En la cena pascual dijo Jesús a sus discípulos: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a Él y haremos morada en Él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que ustedes están oyendo no es la mía, sino la del Padre que me envió. Les he hablado ahora que estoy a su lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo que les enviará el Padre en mi nombre, les enseñará y les irá recordando todo lo que les he dicho. La paz les dejo, mi paz les doy. No la doy como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde. Ustedes me han oído decir: ‘me voy y vuelvo al lado de ustedes’. Si me amaran se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho a ustedes ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, sigan creyendo” (Juan 14, 23-29).
Con la vivencia pascual de la resurrección de Jesús, sus primeros discípulos, así como experimentaron la realidad de su ausencia física, también tuvieron la vivencia de una nueva forma de estar Él con ellos. El Evangelio se refiere a este nuevo modo de presencia que el mismo Jesús les había anunciado cuando, en la última cena antes de su muerte en la cruz, los quiso preparar para que pudieran comprender el sentido final del acontecimiento del Calvario. Centrémonos en tres frases del Evangelio que acabamos de escuchar, y tratemos de aplicarlas a nuestra vida.
1. “Vendremos a él y haremos morada en él”
Según los Evangelios de Marcos y Mateo, Jesús había comenzado su predicación diciendo: “El Reino de Dios -el Reino de los Cielos– está cerca” (Mc 1, 14; Mt 4, 17). En el Evangelio de Lucas, Jesús dice: “el Reino de Dios está dentro de ustedes” (Lc 17, 21). Las expresiones Reino de Dios o Reino de los Cielos, evocadas por los tres primeros evangelios, equivalen en el lenguaje bíblico de Juan al poder del Amor que es Dios mismo. Por eso, cuando Jesús dice que quien guarda su palabra será morada de Dios, quiere significar que el cumplimiento del mandamiento del amor que Él mismo les dio a sus discípulos es lo que hace posible que Dios mismo habite en quienes escuchan sus enseñanzas.
Jesús habla en plural: “vendremos a Él y haremos morada en Él”. En un primer momento se refiere a su Padre y a Sí mismo, pero más adelante menciona al Espíritu Santo: “el Espíritu Santo que les enviará el Padre en mi nombre les enseñará y les irá recordando todo lo que les he dicho”. En otras palabras: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, la Santísima Trinidad, habita donde hay AMOR, en el sentido auténtico y completo de esta palabra. Por eso mismo uno de los himnos más antiguos y más hermosos de la liturgia de la Iglesia comienza con esta frase en latín: “Ubi caritas et amor, Deus ibi est” (“Donde hay caridad y amor, allí está Dios”).
Jesús se refiere al Espíritu Santo como el Paráclto, término procedente del griego que corresponde en latín a advocatus y literalmente significa aquel que es llamado o invocado como abogado defensor. También Paráclito significa Consolador. Jesús emplea esta imagen para expresar que el Espíritu de Dios está junto a nosotros para ayudarnos a comprender y vivir su Palabra, y para defendernos y darnos la consolación necesaria en medio de las situaciones difíciles, como las que iban a enfrentar sus primeros discípulos en los comienzos de la Iglesia. Así lo vivió la primera comunidad cristiana, por ejemplo cuando tuvo que definirse frente a los judaizantes que pretendían imponer a los convertidos del paganismo las normas rituales del Antiguo Testamento, como se cuenta en la primera lectura (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2.22-29).
2. “La paz les dejo, mi paz les doy”
La palabra hebrea shalom (paz), significa lo máximo de bienestar y felicidad que podemos desear. En este sentido, no se trata únicamente de la ausencia de la guerra o de cualquier forma de violencia, sino sobre todo de la presencia en nuestra vida de Dios que es Amor, con todo el gozo que producen a su vez la armonía de unas relaciones humanas constructivas, la convivencia sin tensiones ni temores, la confianza mutua. En suma, es lo que simboliza la “nueva Jerusalén” anunciada en la segunda lectura (Apocalipsis 21, 10-14.22-33), teniendo en cuenta que Jeru-Salem significa “Ciudad de Paz”.
Esta paz verdadera es el resultado de la presencia activa de Dios en nuestras vidas. Pero sólo es posible si hay una disposición sincera a recibirla como un don suyo y a compartirla. Tal es el sentido de la evocación que en la Eucaristía se hace de esta frase de Jesús, en la oración que le dirigimos después del Padrenuestro, y del saludo de paz que se nos invita a darnos los unos a los otros inmediatamente antes de la comunión.
3. “No la doy como la da el mundo”
El “mundo”, en el lenguaje de los escritos bíblicos que corresponden a la predicación del apóstol san Juan, significa lo que es contrario a Dios en esta tierra.
En este sentido, la “paz” que da el mundo es sólo una apariencia: la pasividad, la inacción de una existencia en la que no sucede nada constructivo, la indolencia o ausencia de inquietud por lo que sucede alrededor, por los sufrimientos y las necesidades de los demás. La falsa paz del silencio por temor a las dificultades que pueda traer el decir lo que uno piensa o lo que siente. La falsa paz de las cadenas y de los sepulcros de las víctimas de la violencia, la falsa paz del sometimiento al poder del más fuerte.
Conclusión
Teniendo presente lo que dice Jesús en el Evangelio, pidámosle que nos envíe el Espíritu Santo para que podamos experimentar con la alegría propia de la fe pascual su presencia resucitada y resucitadora, para comprender y vivir lo que constituye la verdadera paz, y para que podamos contribuir constructivamente, cada cual y todos como comunidad de fe y de esperanza, a que la presencia de Dios Amor sea una realidad en nuestras vidas y en nuestro entorno social.
Y en este mes de mayo dedicado especialmente a la veneración de María santísima, sintámosla acompañándonos en la oración como lo hizo con la primera comunidad cristiana, mientras nos preparamos para la conmemoración del envío del Espíritu Santo en Pentecostés.