El 24 de diciembre de 2024, con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, el Santo Padre inauguró el Año Jubilar, una celebración que ocurre cada 25 años e invita a renovar nuestra relación con Dios. El lema de este jubileo es “peregrinos de esperanza”, un invitación que nos motiva a recuperar “la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente
abierta, corazón confiado y amplitud de miras”. En la actualidad esta mirada es de especial importancia teniendo en cuenta la multiplicidad de factores desesperanzadores que hay en el mundo: conflictos internos, secuelas de la pandemia, el cambio climático y la injusticia social. Si observamos nuestro contexto más cercano podemos distinguir escenarios desoladores y caminos que nos separan; en nuestras obras, con nuestros hermanos y en las situaciones cotidianas hay momentos de desesperanza y desolación que nos alejan de la misión común. ¿Cómo cambiar esta realidad y transmitir la esperanza del jubileo?
Para mantener encendida la llama de la esperanza sólo es necesario mirar a nuestro alrededor; tantos rostros, historias y melodías que nos muestran a Dios encarnado en nuestra realidad y movilizando corazones. Cada individuo se convierte en un símbolo de amor incondicional y capacidad ilimitada de bondad para llevar luz a la creación. La esperanza nos lleva a rememorar nuestra historia y agradecer por todos aquellos que han infundido paz en momentos de vulnerabilidad. A pesar del tiempo, su legado es ejemplo de la fuerza transformadora que las acciones esperanzadoras pueden realizar en las personas. De ahí la importancia de apoyar y fortalecer las iniciativas de sanación y reconciliación que se realizan en nuestras obras. Las acciones colectivas pueden generar efectos a largo plazo y potenciar nuestro campo de acción.
Esperanza no es sinónimo de esperar, es trabajar conscientemente para lograr los sueños dejando en la sabiduría de Dios el resultado final. Por esto, en este año los invito no solo a ser peregrinos, sino también a ser campesinos labradores de optimismo, comunicadores de fraternidad y reconciliación, voluntarios de entendimiento, sembradores de oportunidades, tesoreros del Evangelio, educadores de paciencia y agentes de paz para permear a la Provincia de una esperanza renovadora y una fortaleza apostólica que permita seguir apostando por la misión. Todos somos actores de la esperanza de nuestra Provincia.
Oramos por la situación actual de tantos hermanos y hermanas en la región del Catatumbo y enviamos a ellos una voz de esperanza y solidaridad.
Tomado de: Red Juvenil Ignaciana, Colombia.