Lecturas:
Jesús resucitado es la plena solidaridad de Dios con nuestra condición humana. Todo lo nuestro se inserta en el bienaventurado misterio de su Pascua, lo que nos aflige y disminuye, el abatimiento que nos causa el mal en sus múltiples y dolorosas evidencias, también el regocijo con el que celebramos nuestras plenitudes, el amor, el logro de nuestros ideales, el triunfo de la verdad y de la justicia. Su Buena Noticia es el aliento para emprender la construcción histórica del Reino de Dios, como anticipo de la consumación definitiva cuando seamos llamados por Él a insertarnos de modo pleno en la amorosa comunión de la Trinidad. Sólo en él nuestra esperanza! [1]
La experiencia pascual no eliminó la fragilidad de los primeros discípulos. Ellos estuvieron expuestos a sospechas y persecuciones por parte de las autoridades políticas y religiosas, las mismas que llevaron a Jesús a la muerte. Ellos mismos llegaron al final de sus vidas de modo martirial, inscribiendo así todo su camino en la cruz y en la resurrección de su Señor.[2]
Cuando escribimos el texto de esta reflexión tenemos nuestra sensibilidad a flor de piel con la Pascua del Papa Francisco. Sobre él hay que decir: un hombre 100% pascual, un gigante del Espíritu, un Papa que se puso las botas de la fragilidad, que sintió como propios los sufrimientos de la humanidad, que se hizo portavoz de los pobres del mundo, qué trabajó con denuedo para que el Reino de Dios y su justicia sean la marca determinante de la Iglesia. Su partida es dolorosa, pero al mismo tiempo se vive con una gran convicción de esperanza, esa misma que él encarnó con tanta fuerza espiritual, con la que quiso dar la identidad a este año jubilar 2025. [3]
Y, ¿qué te dice la Pascua a ti, amable lector? Y Francisco, ¿qué legado te deja? Es reiterado nuestro énfasis en la fragilidad inherente a nuestra condición humana, cada día de la vida es un relato de la misma. No es una apología del lamento y de la tragedia ni una invitación al desencanto. Lo hacemos desde una conciencia realista y responsable, inscrita en la esperanza definitiva que Dios ha establecido en la Pascua del Señor Jesucristo. En la prolongada enfermedad de este Papa hemos asistido a una extraordinaria narrativa de debilidad y fortaleza. La historia de tantos hombres y mujeres que han vivido coherentemente este ideal, sorteando dificultades extremas, es un desafío para quienes hoy nos empeñamos en estructurar nuestra existencia en el seguimiento de Jesús. [4]
Es tal la magnitud de la experiencia pascual que el lenguaje habitual que utilizamos resulta insuficiente para comunicarla. No hay ni palabras ni conceptos suficientes con los que se pueda expresar esa realidad vivida por los discípulos, por eso acudieron al lenguaje de las apariciones. Hay que aprender a desentrañar la fuerza semántica de estos textos, aunando al análisis lingüístico una disposición sincera, dócil al Espíritu, de oración y de discernimiento, dejándonos sorprender por el Resucitado. Desde allí podremos apreciar la riqueza de estos relatos. Sólo así entrarán a hacer parte de nuestra vida y la remitirán a la misma Pascua que resignificó hasta el entusiasmo a Pedro y a sus compañeros. [5] Los escritos del Nuevo Testamento – cuyo común denominador es proclamar que el Crucificado es el Resucitado – no tienen como objeto explicar la materialidad del acontecimiento de la resurrección, sino invitar a vivir la misma experiencia de transformación que ellos vivieron. Sus núcleos originales son catequesis que presentan los hechos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, con el fin de motivar a muchos a seguir el mismo camino que ellos vivieron: la certeza creyente de Jesús como el Viviente, animando e inspirando la vida de aquellas primeras comunidades de creyentes.[6] Esta certeza del Resucitado, sin lugar a dudas, fue la inspiración que hizo de Francisco un testigo de la Vida, un incansable promotor de la misma, un portador del aliento teologal que dejó en millones de seres humanos el sabor del sentido pleno de la existencia, el que viene con Jesús y hace que lo nuestro sea un genuino experimento esperanza.[7] El relato de Francisco nos dice claramente que la resurrección es una nueva manera de vida en Jesús, supera con creces el prodigio espectacular, es el Espíritu que nos da la Vida, que nos hace nuevos, como a aquellos pioneros del cristianismo primitivo. Es imperativo saltar de la tristeza eclesiástica a la bienaventuranza pascual!
