Lecturas: Sabiduría 2, 12. 17-20; Santiago 3, 16 – 4, 3; Marcos. 9, 30-37
En aquel tiempo Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea; Él no quería que se supiera, porque iba enseñándoles, y les decía: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará” Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían ustedes por el camino?” Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre si quién era el mayor. Entonces se sentó, y llamó a los Doce, y les dijo: “Quién quiera ser el primero, sea el último y el servidor de todos”. Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquél que me ha enviado” (Marcos. 9, 30-37).
1. Jesús anuncia por segunda vez su pasión, muerte y resurrección
Lo primero que encontramos en el Evangelio de hoy es el segundo de los tres anuncios que los relatos evangélicos nos cuentan que les hizo Jesús a sus discípulos acerca de su pasión, su muerte en la cruz y su resurrección gloriosa.
Si bien estos anuncios fueron narrados después de los acontecimientos del Calvario y en el contexto de la experiencia pascual de los primeros seguidores de Jesús, su significado tiene que ver con el verdadero sentido de la fe en Él como el Mesías o Cristo, el Ungido o consagrado, no como un jefe político o un guerrero victorioso, sino como el servidor de Dios, y por lo mismo de la humanidad, para liberarnos a todos de cuanto nos impide ser verdaderamente felices.
Aquellos primeros discípulos de Jesús, empezando por los doce a quienes había elegido sus apóstoles, es decir sus enviados a proclamar el evangelio, la buena noticia de la liberación que Dios está dispuesto obrar en cada ser humano si le abre espacio en su vida a la acción transformadora de su Espíritu, tenían el peligro de malinterpretar las palabras y los hechos de su Maestro reduciéndolo a un líder terrenal que no sólo los libraría de la dominación del imperio romano que padecían, sino que además les daría a ellos, sus elegidos, una cuota importante de poder en el “reino” que les había dicho que venía a establecer.
Por eso, para que se bajen de esa nube de ambiciones terrenales, Jesús les anuncia lo que verdaderamente implica el cumplimiento de su misión como Mesías: entregar su vida por completo, hasta la última gota de su sangre, como consecuencia de solidarizarse hasta lo último con los pobres, los pequeños, los oprimidos, las víctimas de la injusticia y la violencia en todas sus formas.
2. Jesús nos enseña el valor de la disposición a servir a los demás
Esa disposición de solidaridad es lo que Jesús nos muestra en su propia vida puesta al servicio desinteresado de todos los seres humanos sufrientes o necesitados. Y por eso cuando sus discípulos se pelean entre sí discutiendo quién es o va a ser el mayor o el más importante, Jesús les dice que “el que quiera ser el primero, deberá ser el último de todos…” ¿Cómo? Pues disponiéndose a ser el servidor de todos.
En otro pasaje paralelo al del Evangelio de hoy, Jesús añade una explicación refiriéndose a su propio ejemplo de vida: “porque el Hijo del Hombre -como solía llamarse a sí mismo- no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mateo 20,28). Esta actitud de servicio nos conecta con la imagen profética del Mesías como el siervo o servidor anunciado unos cinco siglos atrás en el libro del profeta Isaías, como también con la del justo, descrito unos cincuenta años antes de Cristo en el libro de la Sabiduría del cual está tomada la primera lectura de este domingo (2, 12. 17-20), quién por solidarizarse con las víctimas inocentes de la injusticia les resulta incómodo a los que obran el mal aprovechándose del pobre, oprimiéndolo y explotándolo en beneficio de sus propios intereses egoístas.
Y la Carta de Santiago, en la segunda lectura (3, 16 – 4, 3), nos invita a una actitud opuesta a la de quienes obran el mal. La actitud que debe identificar a los seguidores de Cristo es la de los «amantes de la paz», que son «comprensivos y llenos de misericordia».
3. Jesús nos invita a encontrar a Dios en los humildes, sencillos y pequeños
Jesús en otra parte de los Evangelios resalta la importancia de hacernos cómo niños, en el sentido de reconocernos necesitados de la protección de Dios como el hijo pequeño necesita de su padre y su madre. En el pasaje que corresponde al Evangelio de hoy emplea también la imagen de los niños para invitarnos a reconocer y atender las necesidades del prójimo. Este es el sentido de la frase de Jesús al final del Evangelio de hoy: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquél que me ha enviado”. En otras palabras, atender o acoger al desvalido y ponerse a su servicio es atender y acoger a Jesús mismo y a Dios Padre.
Pidámosle pues al Señor, invocando la intercesión de María santísima, que nos disponga a servir para que así podamos ser verdaderamente felices al participar en el reino de Dios que Él vino a proclamar y a hacer presente en nosotros, si dejamos que actúe su Espíritu Santo en nuestra vida: un reino de amor, de justicia y de paz. Así sea.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones o sentimientos espirituales suscitan en mí las lecturas de este domingo?
2. ¿Cómo resumiría yo en tres palabras el mensaje central del Evangelio de hoy?
3. ¿Qué siento que significa para mí lo que dice Jesús acerca de los niños?