Pascua – domingo de resurrección B (4-abril-2021) Por: Jorge Humberto Peláez, SJ
jpelaez@javeriana.edu.co Lecturas:
Hechos de los Apóstoles 10, 34ª. 37-43
Carta de san Pablo a los Colosenses 3, 1-4
Juan 20, 1-9
Se han escrito incontables páginas sobre Jesús. Estas biografías son de una enorme diversidad, porque los autores privilegian ángulos muy diferentes de Jesús: su sensibilidad ante el dolor humano, su liderazgo social, las fuertes discusiones sobre la manipulación de la religión que hacían los dirigentes religiosos; otras biografías profundizan en el misterio de su relación con el Padre, la hondura de su oración, su obediencia hasta dar la vida por nosotros.
Con estas referencias sobre los escritos alrededor de la figura de Jesús queremos decir que es inagotable cualquier intento de abordar la Persona de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.
En el discurso que pronunció Pedro en casa del centurión Cornelio que acabamos de escuchar, el líder de los apóstoles hace una síntesis maravillosa de lo fue fue la vida de Jesús. Me voy a permitir citar este pasaje haciendo un corte o interrupción en su lectura. Dice Pedro: Jesús de Nazaret, lleno del Espíritu Santo, “pasó haciendo el bien y curando a todos los que estaban bajo el dominio del diablo, porque Dios estaba con Él. Y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Ellos lo mataron, cegándolo de un madero”.
Los invito a que pongamos en modo pausa este discurso de san Pedro para hacer una breve reflexión; después continuaremos escuchando las palabras del apóstol:
Si la historia de Jesús hubiera terminado con su muerte en la cruz, su vida y su mensaje hubieran entrado a formar parte de la galería de personajes ilustres que han hecho grandes aportes a la humanidad en diversos campos: filosofía, humanismo, ética, ciencia, etc.
Pero el relato de Jesús no culminó en el Calvario, crucificado junto a dos ladrones. Jesús resucitó de entre los muertos. Por eso los invito a continuar escuchando el testimonio de san Pedro en el discurso que pronunció en casa del centurión Cornelio: “Dios lo resucitó al tercer día y le concedió poder manifestarse, no a todo el pueblo, sino a testigos escogidos previamente por Dios: a nosotros que comimos y bebimos con Él después que resucitó de entre los muertos”.
Aquí radica la absoluta originalidad del Cristianismo. No somos los seguidores de un hombre excepcional, que iluminó con su sabiduría las complejidades de la existencia humana, y que después murió respetado por sus discípulos. No. Somos los seguidores de Jesucristo resucitado, a quien proclamamos como nuestro Señor y Redentor. La misión evangelizadora de la Iglesia y de cada uno de los bautizados consiste en divulgar esta maravillosa noticia. Es el sentimiento que expresamos cuando participamos en la eucaristía de Pascua y recitamos el Salmo responsorial: “Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya”.
¿Qué significa la resurrección del Señor? En su I Carta a los Corintios, san Pablo afirma: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. Nuestra fe se apoya en el testimonio de la Iglesia Apostólica que comunica la experiencia del Señor resucitado. Por eso son tan potentes las palabras de Pedro en casa del centurión Cornelio: “Nosotros que comimos y bebimos con Él después que resucitó de entre los muertos”.
Ahora bien, este triunfo de Jesucristo sobre la muerte es también una victoria para la humanidad. Cambia sustancialmente el guion de las relaciones entre Dios y la humanidad. Gracias a la muerte y resurrección del Señor, ha cambiado nuestro status, pues ya no somos esclavos del pecado, y la muerte corporal no es sinónimo de oscuridad. Esta realidad nueva que se realiza en nosotros la expresa elocuentemente san Pablo en la Carta a los Colosenses que acabamos de escuchar: “Hermanos: Ya que han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios (…) Porque ustedes han muerto, pero Dios les tiene reservada una vida en unión con Cristo”.
La resurrección de Cristo es una nueva creación. La muerte corporal ya no es el punto final de nuestra existencia sino una puerta que se abre para gozar eternamente de la intimidad de Dios. La vida deja de ser un laberinto sin salida. No vagamos errantes, sino que nos guía Jesús resucitado que es camino, verdad y vida.
¿Cómo afectan la alegría y la esperanza de la Pascua nuestra agenda cotidiana?
La alegría y la esperanza, fruto de la Pascua del Señor, no pueden entenderse como una fractura entre el tiempo presente y los cielos nuevos que nos propone el Resucitado. No podemos desentendernos del presente, argumentando que tenemos la mirada puesta en la plenitud de vida que el Señor nos ofrece más allá de la muerte corporal. Si pensáramos de esta manera, estaríamos haciendo una lectura equivocada del significado de la Pascua.
La muerte y la resurrección del Señor llenan de sentido el presente y el futuro. Debernos concentrar nuestros esfuerzos para que las relaciones sociales expresen, desde ahora, ese orden nuevo que instaura el Resucitado.
Por eso, esta Pascua 2021, que vivimos en un contexto de Covid-19, debe ser vivida como una fuerte motivación para poner en práctica las duras elecciones aprendidas a lo largo de este año. No debemos añorar regresar al pasado. La mirada debe estar puesta en el futuro. El Señor resucitado nos invita a construir un futuro de solidaridad, dejando atrás las discriminaciones e inequidades, buscando consensos para construir un proyecto de país renovado y reconciliado.
Que esta Pascua 2021, enriquecida por los aprendizajes que nos deja la pandemia, sea el punto de partida de un proyecto de país diferente.