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Yo soy el pan de vida

El mensaje del domingo

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B – Agosto 4 de 2024
 Lecturas bíblicas: Éxodo 16, 2-4.12-15; Salmo 78 (77); Efesios 4, 17-24; Juan 6, 24-35

En aquel tiempo, al ver que ni Jesús ni sus discípulos estaban cerca de donde habían comido el pan multiplicado, la gente subió también a las barcas y se dirigió a Cafarnaum, a buscarlo. Al llegar al otro lado del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo viniste acá? Jesús les dijo: -Les aseguro que ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse, y no porque hayan entendido las señales milagrosas. No trabajen sólo por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les da vida eterna. Esta es la comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él. Le preguntaron: – ¿Qué debemos hacer para realizar las obras que Dios quiere que hagamos? Jesús les contestó: – La única obra que Dios quiere es que crean en Aquel que Él ha enviado. Le preguntaron entonces: – ¿Qué señal puedes darnos, para que al verla te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: “Les dio a comer pan del cielo”. Jesús les contestó: -Les aseguro que no fue Moisés quien les dio a ustedes el pan del cielo, sino que mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan que Dios da es el que ha bajado del cielo y da vida al mundo. Ellos le pidieron: -Señor, danos siempre ese pan. Y Jesús les dijo: -Yo soy el pan de vida; quien viene a mí nunca tendrá hambre; y quien cree en mí nunca tendrá sed (Juan 6, 24-35).

 

1.  No trabajen sólo por la comida que se acaba, sino por la que permanece y les da vida eterna

Jesús había saciado el hambre material de quienes lo buscaban para que les hiciera milagros físicos, pero Él los invitaba, como también nos invita hoy a nosotros, a no poner la meta última en lo material, sino en lo espiritual. Así como necesitamos el alimento del cuerpo, también necesitamos alimentar nuestro espíritu, porque de nada nos sirve estar saciados en lo material si no recibimos la nutrición espiritual. Gran parte de los seres humanos padecen hambre física, pero también muchos carecen de un adecuado alimento espiritual.

La crisis actual de la humanidad no sólo es una crisis económica, sino también una crisis del espíritu, en medio de la cual abundan ofertas mercantilistas que venden milagros en los medios de comunicación. Muchos buscan en la llamada “Nueva Era” una satisfacción al hambre espiritual que los aqueja. Sin embargo, las religiones de alivio instantáneo y los espiritualismos fanáticos se parecen a las drogas que alienan a las personas, haciéndolas incapaces de comprometerse en la construcción de una sociedad justa y equitativa.

 

2.  La única obra que Dios quiere es que crean en Aquel que Él ha enviado

Cuando Jesús responde de esta forma a quienes le preguntan qué deben hacer para realizar lo que Dios quiere, no los invita a una fe desentendida de los problemas sociales, sino a todo lo contrario: creer en Él significa adherirse de corazón a sus enseñanzas, centradas en el reino de Dios, que es reino de amor, de justicia y de paz, y llevarlas a la práctica.

En este sentido, nuestra fe en Jesucristo implica una revisión constante de nuestro proceder, preguntándonos qué hacemos y debemos hacer por los demás. No en el sentido de una asistencia paternalista, sino en el de contribuir a la transformación estructural de la sociedad, cada quién desde su hogar, su lugar de trabajo, sus relaciones cotidianas. Para ello necesitamos buscar y aprovechar espacios en los que nos encontremos con Dios y nos alimentemos de su Palabra.

 

3.  Yo soy el pan de vida; quien viene a mí jamás tendrá hambre, quien cree en mí jamás tendrá sed

En el Evangelio de Juan, siete frases con las que Jesús emplea imágenes significativas para referirse a su misión comienzan con “Yo soy”: Yo soy el pan de vida; Yo soy la luz del mundo; Yo soy la puerta; Yo soy el buen pastor; Yo soy la resurrección y la vida, Yo soy la vid; Yo soy el camino, la verdad y la vida. Antes de ellas, cuando la samaritana le comenta que está esperando al Mesías, Jesús le dice: Yo soy, el que habla contigo. Y cuando llegan al huerto de Getsemaní los que lo van a apresar y les pregunta a quién buscan, al contestar ellos “a Jesús, el Nazareno”, Él dice “Yo soy”, y sus captores caen al suelo. Este es el nombre con el que Dios se le había manifestado a Moisés doce siglos atrás: Yahveh, que en hebreo quiere decir Yo soy el que soy (Éxodo 3,14-16). Y el nombre Jesús significa también en hebreo Yo soy el que salva.

Su Discurso del Pan de Vida constituye un anuncio del sacramento de la Eucaristía que Él iba a instituir en la cena pascual, dándonos su propia vida para que nosotros tengamos vida eterna. Respondiéndoles a quienes le piden una señal para creer en Él, Jesús evoca el milagro narrado en la primera lectura (Éxodo 16, 2-4.12- 15), cuando Dios alimentó con el “maná” a los israelitas en el desierto, y se presenta a sí mismo como el nuevo alimento “bajado del cielo”, que no calma sólo el hambre, sino también la sed, y por eso más adelante va a decir: “quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Juan 6, 54).

Finalmente, después de la bienaventuranza prometida a quienes crean en su resurrección (“dichosos los que creen sin haber visto”), el evangelista les dice a sus lectores que todos los signos milagrosos relatados en su libro “han sido escritos para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida por medio de Él” (Juan 20, 31). El término griego “zoé” (zωή) significa en los escritos bíblicos la vida espiritual, distinta de la vida material o “bíos”(βίος), y se encuentra tanto en los textos anteriormente citados del cuarto Evangelio como en las tres cartas de san Juan. Se trata de una vida en plenitud: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”, dice Jesús al terminar su alegoría del Buen Pastor, empleando asimismo la palabra zoé (10, 10), y esa vida es la que Él nos comunica en la Eucaristía. También el apóstol san Pablo, en su carta a los Efesios de la que está tomada la segunda lectura de hoy (4,17-20), se refiere con la misma palabra y en el mismo sentido a la vida que viene de Dios (versículo 17) y que nos renueva espiritualmente (versículo 23).

Dispongámonos pues a recibir en la sagrada comunión a Jesús, Pan de Vida, para que Él nos transforme a imagen y semejanza de Él al comunicarnos su propia vida resucitada, e invoquemos a su santísima Madre para que, así como ella accedió a ser el instrumento de la Encarnación del Verbo de Dios, también nosotros seamos en nuestro entorno social instrumentos de su presencia, que es la presencia del Amor.

 

Preguntas para la reflexión
  1. ¿Qué mociones o movimientos espirituales suscita en mí lo que dice Jesús en el Evangelio de hoy?
  2. ¿Cómo percibo que debo aplicar a mi vida cotidiana esta enseñanza de Jesús?
  3. ¿Cuál siento que es, a la luz de lo que me dice hoy la Palabra de Dios, el sentido que debo darle a mi participación en la Eucaristía?
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