Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: “Maestro, queremos que nos hagas el favor que vamos a pedirte. Él les preguntó: “¿Qué quieren que haga por ustedes?” Le dijeron: “Concédenos que en tu reino glorioso nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Jesús les contestó: “Ustedes no saben lo que piden. ¿Pueden beber este trago amargo que voy a beber yo, y recibir el bautismo que yo voy a recibir?” Ellos contestaron: “Podemos”. Jesús les dijo: “Ustedes beberán este trago amargo, y recibirán el bautismo que yo voy a recibir; pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí darlo, sino que les será dado a aquellos para quienes está preparado”. Cuando los otros diez discípulos oyeron esto, se enojaron con Santiago y Juan. Pero Jesús los llamó, y les dijo: “Como ustedes saben, entre los paganos hay jefes que se creen con derecho a gobernar con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás, y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser el esclavo de los demás. Porque ni aun el Hijo del hombre vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos (Marcos 10, 35-45).
1. “Ustedes no saben lo que piden…”
Jesús les acababa de anunciar por tercera vez a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, pero ellos no habían entendido nada. Imaginaban que Él iba restablecer gloriosamente el reino que había sido Israel unos diez siglos antes, en tiempos de David y Salomón. De ahí la petición de Santiago y Juan: estar junto a su trono para ser así los más importantes en su reino.
Y después de decirles lo equivocados que están, Jesús les pregunta si son capaces de beber el cáliz que Él va a beber y recibir el bautismo con que Él va a ser bautizado. Beber la copa es pasar un trance difícil -un trago amargo-, y el bautismo al que se refiere es la inmersión en las aguas tormentosas de la pasión para pasar a una vida nueva, y hacer posible este paso a toda persona que quiera identificarse con Él.
Santiago y Juan, como también los demás apóstoles -excepto Judas Iscariote-, sólo comprenderían el sentido de ese anuncio cuando recibieran el Espíritu Santo después de la muerte y resurrección de su Maestro. Y también con la iluminación del mismo Espíritu llegarían a entender en su verdadero sentido lo que es el “reino de Dios” que Él les venía anunciando desde los inicios de su predicación: no un poder dominador, sino el poder del Amor manifestado en la disposición a servir y dar la vida, con todo lo que significa ese “dar la vida”.
2. “El que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás”
El relato del Evangelio según san Marcos, que es el de hoy y que también se encuentra en el Evangelio según san Mateo-, lo sitúa el de Lucas al comenzar la última cena, cuando surge una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos es el más importante. Jesús entonces les dice: “El que manda tiene que hacerse como el que sirve. Pues ¿quién es más importante, el que se sienta a la mesa a comer o el que le sirve? ¿Acaso no lo es el que se sienta a la mesa? En cambio, yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lucas 22, 24- 27). Y precisamente así lo describe el Evangelio según san Juan: les lava los pies a sus discípulos -un rito que realizaban los esclavos-, y luego les dice: “Si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo, para que ustedes hagan unos con otros lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Juan 13, 13-15).
Esta enseñanza es diametralmente opuesta a la mentalidad de quienes conciben el poder como el dominio sobre los demás para someterlos a su servicio. Por eso, a la luz del ejemplo de Jesús, quien tenga una posición de autoridad, sea como padre o madre de familia, como educador o educadora, como jefe en una organización o como líder de un grupo, de una comunidad o de una colectividad, debe preguntarse si está ejerciendo esa autoridad con una auténtica disposición de servicio para el bien de todos, o con la actitud egoísta de quien sólo busca su propio interés y provecho personal y el de su círculo de favoritos.
3. “El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida…”
Jesús se refiere a los “jefes que se creen con derecho a gobernar como tiranos”, para señalar el contraste entre quienes buscan ser servidos como dueños de los demás y quienes quieran seguirlo a Él dispuestos a servir y a dar su vida en aras del bien de todos. Este contraste resulta muy significativo en nuestra situación actual, cuando no pocos líderes se dejan llevar por la ambición y la embriaguez arrogante del poder. Contrario a esa actitud, Jesús anuncia que Él ha venido a servir y a entregar su propia vida para la redención de muchos. Se cumplen así en Él las profecías del libro de Isaías contenidas en los “poemas del siervo -o servidor- de Yahvé”. En la primera lectura, que corresponde a uno de esos poemas (Isaías 53, 10-11), leemos que “su siervo (…) se entregó en reparación por los pecados”. Este es el sentido del misterio pascual de Cristo que se actualiza en el sacrificio y sacramento de la Eucaristía.
Por otra parte, el verdadero servidor se identifica con la situación y las necesidades de las personas a las que sirve, haciéndolas suyas, y en este sentido, el Evangelio de hoy guarda también una estrecha relación con lo que dice la segunda lectura (Hebreos 4, 14-16): Jesús se hizo igual a nosotros en todo menos en el pecado, dando su vida para rescatarnos: para liberarnos de las cadenas del mal y abrirnos a la vida eterna.
Pidámosle pues a María, la servidora del Señor por excelencia, la que inmediatamente después de reconocerse como “la esclava del Señor” acudió presurosa subiendo la montaña para acompañar y servir a su prima Isabel, de quien acababa de escuchar que estaba embarazada, que nos alcance de su Hijo Jesús la disposición constante a en todo amar y servir, a imagen y semejanza suya y de Él. Así sea.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones espirituales suscita en mí la contemplación de Jesús como servidor?
2. ¿Cómo siento que debo aplicar en mi vida cotidiana lo que enseña Jesús en el Evangelio de hoy?
3. ¿Qué relación percibo entre “servir y dar la vida”, a la luz de las lecturas bíblicas de este domingo?