Lecturas: Génesis 3, 9-15. 20; Efesios 1, 3-6.11-12; Lucas 1, 26-38
En aquel tiempo Dios envió al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, donde vivía una joven llamada María, que era virgen pero estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. El ángel entró en el lugar donde ella estaba, y le dijo: “¡Salve, llena de gracia! El Señor está contigo”. María se sorprendió de estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: “María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios Altísimo, y Dios el Señor lo hará Rey, como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin”. María le preguntó al ángel: “¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios Altísimo se posará sobre ti. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu pariente Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana; la que decían que no podía tener hijos, está encinta desde hace seis meses. Para Dios nada es imposible”. Entonces María dijo: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel la dejó y se fue (Lucas 1, 26-38).
La solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, que este año coincide con el II Domingo del Adviento, es una de las tres fiestas de guarda establecidas por la Iglesia Católica en fechas fijas. Las otras dos son la del Nacimiento de Jesús (25 de diciembre) y la de Santa María Madre de Dios (1 de enero). Meditemos sobre la Inmaculada Concepción de María a la luz del Evangelio y las otras lecturas propuestas para hoy por la liturgia.
1. ¡Ave María purísima, sin pecado concebida!
En el año 1854 el Papa Pío IX definió así la verdad de fe que hoy celebramos: “…declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, es revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles”.
Ahora bien, la Concepción Inmaculada de María y la Encarnación del Verbo de Dios son dos misterios distintos: el de María sin pecado concebida, que se celebra el 8 de diciembre (9 meses antes del 8 de septiembre, fecha en que se conmemora su nacimiento), y el de la concepción de Jesús, que se celebra el 25 de marzo (9 meses antes del 25 de diciembre). Se suele aplicar erróneamente el término “inmaculada concepción” a la encarnación del Verbo de Dios en el seno de María, bajo el supuesto de que, como su embarazo sucedió sin que ella tuviera relaciones con José, por eso concibió a Jesús sin pecado. Esta mentalidad corresponde a la idea errónea de que las relaciones sexuales son de por sí pecaminosas. Pues no, porque si se tienen de acuerdo con la voluntad de Dios son todo lo contrario, el medio que el Creador dispuso para la complementación de la pareja conyugal y la reproducción de la existencia humana (“sean fecundos y multiplíquense”: Génesis 1,28). Lo que afirma nuestra fe es que el Verbo de Dios se encarnó en la Virgen María por obra y gracia del Espíritu Santo, lo cual significa que el inicio de la existencia de Jesús como Dios hecho hombre en su seno, sucedió en virtud de una directa intervención divina.
2. María, la “Llena de gracia…”
La escogencia del Evangelio de la Anunciación para la fiesta de la Inmaculada Concepción de María obedece a que es llamada llena de gracia: es decir, a que el pecado nunca existió en ella. Y lo que dice la primera lectura en el relato del pecado original, cuando Dios se dirige a la serpiente que simboliza al maligno, se aplica a María santísima: “la descendencia de la mujer te herirá la cabeza cuando tú la hieras en el talón”. Por eso las imágenes la suelen representar pisando la cabeza de una víbora.
Podemos entonces afirmar que en María se cumplió plenamente, no sólo después de su nacimiento, sino desde el inicio de su existencia en el seno de su madre (a quien la tradición identifica como santa Ana), lo que diría Pablo en la segunda lectura: Dios Padre nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Es lo que evocamos en el Avemaría, al proclamarla, como lo hizo su pariente santa Isabel, bendita entre todas las mujeres (Lucas 1, 42)
3. María, la servidora del Señor, dispuesta a que en ella se haga la voluntad de Dios
Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra, es la respuesta de María al aceptar la misión de ser la madre de Jesús. En el mismo Evangelio de Lucas, cuando una mujer exclama dirigiéndose a Jesús dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron, Él dice: dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica (Lc 11,27-28). Lo que Jesús quiso manifestar de esta forma es que María debía ser llamada dichosa porque siempre estuvo dispuesta a hacer lo que Él nos enseñó a expresar en el Padrenuestro: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Pidámosle hoy a María, que interceda por nosotros para que, por la acción redentora de Jesús y con el poder santificador del Espíritu Santo, seamos liberados de todo pecado en virtud de la gracia que hemos recibido en nuestro bautismo, para estar en y del todo dispuestos, como ella y como su Hijo Jesús, a cumplir la voluntad de Dios, que es voluntad de Amor. Es decir, a en todo amar y servir. Así sea.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones suscita en mí el Evangelio con respecto al misterio de la Inmaculada Concepción de María?
2. ¿Cómo puedo aplicar a mi vida el significado de la imagen de María pisando la cabeza de la serpiente?
3. ¿Cómo puedo aplicar a mi vida lo que dice la Palabra de Dios en la segunda lectura de hoy?