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Abril 10: Eucaristía: comienzo y final

Lucas 22:14-23, domingo, abril 10 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ  En general, las religiones tienen algún tipo de comida sagrada. El judaísmo elevó las normas culinarias a expresiones de santidad (comidas puras e impuras, comidas kosher o conformes con la ley judía y sacrificio de animales). Igualmente lo hizo el islamismo con su comida halal (permitida por el Corán). Así, las comidas siempre tenían una dimensión de relación con Yahvéh y con la comunidad. La comida principal del sábado (Shabbath) expresaba agradecimiento a Yahvéh por la liberación de Egipto (también se llamaba fiesta de la liberación) y gratitud por la tierra que Yahvéh habría dado al pueblo. Dos veces al día comían entre semana y tres en sábado, que sería el día separado y bendecido por Yahvéh. Toda la gastronomía judía gira alrededor de las comidas asociadas a fiestas religiosas [1]. La última cena de Jesús, queda inscrita en el contexto de las numerosas cenas (o banquetes) que aparecen a lo largo de los evangelios. El gran banquete es una de las imágenes de la llegada del reinado de Dios y para explicar quién podrá comer en tal banquete, Jesús cuenta una parábola de «pobres, tullidos, ciegos y cojos» (Lc 14:21) que serán invitados aunque no lo esperaban. La lista es muy similar a la de los curados por Jesús. Antes de hablar del gran banquete Jesús ha enseñado que no se debe invitar a los amigos, parientes ni vecinos ricos que pueden devolver la atención. En Lucas el envío de los doce es similar al de los setenta y dos pero hay una indicación extra del papel en la última cena en donde se les anuncia: «Igual que mi Padre dispuso en favor mío de un reino, yo también dispongo de él en favor vuestro, a fin de que, en mi reino, comáis y bebáis a mi mesa y estéis sentados sobre tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel» (Lc 22:29-30). Marcos y Mateo aluden a beber en el reino pero es propio de Mateo que aluda al comer. En los debates sobre la comunión bajo las dos especies, se buscará diferenciar entre comida y bebida. Es san Cipriano quien hace del cáliz el símbolo del martirio que no puede exigirse a los fieles beber, pues es una gracia y no una exigencia. Pero el vino era uno de los siete platos principales de la Pascua y era el que mejor simbolizaba la alegría. Había tres copas de vino en la pascua judía. El sufrimiento era mejor expresado por las hierbas amargas (memorim) y por la salsa color ladrillo (haroseth). En el relato aparece el mandato «haced esto en memoria mía», referido al pan luego de bendecirlo y partirlo. En Lucas la última cena difiera de los relatos paralelos en Marcos y Mateo porque incluye instrucciones y discusiones mientras el grupo comparte la comida.
La cena de Pascua había tenido una evolución desde Egipto, en donde solía llamarse “la cena egipcia” para la cual se prescribía que los comensales debían estar preparados para marchar y comer de prisa. Ya asentados en la tierra de Palestina, la cena adopta la forma de un banquete griego solemne y se esperaba también un banquete futuro como “pascua eterna”. La imagen del banquete —el de bodas era el más solemne— era imagen del reinado de Dios desde tiempos de Jeremías. Los doce apóstoles son los comensales de Jesús a manera de su nueva familia, pues la Pascua era una cena familiar. En ella no debía haber menos de diez ni más de veinte comensales y tanto el padre como la madre tenían sus funciones definidas. Jesús actúa en esta comunidad como el padre de familia, pues al padre le correspondía la bendición solemne o berakhah [2] (bendición hebrea). Ésta se recitada en público y el hogar, pero no como oración privada personal. Debía incluir siempre el nombre de YHVH leído como Adonaí. La Pascua duraba ocho días para los judíos de la diáspora y siete días para los que vivían en Israel (Erets Yisra´el = tierra de Israel). En los evangelios se destacan solamente dos elementos de la Pascua judía: el cordero pascual y la copa de vino. Para