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Abril 18: “Ustedes son testigos de estas cosas, y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido”

Domingo III de Pascua, ciclo B Por: Antonio José Sarmiento Nova, SJ Lecturas:

Hechos 3: 13-19
Salmo 4
1 Juan 2: 1-5
Lucas 24: 35-48

Común denominador de las lecturas bíblicas que la Iglesia nos propone durante el tiempo pascual, es el testimonio de muchas personas que experimentaron a Jesús como el Viviente, con el consiguiente cambio sustancial de sus vidas, en términos de entusiasmo, de compromiso con el Reino de Dios y su justicia, de temple para enfrentar las contradicciones religiosas y políticas causadas por las autoridades judías y romanas. Esa condición de testigos les permitió animar a muchos para que siguieran el mismo camino, es entonces cuando surgen las primeras comunidades de cristianos y, más tarde, los evangelios y los demás textos del Nuevo Testamento, que vienen a ser la concreción de lo vivido por esos testigos originales de la experiencia pascual, escritos como material de catequesis para quienes se interesaban en seguir el Camino.[1]
El evangelio de este domingo es una ruta para que nos comprometamos en esa condición testimonial, para  que mantengamos ininterrumpida la  apasionante vivencia del Resucitado, con su capacidad extraordinaria de reencantar la vida y de garantizar el sentido definitivo de la misma. Sin excepción, a todos los seres humanos nos inquieta el significado pleno de la existencia, si vale la pena vivir, si las inevitables experiencias de sufrimiento nos preparan para una plenitud inagotable. En la Pascua de Jesús, Dios comunica su respuesta a estas preguntas de sentido. 
Las palabras de Pedro se inscriben en ese carácter de testimonio: “Mataron al jefe que conduce a la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos; nosotros somos testigos de ello. Y por la fe en su nombre, el propio Jesús ha restablecido a este hombre que ustedes ven y conocen. Es, pues, la fe, dada por su medio, la que lo ha restablecido totalmente ante todos ustedes”.[2] No está haciendo esta afirmación “de memoria” porque  él, junto con sus compañeros, ha vivido intensamente ese salto de la derrota y la frustración a la certeza, de que el mismo hombre histórico que caminó con ellos y que fue condenado injustamente al suplicio de la cruz es ahora el Cristo Resucitado, el que ha transformado su vida de raíz, involucrándolos a todos en la novedad que surge de la Pascua.[3]
La vocación fundamental de la Iglesia y de cada cristiano en particular, de cada comunidad de creyentes, es a ser testigos, llevando una existencia ciento por ciento pascual, vale decir, de servicio, de solidaridad, de justicia, de fraternidad, de compromiso con la felicidad de los seres humanos en nombre de Dios, de transformación de la realidad injusta, de afirmación contundente de la dignidad de cada ser humano, de hacer que esa Iglesia  motive a muchos para hacer parte de ese proyecto de nueva humanidad que resucita con Jesús. Esos testigos originales demostraron que ni la cruz ni el fracaso tuvieron la última palabra porque esta viene de Dios y es de vida definitiva e inagotable.[4]
Tal es la tarea cristiana, hacer el mundo totalmente nuevo, saturado de ilusiones, de razones para vivir, de inclusiones y equidades, también de valiente renuncia a pretensiones de poder, a incoherencias, a participación en religiosidades paralizantes, a miedos al compromiso, a disfrazar de prudencia nuestras cobardías, a los silencios cómplices y a las posturas anquilosadas:  “Estaremos seguros de conocerle si cumplimos sus mandamientos. Quien dice: yo le conozco, y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, tenga por cierto que el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos con él”.[5]
Es el desafío de la coherencia entre la vida y las convicciones creyentes, reto que se hace particularmente exigente después de tantos escándalos de pederastia y de poder, de manejos económicos indebidos y de tantas cosas deficientes de nosotros, de nuestra religiosidad formal, de nuestra indiferencia con los pobres, de nuestro miedo a ser profetas, de callarnos ante tantos desafueros que a diario se cometen contra la humanidad, de llevar un cristianismo acomodado sin impacto en la transformación de la historia.
¿Cómo estamos en esta materia? ¿Como los discípulos, también nos dejamos dominar por el miedo? ¿No terminamos de creer que sí está vivo y resuelto a inspirar nuestra vida? ¿Seguimos manejando las mismas inseguridades y temores de Pedro y sus amigos? ¿Confundimos a Jesús con un fantasma? “Sobresaltados y asustados creyeron ver un espíritu, pero él les dijo: ¿por qué se turban? ¿Por qué albergan dudas en su mente? Miren mis manos y mis pies: soy yo mismo”.[6]
