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Abril 2: Bendito el que viene en nombre del Señor

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Domingo de Ramos – Pasión del Señor

Ciclo A – Abril 2 de 2023

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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
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Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan a la aldea de enfrente, encontrarán en seguida una burra atada con su pollino, desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les dice algo, contéstenle que el Señor los necesita y los devolverá pronto». Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: «Díganle a la hija de Sión: «Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de una burra». Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la burra y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!» Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: «¿Quién es éste?» La gente que venía con él decía: «Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea». (Mateo 21, 1-11).

La Semana Santa o Semana Mayor comienza con el Domingo de Ramos, llamado también de Pasión. En este año, la lectura que antecede a la bendición de los ramos con los que se aclama a Jesús al conmemorar su entrada en Jerusalén es la del Evangelio de Mateo. En la Misa se toma de este mismo Evangelio el relato de la pasión de Cristo (26,14 – 27,66), precedido de los textos de Isaías 50, 4-7, el Salmo 22 [21] y la carta de Pablo a los Filipenses (2, 6-11). Centremos nuestra reflexión a partir de los tres enunciados que propongo a continuación, tomados de los textos mencionados del Evangelio.

1.  “¡Hosanna…! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Mateo 21, 9)

 La palabra Hosanna, proveniente del hebreo, era también empleada en el idioma arameo, la lengua popular hablada en tiempos de Jesús, y significa originariamente Sálvanos ahora. Unida a la frase Bendito el que viene en nombre de Yahvé (o en nombre de Señor, como dice el Evangelio y también el canto litúrgico de la Misa que comienza con la invocación Santo, Santo, Santo…), está tomada del Salmo 118 (117), un himno de acción de gracias a Dios que se cantaba junto al Templo de Jerusalén en la llamada “Fiesta de las Tiendas” (es decir, de las Carpas, también llamada “Fiesta de los Tabernáculos”), y que en sus versículos 25 al 27 expresa así el reconocimiento a la acción salvadora de Dios: “Sálvanos ahora, Yahvé, haz que nos vaya bien… Bendito el que viene en el nombre de Yahvé… Yahvé es Dios, Él nos ilumina. Cierren la procesión con ramos en la mano…” Con el tiempo, la misma palabra “hosanna” se convirtió en un saludo de aclamación y bendición, frecuentemente unido al canto del “hallel-u-yah”, término que en su significado original hebreo quiere decir “alabemos a Yah”, o sea “alabemos a Yahvé” (“alabemos al Señor”).

Al llegar a Jerusalén, Jesús, a quien la gente aclama como el Mesías esperado, descendiente del rey David, no entra arrogante en un carro de guerra tirado por caballos, sino manso y humilde, cabalgando sobre un asno. El Reino que ha anunciado desde el inicio de su predicación es distinto de los de este mundo, y eso es precisamente lo que va a manifestarse en el proceso de su pasión y muerte, que culminará con el acontecimiento pascual de la resurrección, no como un hecho espectacular sino como una experiencia espiritual que sólo viven quienes se abren con fe a la revelación del amor de Dios.

2.  “Tomen y coman, esto es mi cuerpo… Beban, esta es mi sangre…” (Mt 26, 26-28)

El relato de la pasión según san Mateo, en la cena pascual que Jesús celebra con sus discípulos y que se conmemora solemnemente en la Misa vespertina del Jueves Santo, comienza con la institución de la sagrada Eucaristía, memorial del sacrificio redentor de Cristo que nos entrega su cuerpo y su sangre para darnos vida eterna. No es un simple recuerdo, sino la actualización de su misterio pascual -pasión, muerte y resurrección-, salvadora para nosotros cada vez que participamos debidamente en la Eucaristía, alimentándonos con su propia vida.

En este sentido, la Eucaristía es el sacramento de nuestra fe, en el que anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y expresamos nuestra esperanza en su venida gloriosa, y en el que a su vez se renueva su mandamiento nuevo del amor: a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo no sólo como a nosotros mismos, sino como Dios nos ha mostrado en Jesús que nos ama: hasta la entrega de la propia vida “para el perdón de los pecados”, es decir, un amor misericordioso sin reservas.

3.  “Verdaderamente, éste era Hijo de Dios” (Mt 27, 54)

Esta frase del centurión romano al pie de la cruz ante la muerte de Jesús, que conmemoraremos de manera especial en la tarde del próximo Viernes Santo, contrasta con la invocación del Salmo 22, que Jesús acababa de hacer suya antes de morir, manifestando su anonadamiento total: “¡Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” También nosotros proclamamos nuestro reconocimiento de Jesús como el Hijo de Dios cuando nos santiguamos con el signo de la cruz que nos identifica como seguidores de Cristo y nos compromete para la realización de lo que este seguimiento significa.

El título Hijo de Dios se aplica a Jesús para indicar que se le reconoce como Dios. Lo mismo ocurre con el título Señor, que encontramos en la segunda lectura donde Pablo dice que Aquél que se despojó de la gloria de su divinidad para humillarse hasta la muerte de la cruz -propia de los esclavos-, como consecuencia de su solidaridad con las víctimas de la injusticia y la violencia fue exaltado con el nombre de Señor del universo. Todo lo contrario de lo sucedido desde los comienzos de la humanidad, y que sigue sucediendo hoy, cuando el ser humano cae en la tentación de la soberbia al pretender igualarse a Dios desconociendo su condición de criatura.

Conclusión

Quienes creemos en Jesucristo como Hijo de Dios y Señor del universo, reconocemos que en Él se cumplen las profecías de los cuatro cantos o poemas del Servidor de Yahvé escritos unos cinco siglos antes de Cristo y que encontramos en el libro de Isaías. En el segundo, al que corresponde la primera lectura, el Servidor de Yahvé dice: “El Señor me ha instruido para que yo consuele a los cansados con palabras de aliento” (Isaías 50, 4).

Celebremos  la Semana Santa con una fe que nos impulse a identificarnos con Jesús, solidario con todos los que están cansados de sufrir la injusticia y la violencia. Aclamémoslo no sólo como “el que viene en el nombre del Señor”, sino también como el que tiene este mismo título -el de Señor– por haber entregado su vida para salvarnos a todos y hacer de nosotros hijos e hijas de Dios. Y, en consecuencia, renovemos nuestro compromiso de vivir de acuerdo con su mandamiento del amor, significado en la santa cruz, cuyo cumplimiento es el único camino para lograr la reconciliación y la paz en esta vida, y la felicidad eterna en la venidera.

Preguntas para la reflexión:

  1. ¿Qué sentimiento interno suscita en mí la frase “Bendito el que viene en nombre del Señor”?
  2. ¿A qué siento que me llama hoy el Señor con respecto a la celebración de la Semana Santa?
  3. ¿Qué valor tiene para mí la celebración de la Eucaristía en relación con la vivencia de la fe?

 

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