Confiar en la palabra
Estamos tan acostumbrados a oír expresiones como las siguientes “te doy mi palabra”, “confía en mi palabra” que no creemos que eso corresponda a la verdad. La razón es muy sencilla: la gente no cumple la palabra empeñada. Vivimos en un mundo del cumplimiento (cumplo – y – miento). No sucede lo que acontecía en tiempo de nuestros mayores, especialmente nuestros abuelos, cuando la palabra empeñada era sagrada, se cumplía lo prometido, no había necesidad de hacer documentos escritos, porque la palabra tenía valor, era respaldada por las acciones, y si no se cumplía, podía llegar incluso hasta costarle la vida a la persona que había faltado a su palabra. Quienes leen esta columna pueden pensar cuál es el sentido de mi escrito de esta semana. La razón es clara: en el Evangelio de este domingo encontramos que Pedro le dice a Jesús después de haber estado toda la noche en una pesca infructuosa “por tu palabra echaré las redes”. Era una invitación, no era una orden. Todo podía haber seguido igual, habrían regresado desalentados, sin haber pescado cosa alguna. Pero hay algo en el interior de Pedro que lo mueve a hacer lo que están diciendo: confía en la palabra de Jesús. Hace lo que Él le dice y la recompensa es grande “hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red”. Confiar en la palabra de alguien, significa creer en esa persona, descubrir que tiene algo importante para decirnos, que no podemos desoír esa invitación. Significa también tomar la decisión de hacerse vulnerable, de permitir que esa otra persona entre en nuestra vida y su palabra se convierta en luz para nuestro camino. Eso en el plano de las personas semejantes a nosotros. Y cuando se trata de Jesús, ¿por qué no hacemos lo mismo, por qué dudamos, por qué no confiamos si Él nos está mostrando el camino para seguirlo de manera incondicional? Estamos acostumbrados a buscar las evidencias, las pruebas de todo, nos obsesiona la certeza y la seguridad. Eso podemos dejarlo al campo científico. Pero no podemos hacer lo mismo en el campo de lo espiritual, de las relaciones interpersonales. Si lo hacemos así, corremos el riesgo de aislarnos de las personas, de no encontrar caminos adecuados para interactuar, porque siempre tendremos la sospecha de que nos pueden estar engañando, de que no son honestos y sinceros con nosotros. Todo esto nos sucede porque no confiamos en la palabra, no creemos en el otro. Recuperar el valor y el sentido de la palabra es el reto que tenemos de ahora en adelante. Hemos vivido la experiencia de tener que asegurarlo todo con contratos, documentos escritos, testimonios y pruebas. Todo porque dejamos que la palabra perdiera su valor y su significado como compromiso sagrado. La palabra tiene la fuerza de exteriorizar lo que somos en lo más íntimo y profundo de nuestro ser. Démosle ese sentido, no la desvirtuemos, recuperemos su valor y tengamos presente que cuando empeñamos la palabra, estamos invitando a la otra persona a que confíe en nosotros. No traicionemos esa confianza y respaldémosla con hechos de vida.
