Lecturas: 1 Samuel 26, 2.7-9.12-13.32-23; 1 Corintios 15, 45-49; Lucas 6, 27-38
Después del discurso de las bienaventuranzas, Jesús prosiguió con estas palabras: “A ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los insultan. Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra; y si alguien te quita la capa, déjale que se lleve también tu camisa. A cualquiera que te pida algo, dáselo, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames. Hagan con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes. Si aman solamente a quienes los aman a ustedes, ¿qué hacen de extraordinario? Hasta los pecadores se portan así. Y si hacen bien sólo a quienes les hacen bien a ustedes, ¿qué tiene eso de extraordinario? También los pecadores se portan así. Y si dan prestado sólo a aquellos de quienes piensan recibir algo, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores se prestan unos a otros, esperando recibir unos de otros. Ustedes deben amar a sus enemigos, y hacer el bien, y dar prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa, y ustedes serán hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos. Sean ustedes misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen a otros, y Dios no los juzgará a ustedes. No condenen a otros, y Dios no los condenará a ustedes. Perdonen, y Dios los perdonará. Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta. La misma medida con que ustedes den a otros, será empleada con ustedes” (Lucas 6, 27-38).
1. “Hagan con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes”
Desde mucho antes de Cristo existía en las distintas expresiones de la sabiduría humana el precepto de no hacerles a los demás lo que uno no quiere que le hagan. Por ejemplo:
– A Pitaco de Mitilene (650-570 a.C.), uno de los “siete sabios” de Grecia anteriores a Sócrates, se le atribuye esta frase: “No hagas a tu vecino lo que no pudieras sufrir tú mismo”.
– Del sabio chino Confucio (551-479 a.C.), según los escritos compilados con el título “Analecta”, proviene esta frase similar: “Lo que no deseas que otros te hagan a ti, no lo hagas a los demás”.
– El budismo, cuyos orígenes datan del siglo V a.C., plantea en el Udana Varga esta máxima: No dañes a otros con lo que pudiera dolerte a ti mismo.
– En el Mahabharata (siglo IV a.C.), libro sagrado del hinduismo, se dice: Esta es la suma del deber: no hagas nada a otros que, si te lo hicieran a ti, te pudiera causar dolor.
– Las tradiciones judías del Talmud dicen a su vez: Lo que es odioso para ti, no se lo hagas a tu prójimo. Esta es toda la ley; el resto es comentario. Y en el Antiguo Testamento de la Biblia, el libro de Tobías, escrito hacia el siglo II a.C. dice: Lo que no quieras que te hagan, no se lo hagas a los demás (4,15).
La primera lectura muestra cómo David, cuando estaba siendo perseguido por el rey Saúl, tuvo la oportunidad de darle muerte y no lo hizo. Pero lo que Jesús enseña va más allá de evitar hacer el mal: Él nos invita a hacer siempre el bien. Siete siglos después el libro islámico del Corán diría: “Ninguno de ustedes es creyente hasta que desea para su hermano lo que desea para sí mismo”. Pero más aún, Jesús invita a hacer el bien sin esperar recompensa, e incluso devolviendo bien por mal. Este es el sentido completo de su enseñanza sobre tratar a los demás como uno espera ser tratado, que es llamada la “regla de oro” de las relaciones humanas. El libro bíblico Levítico (19, 18.33-34) -siglo V a.C.- dice “ama a tu prójimo como a ti mismo” y “no hagan sufrir al extranjero que viva entre ustedes, trátenlo como a uno de ustedes, ámenlo, pues es como uno de ustedes, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto”. Sin embargo, estas prescripciones no se refieren a los enemigos o a los ofensores. Ahora bien, Jesús enseña a sus discípulos a orar diciéndole a Dios Padre «perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden», y da el ejemplo con la primera de sus «siete palabras» en la cruz: «Padre, perdónalos…» (Lucas 23, 34).
2. “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”
La palabra miseri-cordia significa la apertura del corazón hacia las miserias o desdichas humanas. Tiene que ver así con la compasión (com-padecer es padecer conjuntamente con otro u otros), pero indicando que esa actitud se dirige específicamente a quienes sufren física, emocional o espiritualmente, e incluso a quienes se comportan “miserablemente” (cómo se suele decir), movidos por intenciones malignas. Por eso, obrar con misericordia no es fácil; necesitamos para ello la fuerza constructiva del Espíritu Santo. En el Evangelio según san Mateo (5, 48) Jesús culmina su exhortación a amar a los enemigos diciendo: sean ustedes perfectos, como su Padre celestial es perfecto. Y en el de Lucas, sean ustedes misericordiosos, como su Padre es misericordioso. O sea que la perfección de Dios es su misericordia, y es a esa perfección de Dios, que es Amor (1 Juan 4, 8.16), a la que nos invita Jesús con su mandamiento nuevo: “ámense unos a otros como yo los he amado”. Él es “el rostro de la misericordia del Padre”, escribió el papa Francisco en su convocatoria al año de la misericordia (el 2016); y más recientemente, en su encíclica del 2024 titulada en latín “Dilexit nos” (Nos amó) y dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, recalca este atributo esencial de Dios.
3. “La misma medida con que ustedes den a otros, será empleada con ustedes”
Esta frase podemos relacionarla con la parábola del juicio final en el Evangelio según san Mateo (25, 31-46), con la cual nos enseña Jesús que todo lo que les hayamos hecho o dejado de hacer a los demás, se lo habremos hecho o dejado de hacer a Él mismo. Por eso en la medida en que demos recibiremos, pues, como diría san Juan de la Cruz (1542-1591), “al atardecer de nuestra vida, seremos examinados en el amor”. Pidámosle pues al Señor, invocando la intercesión de María, “Madre de misericordia” (es decir, Madre de la Misericordia en Persona, que es su Hijo Jesús), que nos llene del Espíritu Santo, Espíritu de amor, para poner
en práctica sus enseñanzas, que se compendian en el amor misericordioso sin límites ni fronteras. Así sea.
Preguntas para la reflexión
1. ¿A qué siento que me mueve la enseñanza de Jesús sobre la “regla de oro” de las relaciones humanas?
2. ¿Cómo siento que debo aplicar en mi vida cotidiana la exhortación de Jesús a practicar la misericordia?
3. ¿Cuál considero que debe ser mi compromiso como discípulo/a de Jesús en hechos concretos de perdón?