Domingo de Resurrección, Ciclo B – 4 de abril de 2021 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. Entonces se fue corriendo a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo: – ¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto! Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos; pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar, y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro, y entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas; y además vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado, y creyó. Pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar (Juan 20, 1-9).
La Pascua, el paso de la muerte a la vida -una vida nueva y sin fin-, el acontecimiento de la Resurrección de Jesús, es la más importante de todas las celebraciones de nuestra fe. Comienza en la noche del Sábado Santo con el encendimiento del Cirio Pascual que representa a Jesús resucitado, luz del mundo, principio y fin de la historia -Alfa y Omega-. En la liturgia de esa misma noche, la bendición del agua evoca el sacramento del Bautismo por el cual hemos renacido a una vida nueva en Cristo, y la Eucaristía manifiesta la presencia real y la acción salvadora del Señor que nos alimenta espiritualmente con su vida resucitada.
En la siguiente reflexión me referiré a las lecturas de la Misa del Día correspondiente al Domingo de Resurrección: Hechos de los Apóstoles 10, 34-43; Carta de Pablo a los Colosenses 3, 1-4; Juan 20, 1-9.
1. El sepulcro vacío
Lo primero que ven quienes habían seguido a Jesús es que no está donde han ido a buscar su cuerpo después de haber sido sepultado. Y son las mujeres las primeras en notar esta ausencia. Ellas se habían encargado de embalsamar el cuerpo de Jesús, y no habían alcanzado a terminar su labor en la tarde del viernes, por haber comenzado desde las seis el descanso sabático. El mensaje del sepulcro vacío es una invitación a no buscar al Señor en el lugar de los muertos. Sólo se le puede encontrar en otra dimensión distinta de la física o material, y esto lo que constituye el sentido de la fe pascual de los primeros discípulos, expresada en la frase sugestiva del relato de Juan, el otro discípulo que, después de María Magdalena, llegó con Simón Pedro al sepulcro: vio… y creyó. ¿Qué vio? Un sudario, unas vendas y el sepulcro vacío. ¿Qué creyó? Lo que Jesús ya les había anunciado antes de su muerte: que iba a resucitar.
Tampoco en los cementerios, ni en los osarios, ni en los cenizarios, están propiamente los difuntos. Allí están sus despojos físicos, sus restos o sus cenizas, pero ellos en su nueva forma de existencia están en otra dimensión: no en las dimensiones materiales del espacio y del tiempo, sino en la dimensión espiritual de lo eterno.
2. Jesucristo resucitado se manifiesta a sus discípulos
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos remite a la experiencia que tuvieron los primeros discípulos de Jesús, ya no sólo de su ausencia del sepulcro, sino también de su presencia resucitada: “Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se nos apareciera a nosotros”, dice Simón Pedro en su discurso (primera lectura). Esta experiencia se da especialmente en la celebración de la Eucaristía: “Nosotros comimos y bebimos con Él después de su resurrección”.
Es una presencia espiritual que corresponde a una dimensión trascendente. Y cuando los primeros discípulos y discípulas de Jesús se reúnen para compartir el pan y el vino en memoria suya, tal como Él les había dicho que lo hicieran, experimentan su presencia resucitada, distinta de la física anterior a su muerte. La experiencia pascual de aquellos primeros discípulos tuvo unas características especiales, pero algo similar ocurre para nosotros cuando celebramos la Eucaristía: Jesucristo resucitado se hace presente en el sacramento de su cuerpo y sangre gloriosos, o sea su vida resucitada con la que nos alimenta espiritualmente.
3. La resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección futura
Los primeros cristianos vivieron el anuncio pascual de la resurrección de Jesucristo como el contenido central de la Buena Noticia que desde entonces comenzó a difundirse: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, el Mesías, el Cristo -el consagrado por Dios Padre para realizar su designio de salvación en favor de toda la humanidad-, ha resucitado y está vivo, con una vida nueva que pertenece al orden de lo espiritual, y como Señor del universo ha querido hacernos partícipes de su resurrección de modo que también nosotros vivamos y seamos eternamente felices. Esta Buena Noticia constituye para nosotros una invitación a no quedarnos en lo terreno, que es transitorio. Tal es el sentido de la exhortación que hace san Pablo en la segunda lectura, a poner la mirada en las realidades eternas, que son las de arriba, -teniendo en cuenta que la oposición arriba/abajo es una forma simbólica de hablar de la superioridad de lo espiritual sobre lo material, de lo eterno sobre lo efímero-.
Vivamos con gozo la resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección futura. Vivámosla con una alegría que manifieste nuestra fe y nuestra esperanza en que, a pesar de las experiencias dolorosas que ensombrecen nuestra existencia, finalmente la vida triunfará sobre la muerte, la luz sobre la oscuridad, el amor sobre el odio, porque creemos y esperamos en un Dios que se hizo humano, padeció y murió para resucitar y hacernos partícipes de su felicidad eterna, una felicidad que puede empezar para cada uno de nosotros desde ahora mismo, en la medida en que nos abramos a la acción renovadora del Espíritu Santo, cuya venida sobre la primera comunidad cristiana celebraremos dentro de cincuenta días en Pentecostés.
Y que la Virgen María, de quien podemos afirmar que fue la primera en tener la experiencia pascual de Jesús resucitado -aunque esto no aparezca en los Evangelios, como lo indica san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales al proponer la contemplación de la Resurrección del Señor-, nos alcance de su Hijo la gracia de vivir la Pascua con la fe y la esperanza que ella misma tuvo acompañando a los primeros discípulos. Amén.