El bautismo hecho vida
Con frecuencia encontramos personas que nos impactan. Unas veces, por su manera de actuar, otras por la forma en que se expresan, algunas más por las cualidades que los caracterizan. Esas personas dejan huella en nosotros, nos interrogan y cuestionan. Al leer las lecturas de este domingo, día en el cual celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, me encuentro con una persona que impacta y podría decir que por todos los aspectos enunciados anteriormente es alguien que deja una huella indeleble. La primera lectura lo describe como “el siervo, el elegido, en quien el Señor tiene sus complacencias”. El texto de la segunda lectura lo describe como “Jesús de Nazaret, quien pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él”. De él mismo dice Juan Bautista en el evangelio “ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Todos los textos nos invitan a preguntarnos sobre el sentido del bautismo de Jesús. Es el comienzo, la inauguración, de lo que llamamos su ministerio público, el anuncio del reino de Dios. Es la misión para la cual fue enviado, es la razón de ser del Dios hecho hombre, nacido en el portal de Belén. Y vale la pena preguntarnos sobre el sentido de nuestro propio bautismo y la misión que nos corresponde. La persona de Jesús nos invita a reconocer en él a alguien que habla con autoridad, que respalda con su acción las palabras que pronuncia, que muestra el camino para vivir el compromiso cristiano. Es el Dios con nosotros, como lo llama el profeta Isaías, quien se ha insertado en nuestra historia y nos ha dado ejemplo de coherencia en la vida. Las palabras deben estar respaldadas por las obras. La vida es la que debe hablar más que nuestras propias palabras. Cuando se habla de Jesús como “quien pasó haciendo el bien” alude a todo lo que hizo a favor de las personas de su tiempo, a los enfermos que curó, a los ciegos a quienes devolvió la vista, a los lisiados que volvieron a caminar, a los sordos que volvieron a escuchar, a los mudos que recuperaron el habla. Sintió como propias las necesidades de las personas, lloró con los que se sentían invadidos por la tristeza, compartió el sufrimiento de los afligidos de diversas dolencias. Podríamos seguir enunciando el bien que Jesús hizo. Es el momento de preguntarnos cada uno de nosotros, con toda seriedad, ¿Qué debo hacer yo en lo concreto de mi vida para vivir el compromiso que nace de mi ser bautizado? ¿Cómo puedo hacer vida lo que profeso con mis palabras? La respuesta a estas preguntas nos muestra el camino de lo que llamamos la vida cristiana. Te invito, amable lector, a que te tomes unos minutos durante este fin de semana para que trates de responderte las preguntas antes enunciadas y descubras si debes hacer cambios en tu manera de proceder, en la forma en que actúas, en lo que atañe a las relaciones con otras personas y, sobretodo, que te preguntes qué debes hacer para que se pueda decir de ti “que pasaste haciendo el bien” al estilo de Jesús.
El cuarto Rey Mago
Es una sencilla historia que leí hace tiempo. Hay una película que lleva ese título. Es la historia de un hombre que busca a Jesús durante toda su vida. Lo encuentra al final de la misma, cuando está a punto de morir en la cruz. La otra historia es la de un joven que sigue a Jesús, no importándole las dificultades que debe atravesar, que las otras personas que habían seguido a Jesús, lo hubieran abandonado al ver los inconvenientes y dificultades que debió enfrentar durante su vida pública. Este personaje siempre le respondió a Jesús, cuando le preguntó por qué no se iba como los demás, “yo con mi rey”. Estas dos historias nos ayudan a comprender lo que significó para esos personajes sabios del Oriente, la búsqueda de Jesús, siguiendo la estrella que les iba mostrando el camino. Debieron hacer frente a dificultades, peligros, arriesgaron la vida. Fueron constantes, la recompensa fue grande: encontraron al Mesías, al anunciado por los profetas. Es lo que todos nosotros queremos hacer, buscar y encontrar a Jesús, luz del camino y sentido de nuestras vidas. La estrella puede aparecer en cualquier momento de la vida, puede ser una persona, una situación, un acontecimiento o una circunstancia de la vida. El Señor nos guía y nos conduce hacia Él. Hemos vivido las fiestas de navidad y comienzo de año. El próximo martes reanudaremos las actividades ordinarias de nuestro trabajo y nuestro quehacer. Regresamos a lo que se llama el tiempo ordinario, dentro de la vida litúrgica de la Iglesia. Es el tiempo en el cual no hay celebraciones especiales. Eso tiene sentido aun para lo puramente laboral y cotidiano. No podemos estar toda la vida en fiestas y celebraciones, en vacaciones. La vida sería demasiado agotadora si todo el año fuera al ritmo de las celebraciones navideñas y de fin de año. Es bueno el paréntesis, el descanso y el esparcimiento. Pero todo tiene su medida y razón. Estoy seguro de que el final del año y el comienzo del nuevo han sido para todos nosotros oportunidad para dar gracias a Dios por lo que vivimos en el año anterior y un colocar en sus manos el recorrido de este 2025. Renuevo una vez más, mi invitación para asumir en serio el esfuerzo para cumplir las metas y propósitos que nos hemos propuesto. Esto será decisivo en este nuevo caminar. Poner la voluntad y el empeño para lograrlo depende de cada uno de nosotros. Por eso, cuando se reanuda la labor ordinaria de nuestras vidas, vale la pena reafirmar el compromiso de búsqueda del sentido de la misma, de esa persona que lo es todo porque es Camino, Verdad y Vida, porque es Luz, no es otro que Jesús de Nazareth, el Dios hecho hombre, a quien contemplamos como Niño en el pesebre de Belén, a quien vimos como hijo de familia en el hogar de Nazareth. Ese Dios que se hizo semejante en todo a nosotros, menos en el pecado, es el Dios en quien creemos y que padeció, murió y resucitó por nosotros, dando la prueba mayor de amor que persona alguna puede asumir: dar la vida por quienes ama. “Yo con mi rey”, es mi mensaje para hoy.