Los Hechos de los Apóstoles son elocuentes en narrar las peripecias, conflictos y persecuciones vividos por los discípulos. Las autoridades judías y romanas no sólo pretendieron matar a Jesús, también tenían el claro propósito de extirparlo de la memoria de los vivos. La crucifixión llevaba implícita la absoluta degradación del condenado y la práctica imposibilidad de que esa persona pudiera ser rehabilitada: “Los trajeron, pues, y los presentaron en el Sanedrín. El Sumo Sacerdote les interrogó; les dijo: Les prohibimos severamente enseñar en ese nombre; sin embargo, ustedes han llenado Jerusalén con su enseñanza y pretenden hacernos culpables de la muerte de ese hombre. Pedro y los apóstoles respondieron: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres… Nosotros somos testigos de estos hechos, y también el Espíritu Santo que ha dado a los que le obedecen. Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos”[8].
La genuina gloria del cristianismo no reside en su prestigio social ni en su fortaleza institucional, ni en los muchos influjos que ha podido tener en la configuración de muchas sociedades. Su gloria es la cruz, entendida esta no como la voluntad de un Dios sádico que victimizó a su Hijo y lo entregó a la muerte, sino como la capacidad de dar vida nueva, vida que es esencialmente liberadora para que el ser humano encuentre su plenitud de sentido en el Dios que se nos ha revelado en Jesucristo.
Los testigos originales de la Pascua nos transmiten la experiencia de aquella primitiva comunidad, cuya capacidad transformadora fue tal que ellos mismos se empeñaron en comunicarla para que muchos seres humanos a lo largo de los siglos pudieran vivir la misma realidad que en su momento los hizo a ellos partícipes de la humanidad-divinidad del Resucitado: “El Dios de nuestros antepasados resucitó a Jesús, a quien ustedes mataron colgándolo de un madero. Y Dios lo ha exaltado con su diestra como Señor y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estos hechos…”[9]
Como centro de la Palabra de este domingo nos encontramos con el bello relato del capítulo 21 de Juan, la aparición de Jesús a orillas del lago de Tiberíades:[10] “Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades”[11]. La expresión “se manifestó” tiene el significado de surgir de la oscuridad, es el amanecer, connotación del despunte del nuevo día que tiene fuerza simbólica de primer orden: los discípulos pasan de la percepción sensorial de Jesús y de la oscuridad en la que viven debido al aparente fracaso de la cruz a la experiencia de la fe pascual, a la luminosidad que trae para ellos la presencia del Resucitado. Los discípulos han vuelto a su cotidianidad de pescadores, no imaginan lo que está por suceder, retornan a la sencillez de su rutina. Eso sí, están juntos, siguen en comunidad, a pesar de la tristeza que los embarga: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos”[12]. Sin que ellos lo aguarden, Jesús se hace presente, gratuita iniciativa la suya que los invita a lanzar las redes, porque se sienten desanimados, no han logrado nada en toda la noche. Ahora esa presencia se torna eficaz, se traduce en abundancia de vida: “Les preguntó Jesús: muchachos, no tienen nada que comer? Le contestaron: no. El les dijo: echen la red a la derecha de la barca y encontrarán. La echaron, pues, y no conseguían arrastrarla por la gran cantidad de peces”[13]. En este resultado, que es vitalidad, alimento, abundancia, le reconocen: “El discípulo a quien Jesús amaba dijo entonces a Pedro: es el Señor”[14].
Descubrimos también un aspecto fundamental para la vida de la Iglesia: Jesús no suple la responsabilidad de los creyentes, él no interviene mágicamente para dispensarnos del compromiso de transformar la historia, nos tiende su mano confiando una misión y haciéndonos responsables de la misma, dotándonos del Espíritu que nos capacita para ese servicio de anunciar la Buena Noticia. [15] La parte final del texto es el hermoso coloquio entre Jesús y Pedro. Este no había percibido la presencia, pero al oír al otro discípulo se percató enseguida. El cambio de actitud de Pedro se refleja en la expresión “se ató”: “Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ató la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua”[16]. La misión se personaliza en Pedro. Este discípulo recibe de Jesús una representación de toda la Iglesia: tres veces le pregunta si lo ama – contrapartida de las tres negaciones – el Maestro espera de Pedro una rectificación total: “Insistió por tercera vez: Simón, hijo de Juan , me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: me quieres? Y le dijo: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. Le dijo Jesús: apacienta mis ovejas”[17]. Pedro renuncia a aquel ideal de Mesías triunfalista que se había forjado y entiende que lo que ahora se le propone es vivir el mismo servicio salvador de Jesús, también hasta la muerte y muerte de cruz. El pastoreo que Pedro recibe de Jesús indica el sentido del ministerio eclesial, no una constitución de poder autoritario, sino misión de dar la vida, de ofrecerse sin reservas a cada oveja del rebaño. [18]
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BIBLIOGRAFÍA
[1] BELLO, Haddy. Jesucristo, primicia, fundamento y consumación de nuestra esperanza. En Cuadernos de Teología volumen V número 2, páginas 74-86, diciembre 2013. Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 2013. BENEDICTO XVI. Carta Encíclica SPE SALVI En esperanza fuimos salvados. Tipografía Vaticana. Roma, 2007. ARRUPE, Pedro. En Él sólo la esperanza: selección de textos sobre el Corazón de Cristo. Mensajero. Bilbao, 1984. BOTEY, Jaume. Construír la esperanza. Cristianismo y Justicia. Barcelona, 2008.
