Lecturas: Isaías 9, 1-3.5; 2ª Carta a Tito 2, 11-14; Lucas (2,1-14)
Por aquel tiempo el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo de todo el mundo. Este primer censo fue hecho siendo Quirino gobernador de Siria. Todos tenían que ir a inscribirse en su propio pueblo. Por esto José salió de Nazaret, de la región de Galilea, y se fue a Belén, en Judea, donde había nacido el rey David, porque era descendiente de David. Fue allá a inscribirse, junto con María, su esposa, que se encontraba encinta. Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz. Y allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en una pesebrera, porque no hubo lugar para ellos en la posada. Había en la misma comarca unos pastores que dormían en el campo y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Cristo Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y de pronto se juntaron con aquel ángel muchos otros ángeles del cielo que alababan a Dios diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres que Él ama» (Lc 2, 1-14).
La liturgia de la Iglesia propone para la fiesta de la Navidad cuatro eucaristías con diferentes lecturas: la Vespertina, la de Medianoche o de Nochebuena, la de la Aurora y la del Día. Aquí me referiré sólo a las lecturas de la de Nochebuena, que puede celebrarse también desde el 24 de diciembre en la tarde. Estas lecturas combinan la imagen de la luz y el reconocimiento de Jesús nacido en una humilde pesebrera, con la invitación a continuar disponiéndonos para su venida gloriosa al final de los tiempos.
1. La relación de la fiesta de la Navidad con el símbolo de la luz
Los Evangelios no señalan la fecha exacta del nacimiento de Jesucristo, pero la Iglesia comenzó a dedicar un tiempo especial a la conmemoración de la Navidad en el siglo IV, cuando el cristianismo fue establecido como religión oficial del imperio romano a partir de la conversión del emperador Constantino. Desde entonces se empezó a celebrar en Roma una liturgia especial la noche del 24 y durante el día 25 del último mes del año, para proclamar a Jesús nacido como la Luz del mundo, en lugar de la fiesta pagana del “Nacimiento del Sol Invicto”, que se celebraba en las fechas del solsticio de invierno. Este es el sentido que le damos los cristianos al anuncio profético de Isaías: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló.
Lo que el profeta proclamaba unos seis siglos A.C., nosotros lo aplicamos a la acción salvadora de Dios iniciada hace poco más de dos mil años con el nacimiento de Jesús y que culminaría con su muerte y su resurrección. Por eso podemos decir que el saludo navideño de “felices pascuas” hace referencia al inicio de esa acción salvadora que tiene su culmen en la pascua de Resurrección.
2. “Esto les servirá de señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”
La buena noticia -en griego eu-angelion- es un anuncio gozoso. Cuando Lucas relata el nacimiento de Jesús cuenta cómo les es anunciado a los pastores de Belén por el ángel o mensajero de Dios: les anuncio una gran alegría. A esta noticia gozosa se unen la alabanza a Dios y la proclamación de la paz para todos los seres humanos que quieran recibirla. Tal es el sentido del himno que inicia diciendo “Gloria a Dios”.
Hay además en el relato un detalle significativo: la señal por la que puede verificarse esa Buena Noticia es un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Es decir, a Dios que ha venido a salvarnos no hay que buscarlo en las alturas inaccesibles sino en la realidad cercana de lo humano, porque Él ha asumido nuestra propia naturaleza para redimirla. Tampoco en el lujo de los palacios, sino en la pobreza de un establo, en medio de la humilde sencillez de los pobres, representados en María y José, para quienes no hubo lugar en la posada, y en los pastores que recibieron la noticia y llegaron hasta el pesebre.
Se suele considerar a san Francisco de Asís como el inventor del “pesebre” navideño. Pero según el relato de Tomás Celano -su primer biógrafo-, lo que quiso Francisco fue que la Eucaristía de la Nochebuena se celebrara desde el año 1223 en un humilde establo de la aldea de Greccio. El centro de la celebración fue el pesebre o comedero de los animales, especialmente preparado, con un buey y un asno como únicos “extras”. No había actores humanos ni imágenes figurativas que representaran a María y José ni al Niño Jesús en la pesebrera, pero unos pastores de esa región participaron en aquella Eucaristía. No obstante, sí podemos reconocer en san Francisco al precursor de las representaciones actuales del nacimiento de Jesús. Unos tres siglos más tarde, san Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales [110 a 117], haría y luego propondría la “Contemplación del Nacimiento de Jesús”, imaginando la escena del pesebre.
3. “Una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos”
Pero nuestra celebración de la Navidad no debe quedarse en esta contemplación, sino llevarnos a la acción: al compromiso de una existencia vivida de acuerdo con el plan salvador de Dios. Esto es lo que nos dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su segunda carta a Tito, uno de sus colaboradores. Por eso, al unimos a los ángeles para dar gloria a Dios en el cielo y desear la paz en la tierra a todos los seres humanos que como tales, incluso con nuestras debilidades y limitaciones, somos amados por Dios, dispongámonos a poner en práctica lo que expresamos, siguiendo la exhortación de san Pablo en la segunda lectura, a que llevemos una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo, que sucederá para cada uno de nosotros cuando sea el momento de nuestro encuentro definitivo con Él en la eternidad. Así sea.
Preguntas para la reflexión
1. A la luz de las lecturas bíblicas de este domingo, ¿qué significa para mí celebrar la Navidad?
2. ¿Qué sentimientos o mociones espirituales suscita en mí la contemplación del Nacimiento de Jesús?
3. ¿Cómo considero que puede aplicarse el mensaje de la Navidad a la situación actual del mundo?