Bienvenido el año 2025
Un año que termina y otro que comienza. Es el eterno ritual de esta época en la cual hacemos inventario de lo alcanzado durante el año que termina, en nuestro caso, el 2024, y los propósitos que deseamos alcanzar para el nuevo año, el 2025. Es un buen momento para mirar hacia atrás y ver qué nos ha dejado este año que expira. Podemos dar gracias a Dios por la vida que tenemos, por el amor que hay en nuestros corazones, por la naturaleza que nos rodea, por todas las cosas que pudimos hacer y por aquellas que no logramos. Por el trabajo que nos ha permitido responder por las obligaciones asumidas, especialmente las de tipo familiar. Es bueno pensar en las personas que han sido importantes en nuestra vida, aquellas que están más cerca como la familia de cada uno, con quienes trabajamos, nuestros amigos y amigas. Es bueno reconocer también los errores cometidos, el tiempo perdido, el dinero malgastado, las palabras ociosas, el trabajo hecho sin la suficiente responsabilidad, el descuido en las cosas que nos han sido confiadas. Por todo eso, pedir perdón y reconocer que ahí tenemos todo un camino para crecer y mejorar en el nuevo año. Ese balance es sano y nos ayuda a ser profundamente realistas. Mirar hacia el futuro, a ese nuevo año que está por estrenarse, verlo con optimismo y alegría como el don y el regalo para ser mejores personas, para construir mejores relaciones. Qué bueno pedir paz y alegría para vivir con entusiasmo estos nuevos 365 días que el Señor nos da. Que cada uno sea una fuente de amor, que irradie esperanza, que siembre bondad por dondequiera que vaya pasando. Que seamos comprensivos con las fallas y errores de los demás, que cerremos nuestros oídos a toda falsedad, mentira y engaño. Que la verdad sea el lema de todas nuestras acciones, presente en todas nuestras palabras, que la bondad esté en nuestros pensamientos y deseos. Es posible que durante el año 2024 algunos seres queridos nos hayan dejado para llegar a la casa del Padre, por ellos queremos darte gracias Señor. Al mismo tiempo, es muy probable que en el año 2025 lleguen nuevos seres a nuestros hogares. Por ellos te queremos pedir para que seamos reflejo de tu amor para cada uno, que te veamos hecho niño en sus rostros inocentes. Por los ya fallecidos y por los que han de llegar, gracias Señor. Si miramos a nuestro alrededor encontramos personas que nos han tendido la mano, que han sido buenos samaritanos en el camino de nuestra vida. ¿Les hemos agradecido su bondad y su amor, o hemos sido indiferentes y descuidados para reconocer esos gestos que nacen de lo profundo del corazón? Es bueno agradecer por todas esas personas y por lo que han hecho por cada uno de nosotros. Darle la bienvenida al nuevo año es abrir un libro de 365 páginas para irlo llenando cada día con nuestras acciones. Será un libro bien hecho o ¿lleno de tachones? De cada uno depende lo que logre. De todos modos, ¡FELIZ AÑO 2025!
¿Cómo está la familia hoy?
