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Abril 04: Una catequesis de Resurrección

Lucas 24:13-35, domingo, abril 4 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ  El relato del camino de Emaús ha tenido múltiples lecturas significativas. Como relato de resurrección sería el más largo de los evangelios. Entendiendo resurrección como algo que ha de suceder en los creyentes y no simplemente como un recuento de lo que sucedió a Jesús, significaría nada más y nada menos que un proceso de conversión. Es el sentido que le da el apóstol Pablo tanto al evangelio como a la experiencia pascual. Los discípulos van a cambiar su visión de la muerte de Jesús, de lo que sea el resucitado, de lo que sea su misión, de lo que es la Eucaristía, de lo que sea caminar con otros. Los discípulos de Emaús estaban tan miedosos como los demás seguidores. Esperan a que termine la norma del sábado para huir de Jerusalén. Luego volverán allí con una profesión de fe seguramente ya acuñada por la comunidad: “¡Es verdad!; ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34). Antes se habían sentido frustrados y desanimados pues esperaban algo distinto de Jesús. Pueden estos seguidores representar a los hombres y mujeres, creyentes o no creyentes, que se sienten desencantados o que han perdido el sentido de su caminar en la vida. Como tal interpreta el relato el Documento de Santo Domingo, llamándolo Método de Emaús para leer las Escrituras y hacernos discípulos. Expresa: “El episodio de los discípulos de Emaús, relatado por el evangelista Lucas, nos presente a Jesús resucitado anunciando la Buena Nueva. Puede ser también un modelo de la Nueva Evangelización”. Que los de Emaús no lo hubieran reconocido en las Escrituras [1]  era natural, pues la novedad era absoluta. El relato sugiere a la comunidad creyente que el encuentro con el Señor sigue vigente mediante el reconocimiento que de él hagan en la Eucaristía. “Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron”.   Cada Eucaristía puede ser un encuentro con el resucitado reconocido en la fracción del pan y en la comunidad de los creyentes como cuerpo de Cristo. Así se preparan para reconocerlo resucitado en las Escrituras, especialmente en el evangelio como relato de la vida de Jesús. Como dice la liturgia oriental (ortodoxa) las Escrituras son un ícono escrito (no pintado) de Jesús. 
Pero también el relato responde a los numerosos interrogantes que se harían los creyentes de la época, de dónde surge su valor catequético. ¿Por qué Jesús debía morir, si Dios después lo resucitó? Si Dios mostró por la resurrección que estaba de su lado, ¿Por qué no lo manifestó durante su vida pública? Con agudeza buscaban respuestas en las Escrituras. Quizás no pasaban de ver que un “profeta poderoso en obras y en palabras” tendría que morir violentamente como había sido la suerte de todos los profetas. Para algunos tendría que volver pronto y en gloria (parusía, segunda venida) para reivindicarse de la primera venida en pasión y muerte. Será el paso del tiempo el que corrija tal ilusión. No volverá porque no se ha ido, se ha quedado como Resucitado o como el Espíritu del resucitado. En el evangelio de Juan su presencia permanente será donde haya amor oblativo (la ágape) de unos por otros. Quien no ame al hermano permanece en la muerte, no ha resucitado, dice su primera carta. Pero en las diferentes explicaciones de la presencia del Resucitado, el relato de Emaús nos sugiera una muy importante. ¿Dónde está el Señor resucitado? A los discípulos de Emaús, Jesús se les aparece en el camino. ¿Dónde se encuentra uno al Señor resucitado? En el camino de la vida, en medio de las perplejidades para explicarnos el sentido de las Escrituras. Para los judíos las Escrituras, que tendrían infinitos significados, solo se aclararían cuando regresara Elías a aclararlas. Para los creyentes se aclaran cuando en ellas pueden reconocer la presencia de Jesús, muerto por amor sacrificial (la ágape) y resucitado por el Padre. Es decir, en la alegría de dar la vida por los demás. Es explicable, como antes se dijo, que digan encontrarlo en el sentido de las profecías del Antiguo Testamento. “¿No era preciso que el Mesías sufriese todo esto para entrar en su gloria?”. Punto de debate con el judaísmo para el cual el mesías no llega con Jesús. ¿Cuál de los profetas culmina en Jesús? Dependiendo de la lectura culminan todos o ninguno.
