Lecturas bíblicas: Deuteronomio 26, 4-10; Salmo 90 (91); Romanos 10, 8-13; Lucas 4, 1-13
Después de su bautismo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: – «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: “Te daré el poder y la gloria de todo esto, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Jesús le contestó: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto»». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le contestó: «Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Completadas las tentaciones, el diablo se marchó hasta otra ocasión. (Lucas 4, 1-13).
Al recibir el miércoles pasado la señal de la cruz marcada con ceniza en nuestra frente, escuchamos las palabras “conviértete y cree en el Evangelio”. Convertirse es cambiar la mentalidad egoísta de apego a lo material, a la ambición de poder dominador y a la búsqueda de honores, para orientar la propia vida hacia Dios. Y creer en el Evangelio es acoger la Buena Noticia, que es lo que significa la palabra “Evangelio”. Jesús comienza a anunciarla precisamente diciendo “El reino de Dios está cerca”, y agrega enseguida: “conviértanse y crean en el Evangelio” (Marcos 1,15). Hoy, teniendo como trasfondo este anuncio del Señor y su invitación a convertirnos, la Palabra de Dios en las lecturas bíblicas nos exhorta a vencer las tentaciones siguiendo el ejemplo de Jesús, y a reafirmar nuestra confianza en su poder salvador.
1.- “El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo”
Jesús fue movido hacia el desierto por el aliento vital de Dios, el Espíritu Santo al que reconocemos en el Credo como la tercera persona de la Santísima Trinidad. Y es precisamente con el poder del Espíritu Santo como Jesús vence las tentaciones provenientes del “diablo” (en griego diábolos, traducción del hebreo satán o satanás), palabra que significa adversario y con la que es denominado en los textos bíblicos el poder del mal, el espíritu maligno que se opone al reino de Dios.
Los apetitos desordenados básicos de todo ser humano son la ambición de poseer, de dominar y de aparentar. Es decir, el hambre del dinero fácil, el deseo de poder sobre los demás para someterlos a los propios caprichos y la inclinación a la vanagloria. Esta es la triple tentación original y de siempre: el deseo de “ser como Dios” (Génesis 3, 5), pero no en el sentido de identificarse con lo que Él es realmente (Dios es Amor -1 Juan 4, 8.16-), sino en el de una concepción distorsionada de la divinidad, según la cual ser “dios” es tenerlo todo, esclavizar a los demás y hacerse adorar.
2. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios…”
Jesús acababa de ser proclamado Hijo de Dios en su bautismo, y ahora el tentador le hace tres propuestas, cada una con la frase inicial “si eres Hijo de Dios”. El relato de las tentaciones de Jesús en el desierto de Judea nos presenta una contraposición entre lo que muchos esperaban que fuera el Mesías prometido -un superhéroe que resolvería los problemas humanos por artes de magia, en forma poderosa y espectacular-, y su verdadera misión: hacer presente el reino de Dios, llevando hasta las últimas consecuencias el amor auténtico al entregar su propia vida en la cruz por la salvación de toda la humanidad.
Las respuestas de Jesús son expresiones de su condición de Hijo de Dios, cumplidor fiel de la voluntad de su Padre. Lucas termina el relato diciendo que “el diablo se marchó hasta otra ocasión”. En efecto, Jesús no sólo fue tentado en el desierto. Las tentaciones continuaron durante toda su vida pública, como cuando la gente quiso proclamarlo rey después de la multiplicación de los panes (Juan 6,15); o cuando sus opositores le exigían una señal espectacular para creer en Él (Mateo 16,1-4); o cuando, después de anunciarles a sus discípulos su pasión y muerte, Pedro -a quien le respondería “apártate de mí Satanás”- trató de disuadirlo (Mateo 16, 21-22); o finalmente, cuando en el Calvario quienes pasaban le decían: “Si eres el Hijo de Dios, bájate de la cruz”. (Mateo 27, 39-40).
3.- “Tú que habitas al amparo del Altísimo, di al Señor: confío en ti” (Salmo 91)
El libro Deuteronomio (26, 4-10) evoca en la primera lectura la profesión de fe de los israelitas, que rememoran su pasado como una historia de salvación anunciada a los patriarcas (Abraham, Isaac, Jacob), realizada en su liberación de la esclavitud de Egipto, y que sigue sucediendo gracias al poder del amor misericordioso de Dios. La confianza en este poder se canta en el Salmo 91 (90), propuesto para este domingo como salmo responsorial, no en la forma tergiversada en que lo cita el tentador, sino en el sentido de una fe inquebrantable en Dios porque, como dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura (Romanos 10, 8-13), “quien confía en Él no quedará defraudado”.
Por eso, en todo momento, pero de manera especial durante el tiempo de la Cuaresma, Dios nos invita a renovar nuestra confianza en su amor misericordioso manifestado en nuestro Salvador Jesucristo, disponiéndonos a una sincera conversión y pidiendo, como Jesús nos enseñó en el Padrenuestro, “no nos dejes caer en la tentación”. Así sea.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones o sentimientos espirituales suscita en mí el relato de las tentaciones de Jesús?
2.¿Cuáles considero que pueden ser o son las tentaciones que Jesús me enseña a vencer?
3.¿Cómo creo que puedo aplicar a la realidad social de hoy las tentaciones vencidas por Jesús?