Semana Santa – Domingo de Ramos C
(10-abril-2022) Por: Jorge Humberto Peláez, SJ
jpelaez@javeriana.edu.co Lecturas:
Libro de Isaías 50, 4-7
Carta de san Pablo a los Filipenses 2, 6-11
Lucas 22, 14—23, 56
Hoy comienzan las celebraciones de la Semana Santa. Durante los últimos dos años, por causa de la pandemia, participamos en estas celebraciones a través de la TV. Ya es tiempo de regresar presencialmente a las iglesias para participar en las ceremonias del Jueves, Viernes y Sábado Santo. Somos comunidad de fe. No es suficiente sentarnos al frente de la TV. Es necesario orar juntos, cantar, escuchar la Palabra de Dios y recibir la sagrada Comunión. Tenemos que reconocer que estamos instalados en nuestra zona de confort y nos llenamos de razones para seguir participando de la liturgia en modo remoto.
La liturgia de este domingo tiene dos momentos muy significativos: la entrada de Jesús en Jerusalén y la lectura de la Pasión. Los invito a focalizar nuestra meditación profundizando en estas dos partes.
Empecemos por el solemne ingreso de Jesús el domingo de Ramos. La ciudad santa de Jerusalén, que es la capital espiritual de las tres religiones monoteístas (el judaísmo, el cristianismo y el islam), era el centro de la vida religiosa y política de Israel. Por eso Jesús se dirige allá como escenario privilegiado para la consumación de su misión redentora. Cumpliendo el anuncio hecho por los profetas, Jesús –como Mesías y descendiente de la casa de David– hace su ingreso en esta capital para culminar la misión que le había sido confiada de redimir a la humanidad.
¿Cómo se realiza el ingreso del Rey de Israel a su capital? Se lleva a cabo de manera solemne, pero rompiendo todos los paradigmas asociados a los poderes de este mundo. Hay una palabra técnica que utiliza la Teología, que es clave para entender esta escena. Es la palabra despojo (kénosis, en griego). Expliquemos el alcance de esta expresión: Cuando el Hijo eterno del Padre asume nuestra condición humana para hacerse niño en las entrañas de María, se despoja de los atributos de la divinidad; igualmente, Jesucristo-Rey entra a su capital, la ciudad santa de Jerusalén, despojado de todos los atributos de su realeza; lo hace en un burrito, carente de elegancia y brío. ¿Quiénes lo acogen? No están presentes los representantes del poder romano ni los notables de la sociedad. Lo acoge la gente sencilla.
El pueblo raso, carente de pergaminos sociales y de formación académica, es capaz de ver más allá de las apariencias, y canta: “¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas”.
Las personas importantes según los estándares sociales y académicos son incapaces de ver y escuchar lo que estaba sucediendo en la capital. El orgullo las tenía incomunicadas. Este fenómeno social de la negación de la realidad nos motiva a dejar a un lado los prejuicios y la arrogancia.
Avancemos en nuestra meditación dominical para reflexionar sobre el relato de la Pasión escrito por el evangelista Lucas, el cual empieza por la narración de la Última Cena, en la cual Jesús da las instrucciones finales a sus discípulos e instituye la Eucaristía, que será una maravillosa forma de presencia en medio de la comunidad eclesial hasta el final de los tiempos.
Muchas veces, a lo largo de nuestras vidas, hemos escuchado este relato de la Pasión en las diversas versiones que nos ofrecen los evangelistas. Esta repetición nos ha familiarizado con los acontecimientos, que ya no nos sorprenden. En este Domingo de Ramos, los invito a poner especial atención en las diversas escenas que nos describe el texto, como si fuera la primera vez. Es una escalofriante secuencia de arbitrariedades.
La primera parte de este relato se desarrolla en el Cenáculo, donde Jesús comparte el pan y el vino con sus discípulos y se despide de ellos. El texto nos permite captar la intensidad de las emociones y el dolor de todos los presentes.
Después de esta dramática despedida, Jesús se dirige al Huerto de los Olivos. Allí Jesús vive una experiencia inenarrable de oración y de sufrimiento. Asume la misión que le ha confiado el Padre siendo consciente del dolor que significa. A partir de este momento se desata una tormenta de injusticias y crueldad que culminará en la cruz.
Al meditar pausadamente este relato de la Pasión, quedamos sorprendidos por esta explosión de odio. Jesús, que no había hecho otra cosa que ayudar a los enfermos y agobiados, se convierte en la víctima de una implacable conspiración. Jesús, cordero inocente que había tomado sobre sí los pecados del mundo, vivió en carne propia el drama de millones de seres humanos torturados, perseguidos, acusados por falsos testigos, imposibilitados de defenderse.
Como si no fuera suficiente el ataque de sus enemigos, también le fallaron sus más inmediatos colaboradores, que lo abandonaron. Y Pedro lo negó. María, su madre, lo acompañó en el camino hasta el Calvario. Aunque hemos escuchado muchas veces este relato, dejémonos impactar por los hechos que testimonia.
El trabajo cuidadoso que Jesús había realizado durante los años de su vida pública, colapsó. Desaparecieron las multitudes que lo aclamaban, y sus discípulos se escondieron. En medio de esta realidad absolutamente desoladora, impacta la dignidad de Jesús y el perdón que otorga a sus verdugos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Hoy empieza la Semana Santa. Muchas personas aprovechan estos días para cambiar sus rutinas y tomar unos días de descanso. Es importante hacer un alto en el camino, compartir más estrechamente con la familia, revisar nuestro esquema de vida y orar. Cada día es un regalo de Dios. ¿Cómo estamos haciendo uso de este regalo? Hemos venido a este mundo con una misión: ¿Cómo la estamos cumpliendo? Tenemos muchos temas para reflexionar. Aprovechemos estos días santos.