Después de la celebración de la Navidad la liturgia nos coloca este domingo la fiesta de la Sagrada Familia como modelo y ejemplo de las familias cristianas. Es un parámetro para que podamos hacer la evaluación de la manera como se ha desarrollado la familia que cada uno tenemos y nos propongamos metas de crecimiento para el próximo año. Es una de esas celebraciones que nos llega a lo más profundo y que nos invita a reflexionar sobre la realidad de la familia en el mundo que vivimos. Una de las instituciones más seriamente cuestionadas y en crisis en el ambiente del mundo posmoderno es la institución familiar, dados los profundos cambios que ha experimentado la sociedad y que de una manera u otra, afectan a la familia. Los valores que se han considerado fundamentales en la familia son hoy seriamente cuestionados y algunos consideran que son obsoletos, o por lo menos, han perdido vigencia. Por otro lado, la realidad de la conformación del núcleo familiar en nuestro tiempo presenta tan variadas y diversas formas, que lo que antes pudimos considerar como válido y perenne, hoy se ve de manera diferente. Tanto la familia tradicional como la familia patriarcal o matriarcal son tan solo una de las diversas formas de ser familia en el mundo actual. Al mirar hacia el hogar de Nazaret encontramos cosas que nos llaman la atención. Era un hogar sencillo, podríamos llamarlo común y corriente, donde cada una de las personas tenía sus responsabilidades y funciones, donde el respeto y la comprensión eran valores fundamentales, donde el trabajo y el amor construían la comunidad familiar y la oración era el vínculo de cohesión y de relación profunda. José, el padre y esposo, era un hombre sencillo de quien la Biblia dice “que era un hombre justo y bueno”. Tenía la responsabilidad de cuidar a Jesús y a María, responder por el hogar con su trabajo. Lo hacía convencido de que así cumplía lo que Dios le había pedido como cabeza del hogar. María, la esposa y madre, se ocupa en los quehaceres domésticos, cuidaba la formación de su hijo y todo lo hacía con amor. Jesús, el Dios hecho hombre, el hijo de María y José, crecía “en edad, gracia y sabiduría delante de Dios y de los hombres y obedecía a sus padres”. Allí no sucedía nada extraordinario. Todo era común y corriente en el hogar de Nazaret. Sin embargo, es ejemplo y modelo para los hogares cristianos. Volver nuestra mirada al hogar de Nazaret nos permite descubrir cómo deben ser las relaciones entre los diversos miembros de una familia, cuál debe ser el nivel de respeto, de amor, de tolerancia, de comprensión y de diálogo que debe haber en toda familia que quiera vivir siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia. Cada papá y esposo, mire a José y pregúntese qué debe hacer para ser mejor persona y mejorar su misión en el hogar. Cada esposa y madre, mire a María y reconozca en ella las virtudes y valores que debe hacer vida en su familia para que sea ella el alma y el calor del hogar. Que cada hijo mire a Jesús y se pregunte cómo puede lograr hacer realidad en su vida el ejemplo que Jesús nos da a todos los hijos. Más aún, cómo se manejan las situaciones difíciles y los problemas que aparecen en la vida familiar y en la convivencia hogareña. Es el momento de preguntarse, llegado el final del año, ¿familia cómo vamos?