Jerusalén es la ciudad asesina de los profetas. También podría serlo para muchos creyentes. La muerte de Jesús habría enterrado todas las esperanzas que se habían puesto en él. La huida de todos que señala Marcos; la decepción de los discípulos que resalta el relato de Emaús; el miedo a los judíos que destaca Juan y otros hechos más, nos sugieren con claridad la sensación de fracaso que invadió a los seguidores de Jesús. Sin duda se sintieron decepcionados porque pensaban que Jesús había fracasado totalmente. Esto indica que si no llega a acontecer un cambio, una conversión una experiencia pascual, la resurrección, el fracaso de Jesús se habría confirmado plenamente. Pero el relato tiene un final feliz en la Eucaristía y la misión entusiasta de los discípulos de Emaús. Algunos han hecho un uso pedagógico de este relato. Sería un ejemplo de la pedagogía de Jesús. Asumir las decepciones y quejas de la humanidad con la cual caminamos con sus esperanzas truncadas. Es lo que hace la metodología del ver, juzgar y actuar para leer la realidad a la luz del evangelio y revisar el actuar a la luz del mismo evangelio. Es el método común en muchos grupos de revisión de vida. 
El relato también nos saca de la idea de que la experiencia con el resucitado es exclusiva de “los doce” (los once) pues los dos discípulos de Emaús no pertenecen a tal número aunque solamente conservamos el nombre de uno de ellos: Cleofás. Solamente en el evangelio de Juan se menciona a María de Cleofás al pie de la cruz (María para esposa, madre o hija). Tan desconocidos como los dos nominados para reemplazar a Judas (José Barsabás de sobrenombre Justo y Matías). Vale notar que en Lucas el relato de resurrección en el camino de Emaús sea el primero y anteceda a la aparición a “los doce”.
A lo mejor podamos reconocernos en un proceso espiritual parecido al de los discípulos de Emaús. Partiendo de una aparición privada a quienes no han creído en el testimonio de las mujeres, se construye una mediación en forma de narración: cómo reconocer a Jesús resucitado. Parte del absurdo, de la esperanza negada y rota por la muerte. Pero frente a tal estado, un caminante, cualquier caminante, un hombre que da testimonio en sentido diametralmente opuesto: ¿Quién habló de fracaso? ¿Y si la muerte se cambiase en nacimiento? ¿Si la humillación en Jerusalén tuviera un rostro escondido de victoria? Se invita a revisarlo todo, volver a leer lo mismo de otra manera, surgiendo nuevos sentidos. Es lo que sucede al apóstol Pablo quien empieza a re-leer su vida de fariseo apegado a las leyes del judaísmo. Quizás a re-leer su actitud cuando el apedreamiento de Esteban muerto por su posición frente al Templo y la actitud de los judíos. Pasará Pablo de ser perseguidor de los cristianos (los del camino, precisamente, como los de Emaús) a dar la vida por ellos. Quizás por lo novedoso no habla Pablo de conversión. No era la palabra adecuada cuando conversión se entendía como empeñarse en mayor fidelidad a la ley. Luego de Cristo, la conversión es volverse “permanentemente” hacia el único lugar donde Dios está vivo: en el ser humano. Vivo en el caminante anónimo que acompaña a los discípulos y les abre los ojos; vivo en la comunidad que se reúne para la fracción del pan; vivo en los discípulos que se sienten impulsados a volver a Jerusalén de donde han huido, para proclamar que sigue vivo en medio de ellos; que sigue vivo en medio de nosotros.
 
[1] En este contexto se trata de las Escrituras Hebreas pues las cristianas apenas se conocían. Era la manera judía de argumentar o sustentar algo.

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