algunos comentaristas es el reflejo de la Eucaristía, de lo esencial de la celebración cristiana trasladado a la última cena. El orden era más o menos uniforme. El padre de familia inauguraba la ceremonia con una acción de gracias por la fiesta. A continuación tomaba una copa con vino y pronunciaba sobre ella la bendición: “Bendito seas, Yahvéh, Dios nuestro, rey del mundo, que creaste el fruto de la vid.” Entonces se bebía el vino de esta primera copa. Los presentes se lavaban la mano derecha y consumían el primer plato: una entrada de hierbas amargas empapadas en una salsa muy fuerte; se masticaba mientras se meditaba. Se disponía una segunda copa y se ponía delante, aunque no se bebía inmediatamente de ella. El hijo menor preguntaba al padre qué hacía diferente aquella noche. Entonces enseñaba el padre un resumen de la historia de la salvación (como se hace el sábado santo) y daba significado de los platos de comida. Debía recordar los incidentes en Egipto, el pan sin levadura, y las hierbas amargas. Luego se cantaba la primera parte del hallel (Salmo 113). Se terminaba con el himno pascual: «Al salir Israel de Egipto, la casa de Jacob se libró de un pueblo extraño, fue Judá su santuario; Israel, su tierra de dominio.» (Sal 114). Entonces se bebía la segunda copa. Acto seguido se lavaban los comensales las manos y comenzaba la parte principal de la cena. El padre de familia tomaba pan sin levadura y pronunciaba sobre él la acción de gracias: “Bendito seas, Yahveh, Dios nuestro, rey del mundo, que haces brotar pan de la tierra.” Luego partía el pan en pedazos y lo daba a los comensales, que lo comían con hierbas amargas y zumo de frutas. Después se comía el cordero pascual. Una vez terminada la cena, pronunciaba el padre de familia sobre la tercera copa (copa de bendición) la acción de gracias de la comida; en ella se manifiesta la esperanza mesiánica o futuro de Israel. Después de beber esta copa se cantaba la segunda parte del hallel (Salmo 114). En él se decía: “¡Qué podré yo dar a Yahvéh por todos los beneficios que me ha hecho? Elevaré la copa del socorro invocando el nombre de Yahvéh.”
Con la última cena se acelera la pasión de Jesús que es el núcleo de los evangelios con su triunfo final en la resurrección. La Eucaristía de la primitiva Iglesia toma muchos rasgos de la Pascua judía, incluyendo su sentido escatológico: ¡Maran-atha! (ven Señor, Jesús). Si para los judíos comer el cordero pascual despierta la esperanza de la venida del Mesías y de la vida en el mundo venidero, igual será para los creyentes la esperanza, expresada en la parusía o venida del reinado de Dios, que al dilatarse, va virando hacia un comportamiento ético en la comunidad. Resulta claro que el relato de la institución de la Eucaristía no pretende ser un relato escrupulosamente histórico de lo que entonces tuvo lugar en la última cena. El relato está más bien compuesto y configurado de tal modo que sirva de justificación y norma para la Eucaristía cristiana. Aquí el centro es Jesús cuya muerte coincide con el sacrificio de los corderos en Juan pero no en los sinópticos (aquí muere después del sacrificio). La última cena marca el final de la autonomía de Jesús pues en adelante su vida va a depender de otros y a estar en sus manos. Será el momento de su vida que se mantenga como memoria perpetua por parte de las comunidades cristianas. El Concilio Vaticano II dirá que la Iglesia nace y se nutre de la Eucaristía. No es un sacramento más de una lista de siete. La iglesia es la Eucaristía y podríamos decir que la iglesia será lo que sea su Eucaristía. Es memoria permanente de cuando ya no tenía Jesús más que dar y se da a sí mismo. Es lo que aconseja el apóstol Pablo a los creyentes: «Q ue ofrezc áis vuestros cuerpos como una víctima (hostia) viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (Rm 12:1).
 
[1] Igual sucede con la gastronomía musulmana, asociada al ayuno de Ramadán.
[2] Esta dará origen a la anáfora que es oración central de la Eucaristía.

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