Llegó Navidad
Cada año recorremos el mismo camino. Comienza el adviento, llega la Navidad, celebramos el nacimiento del Dios hecho hombre. Pero, ¿sucede algo especial en nuestras vidas, cambia algo significativamente? La respuesta a esta pregunta nos da la clave para entender lo que debe significar en nuestras vidas el hecho de la encarnación de Dios, como el niño de Belén, el hecho de su nacimiento en el pesebre de Belén, es el acontecimiento más grande que podamos celebrar quienes tenemos fe: Dios se ha hecho uno de nosotros, igual en todo, menos en el pecado. Y todo eso ha sido posible por el sí de María, por la aceptación que ella dio a lo que Dios le manifestó por medio del ángel. Fue algo discernido desde la experiencia de fe y tratando de responder a una pregunta: ¿Qué quería Dios de ella en ese contexto? No fue algo ingenuo sino ponderado y meditado. Hoy, nosotros, que vivimos en el siglo XXI tenemos el peligro de olvidarnos de las cosas trascendentales de la vida, de los acontecimientos que se dan en el silencio de la vida de las personas pero que tienen hondo significado para muchos. Creo que es el caso de la Navidad, del nacimiento de Jesús. Ocurrió en el silencio de la noche, como dice el libro sagrado “cuando todo estaba en silencio, vino, Señor, tu palabra”. Ese hecho cambió la historia de la humanidad. Tanto, que la historia se partió en dos y a partir del nacimiento de Cristo el tiempo se cuenta antes de Él y después de Él. Nadie más puede decir eso. Y el acontecimiento ocurrió en un establo, donde los animales descansaban, porque como nos dice el evangelio “no había lugar para ellos en la posada”, refiriéndose a María y a José junto con el niño que estaba por nacer. Ese milagro del Dios hecho hombre se realiza también cada día cuando el sacerdote por las palabras que pronuncia hace posible el hecho de transformar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Es, por decirlo de alguna manera, una nueva encarnación, un nuevo meterse Dios en nuestra historia, un acontecer para ser nuestro alimento y nuestra bebida. Algo semejante ocurre cuando ese mismo Dios se nos manifiesta en las personas, especialmente en las más pobres y necesitadas, en aquellas que la sociedad no determina y que excluye con gran facilidad. En esas personas Dios realiza también el milagro de hacerse presente en el rostro del que sufre, de quien no tiene trabajo, de quien pasa hambre, de quien está triste o desconsolado. Pienso en este momento en los centenares de miles de damnificados que ha dejado la temporada invernal que hemos vivido; duro e inclemente, que ha dejado sin nada a muchas familias. Para ellos no hay Navidad porque lo han perdido todo, en algunos casos, también seres queridos a quienes lloran con desconsuelo. Son los rostros de Cristo que nos dice que Él está en el hermano que sufre, que tiene problemas y espera de nosotros un gesto solidario de amor y comprensión. No podemos sentirnos tranquilos celebrando la Navidad si, al mismo tiempo, no hacemos algo por los hermanos que sufren y que nos necesitan. Allí también, en ellos, se hace presente, se encarna el Niño de Belén. No cerremos el corazón a semejante dolor, dejemos que nos interpele y nos cuestione, para que sintiendo su necesidad podamos decir de corazón ¡FELIZ NAVIDAD!
La misión que nos confía el señor
Siempre he pensado en lo que significa que el Señor lo llame a uno, lo escoja para una vocación y una misión determinadas. Es lo que nos dice el evangelio de este domingo. Cuando pienso en este pasaje, recuerdo con gozo y alegría el día de mi ordenación sacerdotal. La razón es muy sencilla, parte de este texto lo coloqué en la tarjeta de participación de mi ordenación. Es el que dice “no me han elegido ustedes a mí, soy yo quien los he elegido; y los he destinado para que vayan y den fruto, y su fruto dure”. Resuenan en mis oídos las palabras del obispo el día de mi ordenación, revivo los momentos de mi primera misa y siento esa dicha como si la estuviera viviendo en este momento, han pasado 47 años y medio. Es la conciencia de haber sido escogido no por mis méritos, ni por mis cualidades, sino por la bondad y la gracia del Señor, porque me quiso llamar a ejercer un ministerio de amor y de servicio en favor de mis hermanos, para que fuera su presencia en medio de la comunidad, siendo un puente entre El y las personas, buscando que se acerquen a Dios, que se reconcilien con El. Llamado a ser ministro del perdón, considero que es un ministerio que tiene pleno sentido en el contexto que vivimos. La misión es dar fruto abundante. Es la tarea que tenemos todos como cristianos, no solo los sacerdotes y los religiosos, sino todos los