La escena que nos presenta el texto del evangelio de este domingo es ampliamente conocida por todos nosotros. Es una celebración de la vida que tiene una características que nos ayudan a comprender lo que significa la presencia de Jesús en estas bodas. Es algo normal contar a María entre los invitados, lo mismo que estén Jesús y sus discípulos. Sin embargo, el regalo de Jesús es poco usual y se sale de lo común que se acostumbra en dichas ocasiones. La clave está en la frase de María “hagan lo que Él les diga”. Ella, como buena madre y observadora de lo que acontece, se ha dado cuenta de que “no tienen vino” y se lo manifiesta a Jesús.
Es bueno entender que la celebración de las bodas entre los judíos, en tiempos de Jesús, tomaba varios días. Había que atender a los invitados. Por eso, la situación de la carencia del vino. Hubiera sido una situación embarazosa que quienes asistían a la fiesta se hubieran dado cuenta de la falta del vino. Al mismo tiempo, permite que Jesús realice el primer signo mostrando lo que es la solidaridad hecha vida. Siente que puede hacer algo por esta pareja, les puede ayudar, puede atender su necesidad. Vale la pena que nos preguntemos cómo actuamos cuando las personas cercanas a nosotros están en apuros, tienen alguna necesidad no prevista.
Cabe también preguntarnos sobre el vino y su significado. Me atrevo a pensar que tiene que ver con el amor, con lo que alimenta la relación de pareja entre un hombre y una mujer, lo que da sentido al compromiso que asumen ante el Señor por medio del sacramento del matrimonio. Puede ser eso y mucho más. Es mostrar cómo lo ordinario se puede convertir en algo extraordinario cuando el amor es el que nutre y alimenta la relación. Es un mensaje positivo y alentador para las parejas que toman la decisión de unir sus vidas para siempre.
Siempre me ha llamado la atención la actitud de María, la Madre del Señor. No se deja vencer ante la primera dificultad, expresada en la respuesta de Jesús “todavía no ha llegado mi hora”. Insiste y hace que Jesús realice este gesto de solidaridad y se convierte como lo dice el mismo texto “en el primer signo que realizó Jesús” y tuvo su efecto en los discípulos que “creyeron en Él”. Más aún, produjo su efecto en los recién casados, pues aunque el texto no lo dice, lo podemos suponer, y su preocupación se transformó en alegría y gozo.
Es lo que sucede cuando hacemos nuestras las necesidades e inquietudes de los demás, cuando la solidaridad se vuelve para nosotros una actitud de vida y nos lleva a asumir compromisos que van en beneficio de los demás. La escena en Caná de Galilea puede ser la de cualquiera de nuestras ciudades, la de cualquiera de los barrios de las mismas, le puede suceder a cualquier pareja que se encuentra en dificultades. La solidaridad se hace vida y ese es nuestro compromiso. Vivámosla.