Las conocidas limitaciones de los discípulos en materia de captar a fondo el proyecto de Jesús tienen en estos temores una nueva evidencia, que sólo desaparecerá cuando tengan la osadía de seguir al Resucitado sin ambages, dispuestos a hacer vigente en totalidad su programa de bienaventuranzas, de nueva humanidad, de preferencia por los últimos del mundo, de conversión del corazón al Padre y al prójimo, de encarnación crucificada y redentora en la realidad del ser humano y de la historia.[7] También nosotros participamos de esas limitaciones: ¿con qué disfraces hemos envuelto a Jesús en lugar de dejarnos transformar por el Viviente?
Para superar esas inseguridades, Jesús se les presenta, así lo refieren los distintos relatos de apariciones del Resucitado. Esto último se inscribe en el ámbito de la fe, la certeza de que, en la resurrección de Jesús, Dios ha intervenido decisivamente en la historia de la humanidad, en su dimensión trágica de muerte y de dolor, para reorientar la misma salvíficamente, instituyendo a su Hijo como Señor y Salvador.[8]
¿Hacia dónde caminamos nosotros, nuestras comunidades, cómo estamos viviendo la experiencia pascual? ¿Tenemos la osadía de dejarnos llevar por Él? Jesús invita a sus discípulos a tocarlo, como tuvo que hacerlo con Tomás, el incrédulo. Es una invitación a tener un encuentro directo con él, superando las falsas imágenes que nos hacemos de él, las distorsiones contenidas en muchas devociones de cristologías deficientes, en las que lo divinizamos tanto que sustraemos su humanidad o lo dejamos en un simple liderazgo que convoca amigos para protegerse de los asedios del mundo: “Pálpenme y piensen que un espíritu no tiene carne y huesos como ustedes ven que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies”.[9]
El lenguaje de Lucas, de profunda densidad teológica y antropológica, afirma que el Jesús histórico, el Crucificado, es ahora el Viviente, el Señor Resucitado. El evangelista se vale de este recurso, aparentemente sensorial, para afirmar simultáneamente la humanidad y la divinidad de Jesús, y para mover a sus discípulos –y a nosotros– a establecer una relación personal con él, concreta y existencial, con la capacidad de transformarnos, de hacernos nuevos en la novedad de su humanidad y de su divinidad.[10]
Conviene recordar la Exhortación Apostólica del Papa Francisco sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, Gaudete et Exsultate. [11] Nuestro pastor, con su habitual pedagogía de lo real, de lo muy humano y evangélico, nos invita a insertarnos en este mundo para transformarlo, no con un nuevo régimen de cristiandad ni con una reforzada estructura de privilegios eclesiásticos, sino con decidida voluntad de animar a la humanidad a que sea consistente, justa, transparente, solidaria, respetuosa de la dignidad de todos, protectora de la vida, emancipada y emancipadora.
Sea esta una invitación pascual a leerla, a orarla, a hacerla vida en todo nuestro ser y en nuestro quehacer. En el texto, entre tantos asuntos de honda raigambre evangélica y existencial que plantea Francisco, llama la atención sobre dos sutiles enemigos de la santidad: el gnosticismo y el pelagianismo. No nos asustemos porque no se trata de sofisticaciones académicas. El Papa se refiere a un tipo de cristianismo excesivamente subjetivo, muy en boga en grupos que se sienten “elegidos”, con visiones e iluminaciones particulares, desconectados de la realidad histórica, presumidos por sentirse ellos poseedores de la auténtica doctrina. Abundan este tipo de tendencias, se han convertido muchos en instituciones religiosas con fuerza e influjo en sectores fundamentalistas, temerosos de la gran innovación pascual. Esos son los fantasmas sobre los que el mismo Jesús llama la atención a sus discípulos, y a la Iglesia de hoy.[12]
Escuchemos al Papa: “El gnosticismo supone una fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos” [13]. También: “Los que responden a esta mentalidad pelagiana o semipelagiana, aunque hablen de la gracia de Dios con discursos edulcorados en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico”.[14]
Es totalmente estratégico hacer pública esta enseñanza en tiempo de Pascua, con el fin de animarnos a llevar un estilo de vida pascual, con sentido crítico para detectar esos perfeccionismos farisaicos, esas religiosidades que distorsionan el Evangelio de Jesús. 
Dejarnos tomar por el Resucitado conlleva una tarea misional, siempre humilde, siempre portadora de sentido, sin pretensiones de superioridad sobre nadie, con la discreta conciencia de sabernos inscritos en la aventura salvadora de Dios: “Está escrito que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas”.[15]
 