bautizados. Es el compromiso de ser constructores del reino de Dios acá en la tierra. Sabemos que no es fácil, dadas las actuales circunstancias y los problemas que vivimos. Pero estamos llamados a ser profetas de la esperanza, sembradores de paz y justicia, ministros de la verdad. Ahí, en todos esos campos, nos la jugamos por Cristo, es la misión que nos ha encomendado. Asumamos dicha tarea con entusiasmo y pongámosla por obra. El amor ha de ser el distintivo del cristiano, ha de llenarlo de luz y esperanza, ha de mostrarle la posibilidad de un futuro mejor. Pero debe ser un amor hecho vida real en lo ordinario y cotidiano de la vida. Nos deben reconocer por la manera como nos amamos, para cumplir el precepto de Jesús “ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Ese amor no es algo abstracto, es algo profundamente encarnado, real, palpable y eficaz. Eso cambia las relaciones interpersonales, cambia a las personas, poco a poco cambia el mundo. Me he preguntado por qué pensamos siempre que amar es difícil, lo colocamos como algo inalcanzable. Pensamos que eso es algo para personas privilegiadas que tengan unas cualidades superespeciales. Al ver las cosas desde lo espiritual, entiendo que no es algo tan lejano y distante, sino que es cercano y posible. Mi invitación a quienes leen esta columna es a tomar la decisión de amar, comenzando desde hoy mismo, superando obstáculos, dificultades y prevenciones. Sabiendo que podemos fallar más de una vez, que no nos va a hacer diferentes el aceptar nuestros errores, debemos empezar a construir ese nuevo horizonte con el que todos soñamos. Es la misión que Jesús nos confía. Hoy, miremos hacia dentro de nosotros mismos, preguntémonos cómo estamos asumiendo la misión que el Señor nos ha encomendado y vivámosla.
«Me gusta trabajar aquí por el buen trato»
En el último episodio de la serie Somos Compañía de Jesús del 2020, conoce el testimonio de nuestra querida Ana Belén Acevedo, quien trabaja en la Compañía desde hace 20 años. _________________________________________________________________________________________________________________ A lo largo del 2020, hemos contado distintas historias de nuestros compañeros apostólicos, desde diferentes cuidades del país, en la serie web Somos Compañía de Jesús. El último capítulo del año cierra en la Curia Provincial en Bogotá, con el testimonio nuestra querida Ana Belén Acevedo. Ana Belén trabaja con la Compañía desde hace 20 años y, actualmente, hace parte del equipo de servicios generales de la Curia. «Me gusta trabajar aquí por el buen trato, se aprenden muchos valores», asegura. ¡Conoce su testimonio! _________________________________________________________________________________________________________________
«Trabajar con la Compañía de Jesús es un llamado del Señor»
Erasmo Escobar Santander, locutor-control de la Emisora Ecos de Pasto, es el protagonista del nuevo capítulo de Somos Compañía de Jesús. En su trabajo en la Compañía, Erasmo se siente llamado a aportar a la construcción de paz en Colombia, desde la comunicación radiofónica. _________________________________________________________________________________________________________________ En el penúltimo capítulo del año, Somos Compañía de Jesús presenta el testimonio de Erasmo Escobar Santander, locutor-control de la Emisora Ecos de Pasto. Desde su trabajo en esta importante emisora regional, Erasmo se siente bendecido y llamado por el Señor para aportar a la construcción de su Reino. “Cada uno de nosotros, desde diferente roles y diferentes cargos, hemos sido llamados a desempeñar un papel importante en la construcción de región, de esa paz que necesitamos en nuestro país”, asegura. ¡Mira este nuevo episodio!
«El acompañamiento social de la Compañía nos invita a ser creativos»
Viajamos a la linda ciudad de Pasto para conocer a Luis Javier Rodríguez, protagonista del nuevo episodio de la serie web Somos Compañía de Jesús. _________________________________________________________________________________________________________________ En el séptimo capítulo de la serie Somos Compañía de Jesús, una producción de la Oficina Provincial de Comunicaciones que busca resaltar a nuestro Cuerpo Apostólico, conocimos a Luis Javier Rodríguez, quien trabaja en la Fundación Suyusama, en la ciudad de Pasto. Desde sus labores en la Fundación, Luis Javier ha aceptado la invitación de la Compañía a ser creativos en propuestas que ayuden a mejorar la calidad de vida de quienes más lo necesitan. «El sector social de la Compañía de Jesús nos acerca a las realidades de campesinos e indígenas, y nos invita a ser innovadores», asegura. ¡Conéctate con este episodio!