[2] MEIER, John Paul. Un judío marginal: nueva visión del Jesús histórico. Tomo III: Compañeros y Competidores. Verbo Divino. Estella, 2010. MARTÍNEZ FRESNEDA, Francisco. Los discípulos. En https://www.dehesa.unex.es/bitstream/10662/2207/1/1886-4945_3__259.pdf BRAVO ALVAREZ, Gonzalo. El discipulado postpascual. En Veritas volumen IV número 20, páginas 9-28. Pontificio Seminario Mayor San Rafael, Valparaíso, 2009. GUILLET, Jacques. El Jesús de los discípulos. Mensajero. Bilbao, 1998.
[3] IVEREIGH, Austen. El gran reformador. Francisco, retrato de un papa radical. Ediciones B. Madrid, 2025. POLITI, Marco. Francisco entre los lobos. El secreto de una revolución. Fondo de Cultura Económica FCE. Ciudad de México, 2015. TORRALBA, Francesc. La revolución de la ternura. El verdadero rostro del papa Francisco. Milenio. Madrid, 2014. HERRANZ CASADO, Julián. Dos Papas. Rialp. Madrid, 2023. CERCAS, Javier. El loco de Dios en el fin del mundo. Random House. Barcelona, 2025. FRANCISCO, Esperanza: la autobiografía. Plaza & Janés. Barcelona, 2025.
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[5] FULLER, Reginald H. The formation of the Resurrection narratives. McMillan. New York, 1971. LIBANIO, Joao Batista. Artículo Esperanza, utopía, resurrección en ELLACURÏA, Ignacio & SOBRINO, Jon. Mysterium Liberationis: conceptos fundamentales de la teología de la liberación. Volumen 2, páginas 495-510. UCA Editores. San Salvador, 2008. MÜLLER, Ulrich B. El origen de la fe en la resurrección de Jesús. Estella. Verbo Divino, 2003. WILCKENS, Ulrich. La resurrección de Jesucristo: estudio histórico-crítico del testimonio bíblico. Sígueme. Salamanca, 1981.
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[8] Hechos 5: 27-29 y 32-33
[9] Hechos 5: 30-32
[10] ROSA BORJAS, Germán. La resurrección, un camino entrañable de amistad. Del sepulcro vacío al lago de Tiberíades. En https://www.repositorio.uca,edu.ni/4474/1/La%20Resurreccion%20un%20camino%20entrañable.pdf SOBRINO, Jon. Ante la resurrección de un crucificado: Una esperanza y un modo de vivir. En Revista Concilium número 318, páginas 760-761. Verbo Divino. Estella, noviembre 2006. GRESHAKE, Gisbert. Más fuertes que la muerte: lectura esperanzada de los novísimos. Sal Terrae. Santander, 1981.
[11] Juan 21: 1
[12] Juan 21: 2
[13] Juan 21: 5-6
[14] Juan 21: 7
[15] CASTILLO, José María. Espiritualidad para insatisfechos. Trotta. Madrid, 2011. RADCLIFFE, Timothy. Ser cristianos en el siglo XXI. Sal Terrae. Santander, 2011. SOBRINO, Jon. Liberación con espíritu. Apuntes para una nueva espiritualidad. Sal Terrae. Santander, 1989. GALILEA, Segundo. El seguimiento de Cristo. San Pablo. Madrid, 1984. PAPA FRANCISCO. Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium La Alegría del Evangelio. Tipografía Vaticana. Roma, 2013. ARTIGA GONZÁLEZ, Alvaro. Una sociedad según el corazón de Dios. La polis cristiana en el pensamiento de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. UCA Editores. San Salvador, 2017.GIMÉNEZ BELIVEAU, Verónica. La religión ante los problemas sociales: espiritualidad, poder y sociabilidad en América Latina. CLACSO Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Buenos Aires, 2020.
[16] Juan 21: 7b
[17] Juan 21: 17
[18] CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. El primado del sucesor de Pedro en el misterio de la Iglesia. Tipografía Vaticana. Roma, 1998. AGUIRRE MONASTERIO, Rafael (Editor) Pedro en la Iglesia primitiva. Verbo Divino. Estella, 1991.