Ley de Dios es el más importante de todos?
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