[1] ALEGRE, Xavier. Testimonios literarios de los orígenes del movimiento cristiano: una introducción al Nuevo Testamento. En https://www.core.ac.uk/download/pdf/47264132.pdf  KREMER, Jakob. El testimonio de la resurrección de Cristo en forma de narraciones históricas. En https://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol28/112/112_kremer.pdf  RICHARD, Pablo. El movimiento de Jesús después de su resurrección y antes de la Iglesia. En https://www.core.ac.uk/download/pdf/47263949.pdf
[2] Hechos 3: 15-16
[3] PONCE DE LEON, Enrique Testigos del Señor Jesús. Buena Prensa. México D.F., 2007. 
[4] Esto lo podemos asociar con la conocida expresión del Papa FRANCISCO “Una Iglesia en salida”, con ella el Papa alude al carácter misional-apostólico de la Iglesia, esta no es una entidad encerrada en sí misma, su razón de ser es el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado, contenido fundamental de lo que conocemos como Buena Noticia-Evangelio, respuesta de Dios al interrogante sobre el sentido de la vida que constantemente nos hacemos los seres humanos. 
[5] 1 Juan 2: 3-5
[6] Lucas 24: 37-39
[7] THEISSEN, Gerd. El movimiento de Jesús: historia social de una revolución de los valores. Sígueme. Salamanca, 2005. 
[8] BRAMBILLA, Franco Giulio. El crucificado resucitado. Sígueme. Salamanca, 2003. SESBOUE, Bernard. Jesucristo, el  único Mediador. Ensayo sobre la redención y la salvación. Secretariado Trinitario. Salamanca, 1990. SOBRINO, Jon. Jesucristo Liberador: lectura histórico-teológica de Jesús de Nazareth. Trotta. Madrid, 1991.
[9] Lucas 24: 39-40
[10] MARTINEZ DIEZ, Felicísimo. Creer en Jesucristo: vivir en cristiano. Verbo Divino. Estella, 2007. 
[11] Papa Francisco. Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate sobre la llamada a la santidad en el mundo actual. Tipografía Vaticana. Ciudad del Vaticano, 19 de marzo 2018. 
[12] MARDONES, José María. Fundamentalismo y manipulación religiosa. Publicado en Revista Renglones número 52, noviembre-diciembre 2002; páginas 82-85. https://www.rei.iteso.mx/bitstream/handle/11117/392/52_11_fundamentalismo.pdf?sequence=2&isAllowed=y
[13] Papa FRANCISCO. Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate sobre la Alegría del Evangelio, número 36.
[14] Idem , número 49.
[15] Lucas 24: 46-48 

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