Lecturas: Daniel 12, 1-3; Salmo 16 (15); Carta a los Hebreos 10, 11-14.18; Marcos 13, 24-32
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días, después de una gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprendan de esta parábola de la higuera:
Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, ustedes deducen que el verano está cerca; pues cuando vean suceder esto, sepan que Él está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán; aunque el día y la hora nadie los sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre” (Marcos 13, 24-32).
Este pasaje del Evangelio, situado poco antes del relato de la pasión y muerte de Jesús, contiene parte de las exhortaciones finales que Él les da a sus discípulos “en el Monte de los Olivos, enfrente del templo” (Marcos 13. 3), a donde solía retirarse con ellos y desde donde podían verse la ciudad y el templo de Jerusalén que los romanos destruirían en el año 70. Sus palabras se nos presentan aquí en un género literario llamado “apocalíptico”, del griego apocalipsis, que significa revelación o acción de remover el velo que oculta los acontecimientos futuros. Y con la parábola de la higuera, Jesús invitaba a sus discípulos a tener en cuenta que este mundo presente es transitorio, incluso son transitorios hasta los lugares de culto religioso como el templo mismo, cuya destrucción verían los de esa misma generación, y por eso debían estar preparados para cuando le llegará a cada cual el momento de pasar de este mundo a la eternidad. La invitación es también para nosotros.
1. “Verán venir al Hijo del Hombre… con gran poder y majestad”
En otro lugar distinto del que corresponde a la primera lectura, pero también del libro de Daniel escrito hacia el año 165 A.C.-, cuenta este profeta la visión que tuvo de la venida gloriosa del Mesías: “Vi venir en las nubes del cielo como un Hijo de hombre (…). Se le dio poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin” (Daniel 7, 11-14). Este anuncio profético de su venida gloriosa parece ser una de las razones por las que Jesús en los Evangelios se llama a sí mismo “el Hijo del hombre”, además de referirse así a su naturaleza humana.
En este contexto, la primera lectura (Dn 12, 1-3), anunciando el triunfo definitivo del bien sobre el mal, nos presenta una visión de lo que será el juicio final, en la que aparece vencedor el arcángel Miguel, príncipe de los ángeles y cuyo nombre en hebreo significa quién como Dios, en respuesta a la rebeldía del otro “príncipe”, el de las tinieblas, que se negó a servir a Dios y es derrotado.
También en la primera lectura se dice que al final de los tiempos todos los seres humanos resucitarán: Los justos para una vida eternamente feliz, y quienes se hayan empecinado en el mal para el sufrimiento eterno. En el Evangelio Jesús anuncia que enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos. Y uno de los artículos del Credo dice que Jesús “ha de venir a juzgar a vivos y muertos”, Por eso la esperanza cristiana implica una actitud de alerta para que no nos sorprenda desprevenidos el momento del encuentro con Cristo resucitado al terminar nuestra existencia terrena.
2. “Sepan que Él está cerca, a la puerta”
Los primeros cristianos en el siglo I pensaban que estaba muy próximo lo que suele llamarse “el fin del mundo,” y con él lo que el Nuevo Testamento denomina en griego la “parusía”: la venida gloriosa y definitiva de Jesucristo resucitado, que dará comienzo a un orden nuevo. Sin embargo, esta creencia fue cambiando hacia una fe madura unida a la esperanza paciente en la victoria final del bien sobre el mal gracias al poder de Dios. De hecho, lo que llamamos “el fin del mundo” y a lo cual se refiere Jesús con los símbolos apocalípticos de un cataclismo cósmico inminente, diciendo que “no pasará esta generación antes de que todo se cumpla”, definitivamente ocurrirá cuando cada uno(a) de nosotros pase de esta existencia terrena a la eternidad para encontrarse con el Señor en esa nueva dimensión que asimismo se suele llamar “el más allá”.
En la oración que en la Eucaristía sucede al Padrenuestro, le pedimos a Dios Padre que nos libre de todos los males “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”. Así expresamos la esperanza en que un orden nuevo y futuro de justicia, de amor y de paz sucederá al desorden establecido actual de la injusticia, el odio y la violencia. Este es el sentido de lo que dice la segunda lectura de este domingo (Hebreos 10, 11-14.18), al afirmar simbólicamente que nuestro Señor Jesucristo “está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies”. Reafirmemos pues nuestra esperanza en este triunfo definitivo de Cristo resucitado sobre todos los poderes del mal.
3. “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”
Esta frase de Jesús en el Evangelio debe ser precisamente para nosotros un motivo de esperanza gozosa en medio de la certeza de la transitoriedad del mundo presente. Y al mismo tiempo, un estímulo para desapegarnos de todo lo material, que es pasajero, y poner toda nuestra confianza en el Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, su Palabra eterna hecha carne, que nos garantiza la certeza de una felicidad perdurable más allá de nuestra existencia terrena, si nos atenemos a sus enseñanzas.
Toda persona que cree de verdad en Jesucristo mira hacia el futuro no con miedo ni pesimismo, sino con la esperanza de quien sabe, desde la fe, que Dios Padre, gracias a la redención obrada por su Hijo Jesucristo, está siempre dispuesto a darnos la energía del Espíritu Santo para participar de su vida resucitada, desde ahora sacramentalmente, y en forma plena y definitiva cuando pasemos a la vida eterna. Invocando pues la intercesión de María y todos los santos, y evocando el Salmo 16 que se recita este domingo como responsorial y dice “me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”, renovemos nuestra confianza en Dios, seguros de que quien espera en Él escuchando su Palabra y procurando cumplir su voluntad, nunca será defraudado. Así sea.
Preguntas para reflexionar
1. ¿Qué mociones espirituales suscita en mí el anuncio de la venida gloriosa de Jesús?
2. ¿Cómo percibo que debo entender lo que significa el “fin del mundo” y lo que impica para mí?
3. ¿A qué siento que me invita Jesús al decir “cielo y tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”?