Jesús les recuerda a sus interlocutores cómo sus antepasados, mientras iban por el desierto hacia la tierra prometida, habían sido nutridos por Dios con el alimento milagroso llamado maná (que en hebreo significa “¿esto qué es?” porque los israelitas, al ver que en la madrugada había caído del cielo una especie de polvillo o escarcha similar a la harina de trigo, hicieron esta pregunta, y Moisés les contestó: “Este es el pan que el Señor les da como alimento”: Éxodo 16, 1-15). Y lo que dice Jesús al final del pasaje evangélico de hoy – “el pan que voy a dar es mi carne, para la vida del mundo”- equivale a lo que la primera carta de san Pablo a los Corintios y los tres primeros Evangelios cuentan que dijo en la última cena con sus discípulos la víspera de su pasión: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo entregado por ustedes”.
Es una invitación a comer (y también a beber: “Tomen y beban, esto es mi sangre, derramada por ustedes y por muchos”). Por lo tanto, no basta con “oír Misa” -como dice en su formulación tradicional el antiguo catecismo al referirse a los mandamientos de la Iglesia-, y tampoco con verla por televisión o internet. A lo que nos invita Jesús, a no ser que haya un verdadero impedimento, es a participar físicamente en ella alimentándonos de su cuerpo y su sangre. En ambas especies consagradas de pan y de vino está Él realmente presente para comunicarnos su vida entregada y resucitada. Y para vivir plenamente la Eucaristía, tampoco basta con recibir la comunión; tenemos que llevar a la práctica lo que con este rito significamos. En la segunda lectura (Efesios 4, 30; 5, 2), san Pablo exhorta a los primeros cristianos de la ciudad de Éfeso a que vivan en el amor, como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros. Por tanto, el sentido pleno de la Eucaristía como sacramento del amor de Dios que nos alimenta con la vida de Jesús, implica a su vez para nosotros la identificación con Él, llevando a la práctica su mandamiento del amor.
Sea esta además la ocasión, al recordar la institución de la Eucaristía anunciada en su Discurso del Pan de Vida, de reafirmar nuestra fe en este santísimo sacramento, que ha sido ofendido recientemente en la inauguración de las olimpíadas de París con la parodia blasfema de la Última Cena del Señor, y de pedirle a Dios Padre que, al compartir el Pan de Vida que es su Hijo Jesucristo, la comunión con su cuerpo y sangre nos dé la energía necesaria para el camino hacia la felicidad eterna, y nos disponga a compartir lo que somos y tenemos construyendo comunidad, para que así, en nuestra vida cotidiana, se realice cada día más plenamente la presencia del Amor, que es la de su Hijo en la unidad que forma con Él y el Espíritu Santo. Amén.
Preguntas para la reflexión
- ¿Qué mociones o sentimientos suscita en mí lo que me dice la Palabra de Dios en las lecturas bíblicas de este domingo?
- ¿Cómo percibo en el Discurso del Pan de Vida de Jesús la relación entre “creer” en la Palabra de Dios y tener “vida eterna”?
- A la luz de lo que me dice hoy la Palabra de Dios, ¿cómo siento que debo vivir el sacramento de la Eucaristía?