Vivir de acuerdo con la fe en Jesucristo implica la exigencia de una decisión tajante. “Escojan hoy a quién servir”, dice en la primera lectura Josué, a quien le correspondió dirigir la entrada de los israelitas en la tierra prometida después de la muerte de Moisés. Esta elección es difícil, pues la opción por el Dios verdadero exige renunciar a los ídolos, que son nuestros afectos desordenados.
2. “El Espíritu es el que da vida; la sola carne no sirve para nada”
Muchos de los que oían a Jesús no entendieron ni aceptaron sus enseñanzas porque pensaban que lo de comer su carne y beber su sangre era un acto caníbal. Se quedaban en la materialidad del signo y por eso no eran capaces de comprender su sentido espiritual.
El Salmo que este domingo se recita después de la primera lectura dice en una de sus estrofas que son los humildes los que pueden escuchar lo que dice el Señor y alegrarse al oír su Palabra: “que los humildes lo escuchen y se alegren”. En este mismo sentido, para entender y vivir el sacramento de la Eucaristía, al cual se refiere Jesús en su Discurso del Pan de Vida, es preciso que nos abramos con humildad y sencillez al don de la fe que nos llega por la acción del Espíritu Santo.
Y es el Espíritu Santo, por obra y gracia del cual fue posible que la Palabra de Dios se hiciera carne en Jesús de Nazaret, el que nos hace posible creer en la presencia real de Cristo en las especias eucarísticas del pan y el vino consagrados, que son su cuerpo y sangre gloriosos, es decir, su vida resucitada que nos alimenta espiritualmente en el camino de nuestra existencia presente.
3. “Señor, ¿A quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!”
Estas palabras del apóstol Pedro constituyen una oración que nosotros podemos hacer también nuestra. En medio de las tentaciones de abandonar el camino del seguimiento de Jesús, y ante el hecho de tantos que se resisten a acoger la Palabra de Dios o dejan de creer en Jesús, como le sucedió a Judas Iscariote, el traidor al que se refiere también el Evangelio de hoy (“Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar”), el Señor nos pregunta a nosotros lo mismo que a sus primeros discípulos: “¿También ustedes quieren irse?”.
Para responderle de la misma forma en que lo hizo Pedro, quien habla en el Evangelio como el apóstol que Jesús había escogido para ser después de su muerte y resurrección el máximo guía visible de la comunidad de fe que iba a ser su Iglesia, tenemos que disponernos con humildad y sencillez a dejarnos empapar por el Espíritu Santo, para que Jesús, la Palabra de Dios hecha carne en el seno de María y que se nos da como alimento espiritual en la Eucaristía, nos transforme y haga posible en cada uno de nosotros la vida eterna. Que así sea.
Preguntas para la reflexión
- ¿Qué considero que implica para mí creer en la Palabra de Dios, según lo que me dicen las lecturas bíblicas de este domingo?
- ¿Qué significa para mí la fe en el sacramento de la Eucaristía y cómo siento que debo vivirla?
- ¿Cómo siento que puedo aplicar a mi vida lo que le dice Pedro a Jesús (“¿Señor, A quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!”)?