La vocación es ante todo un don de Dios. No es algo que dependa completamente de nuestra libre decisión. Se mezclan la acción de la gracia y la respuesta de la persona. Sin embargo, la misión es la que el Señor quiere confiarle a quien es escogido. La tarea es aquella que el Señor le tiene preparada. De cada persona depende la respuesta y la manera de realizarla. Es el caso de Amós, en la primera lectura de este domingo, lo es también en el pasaje del Evangelio que se nos ofrece para nuestra consideración.
El llamado del Señor se va repitiendo a lo largo de la historia, pues Él necesita de personas concretas, con características propias, con una historia particular vivida en un contexto específico. Cada uno de nosotros tiene un llamado especial para una tarea particular. Son la vocación y la misión. La una va unida a la otra. Se interrelacionan y se integran. Vocación sin misión es tan solo algo abstracto. Misión sin vocación es algo incomprensible, por decir lo menos. La vocación es para una misión. Es el caso del profeta Amós. Llega a responder “no soy profeta ni hijo de profeta. Soy pastor y cultivador de higos”. El Señor le dice “ve y profetiza a mi pueblo de Israel”. Llamado y enviado. En el Evangelio sucede algo semejante. El Señor llama a los doce y los envía de dos en dos. Son los mismos verbos “llamar y enviar en misión”. Hay unos signos que acompañan el envío y unas actitudes que garantizan el cumplimiento de la misión. Todo esto se expresa en señales que la gente percibe y por lo tanto confirma la misión de quienes han sido enviados.
Hoy, cuando el mundo se ha tecnificado, cuando las distancias se han acortado, cuando el progreso es una de las características de nuestro tiempo, podemos preguntarnos si esos dos elementos, vocación y misión se dan también. La respuesta es clara: sí. Lo que sucede es que las cosas se dan de manera diferente. El llamado y el envío se dan dentro del contexto del momento actual para responder a necesidades concretas conforme a la situación que se vive. Podemos decir que ser profeta o apóstol, en pleno siglo XXI, es diferente a lo que podía ser en los tiempos de Amós el profeta o en la época de Jesús.
Sin embargo, el mundo sigue teniendo necesidad de hombres y mujeres que asuman la tarea de ser profetas, de ser voz de los que no tienen voz; que asuman el desafío de ser apóstoles, enviados, en un mundo que no tiene oídos bien dispuestos para escuchar su mensaje. A pesar de todo, el mensaje debe ser anunciado, el pecado debe ser denunciado y la esperanza deber ser proclamada. Son hombres y mujeres que se la juegan toda, incluso la vida, para cumplir la misión que se les ha confiado al ser llamados y enviados.
Me pregunto si somos conscientes, todos y cada uno de los bautizados de lo que significa la vocación a la que hemos sido llamados. Si estamos dispuestos a asumir la tarea, a realizar la misión, que se nos ha confiado. Es cierto que debemos tener en cuenta los cambios históricos, los contextos diferentes, en los cuales se deben realizar y vivir nuestros compromisos. De todas maneras, no podemos olvidar que ser cristiano no es solo ir a misa, orar personalmente o en familia, leer la palabra de Dios. Es algo más, es dar lo mejor de nosotros mismos para cumplir la misión que tenemos.