«Sólo una cosa es necesaria»

El mensaje del domingo

XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Jesús siguió su camino y llegó a una aldea, donde una mujer llamada Marta lo hospedó. Marta tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús para escuchar lo que él decía. Pero Marta, que estaba atareada con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: —Señor, ¿no te preocupa nada que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude. Pero Jesús le contestó: — Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por demasiadas cosas, pero sólo una cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la va a quitar (Lucas 10, 38-42).

1. Dos formas de atención al Señor

La aldea a la que se refiere san Lucas es Betania, mencionada en el Evangelio según san Juan. Queda cerca de Jerusalén y allí vivían Lázaro, Marta y María, tres hermanos amigos de Jesús.
Lucas dice que Marta lo recibió en su casa, lo cual parece indicar que ella era quien manejaba los asuntos domésticos, y que el huésped principal era Jesús, aunque no el único, pues los
apóstoles iban de camino con Él hacia Jerusalén. Cada una de las dos hermanas atiende al invitado de distinto modo. Marta preparándole algo de comer y beber, y María escuchándolo.
Son dos formas de ejercer la hospitalidad, pues, así como hay que ofrecerle algo al visitante, también es preciso conversar con él. Sin embargo, según el Evangelio, una de estas formas de
atención es la única necesaria. ¿Qué nos quiere decir con esto la Palabra de Dios?

Se suele interpretar este pasaje del Evangelio en el sentido de una contraposición entre la vida contemplativa -representada en María- y la vida activa -representada en Marta-, para concluir que la primera es más valiosa que la segunda. Sin embargo, en lugar de oponerlas, podemos más bien considerarlas como complementarias. Existen distintas formas de servir al Señor, unas caracterizadas por la dedicación intensiva a la oración, que son las propias por ejemplo de las comunidades religiosas llamadas de “vida contemplativa”, y otras dedicadas al trabajo en distintos frentes de la acción pastoral, educativa o social, que es el que realizan las comunidades religiosas de “vida activa” y también el que corresponde a variadas modalidades del apostolado laical. Ahora bien, en todas estas formas de servir al Señor es necesaria la disposición a escuchar atentamente su Palabra.

2. No desperdiciar la presencia del Señor

La primera lectura bíblica de este domingo (Génesis 18, 1-10a) cuenta cómo Abraham recibió y atendió a tres visitantes, reconociendo la presencia de Dios que se le manifestaba a través de
ellos para anunciarle que su esposa tendría un hijo, el cual sería Isaac. Abraham no desperdició esa presencia trinitaria de Dios.

Como les sucedió en Mambré a Abraham y Sara, y en Betania a Marta y María, el Señor se hace presente de muchas maneras en nuestra vida cotidiana. Por ello nos es necesaria una disposición constante a no dejarlo pasar de largo, a aprovechar al máximo su cercanía. Esta cercanía de Dios para nosotros es precisamente la de Jesús, que como dice san Pablo en la segunda lectura (Colosenses 1, 24-28), “está entre ustedes y es la esperanza de la gloria que tendrán”.

Él ha querido dejarnos su presencia en la Eucaristía, de modo que podemos encontrarlo en el Sagrario. También está por el Espíritu Santo presente en cada uno de nosotros, por lo que
asimismo podemos escucharlo en distintos lugares y momentos. Y asimismo se nos hace presente en nuestros prójimos, especialmente en los más necesitados de atención. ¿Qué hacer
para no desperdiciar su presencia? La actitud de María de Betania nos da la respuesta: estar en disposición de escucha, de atención a lo que quiere decirnos el Señor.

3. “Sólo una cosa es necesaria…”

El ajetreo de las preocupaciones materiales puede impedirnos atender a lo que nos quiere decir el Señor. El atafago cotidiano, sobre todo cuando nos dejamos llevar del activismo, de la adicción al trabajo sin descanso, nos puede llevar a carecer de espacios de silencio interior para disfrutar de una buena lectura -y ante todo de la lectura de la Palabra de Dios-, para meditar sobre el sentido de lo que hacemos, o para atender a lo que el Señor quiere decirnos a través de quienes conviven con nosotros bajo el mismo techo o laboran en nuestros mismos lugares de trabajo, o para detenernos a contemplar las maravillas de su creación, o para reflexionar sobre los acontecimientos mismos de nuestra vida cotidiana en los cuales puede estar presente un llamado especial de Dios.

Pensemos por ejemplo en la familia: esposos enfrascados en sus ocupaciones, que no buscan espacios para escucharse mutuamente; padres y madres que trabajan para darles bienestar
material a sus hijos, pero no prestan atención a sus necesidades afectivas e incluso se pierden de lo que podrían aprender de ellos y de las oportunidades que tendrían de ayudarles si dedicaran por lo menos algo de su tiempo a escucharlos. O pensemos también en empresas u organizaciones en las que lo único importante es trabajar, trabajar y trabajar para producir,
producir y producir, sin que haya espacios para la atención a las necesidades emocionales y espirituales de las personas.

Dispongámonos por tanto a poner en práctica los correctivos requeridos para vivir de acuerdo con la verdadera prioridad, que en definitiva es lo único necesario: abrir espacios en nuestra vida cotidiana para escuchar a Dios en el silencio interior de la oración personal y en lo que pueden o necesitan decirnos las personas con las que convivimos o trabajamos.

Adición

Hoy celebra Colombia la fiesta que conmemora el grito de independencia con el cual tuvo su inicio la liberación de este país del dominio colonial. Esta liberación sigue siendo un ideal que es preciso ir logrando con la colaboración de todos, de acuerdo con el lema que enuncia nuestro escudo nacional: “libertad y orden”. Una libertad constructiva sin opresiones ni autoritarismos dictatoriales, y un orden auténtico de justicia mediante el respeto a las instituciones y a las personas. Sea esta la ocasión de pedirle al Señor que nos disponga a escuchar el clamor -con frecuencia silencioso o silenciado- de las víctimas de la injusticia y de todas las demás formas de violencia, para solidarizarnos en la construcción de una convivencia pacífica sobre la base del reconocimiento efectivo de la dignidad y los derechos de todos. Así sea.

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