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Abril 24: La paz esté con ustedes

II Domingo de Pascua
Ciclo C – abril 24 de 2022 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz esté con ustedes» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también yo los envío». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «La paz esté con ustedes». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre (Juan 20, 19-31).
En el año 2000 el papa Juan Pablo II estableció el II Domingo de Pascua como la “Fiesta de la Divina Misericordia”, promovida por Santa María Faustina Kowalska (1905-1938), religiosa polaca de la orden de Nuestra Señora de la Misericordia, a quien Jesús en sus experiencias místicas le encomendó predicar este atributo esencial de Dios revelado en Él, iniciar nuevas formas de devoción –como la “Coronilla de la Divina Misericordia”– e impulsar un movimiento renovador de lo que significa ser misericordioso.
La palabra miseri-cordia, que traduce lo que significan los respectivos términos bíblicos hebreo y griego, quiere decir afecto de corazón (cordial) hacia quienes padecen la miseria (física o espiritual,) y en este sentido es el amor entrañable de Jesús que se conmueve ante el sufrimiento de quienes acuden a Él. Las lecturas de este domingo [Hechos 5,12-16; Salmo 118 (117); Apocalipsis 1, 9-19; Juan 20,19-31] nos muestran esa infinita Misericordia, indisolublemente unida al don de la Paz que Él mismo nos ofrece.
 
1. “La paz esté con ustedes…”
Tres veces menciona el Evangelio el saludo de Cristo resucitado “la paz esté con ustedes”. La paz (shalom en hebreo) es el bien pleno que Él quiere para sus discípulos, sumidos en la tristeza y el miedo después de la muerte de su Maestro en la cruz, y que, según la tradición (aunque el Evangelio dice simplemente que era una casa), se encontraban en el mismo recinto donde Jesús había instituido la Eucaristía la víspera de su pasión. También nosotros somos invitados, desde la fe pascual, a recibir ese mismo don que Jesús resucitado nos ofrece y nos exhorta a compartir inmediatamente antes de recibir la sagrada comunión.
Este saludo va acompañado de una misión -como el Padre me envió, así Yo los envío-, que se relaciona con el sacramento de la Reconciliación: a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados, y a quienes se los retengan, les quedan retenidos. “Retener los pecados” significa que a quienes no tengan una sincera disposición a cambiar no puede llegarles el perdón de Dios. Y es significativo que el don de la paz que ofrece Jesús esté conectado con el perdón, en virtud del Espíritu que les comunica a sus apóstoles: Sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. Este Espíritu es el aliento vital creador y renovador de Dios, que hace posible una vida nueva, y que los impulsaría a luego proclamar la buena noticia de la pascua desde el día de Pentecostés. Pero para recibir el don de la paz y ser renovados por el Espíritu Santo, es necesario que desarmemos nuestros corazones, nos dejemos transformar por Dios y nos dispongamos a recibir y dar perdón. Sólo así será posible que podamos construir una sociedad en paz. No se trata, por supuesto, de un “perdón social” negociado como promesa para ganar adeptos a una causa política, sino de un don de Dios que supone y exige la debida coherencia entre la misericordia y la justicia, pues el perdón y la reconciliación no son compatibles, en el auténtico sentido cristiano, con el cinismo y la impunidad.
A su vez, la misión dada por Jesús es de sanación. Es lo que nos muestra la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles. La fe en Jesús resucitado les da a sus discípulos el poder de sanar, y esos acontecimientos sanadores hacen que crezca el número de hombres y mujeres que creen en el Señor.
 
2. “No temas, Yo soy el primero y el último, Yo soy el que vive”
El apóstol Juan, autor espiritual tanto del cuarto Evangelio como de las tres cartas que llevan su nombre y del libro del Apocalipsis -que en griego significa “Revelación”-, nos transmite en la segunda lectura esta afirmación de Cristo resucitado que podemos recibir también como dirigida a nosotros.

No temas, no tengas miedo: es una frase recurrente de Jesús en los evangelios, y resuena también en el último libro de la Biblia como una invitación a la esperanza gozosa que deriva de la fe en su resurrección.
Yo soy el primero y el último: el Cirio Pascual, que representa a Cristo resucitado, muestra en sus trazos la primera y la última letra del alfabeto griego: Jesucristo es Alfa y Omega, principio y fin de cuanto existe.

– Yo soy el que vive: Dios se le reveló a Moisés al elegirlo como instrumento de su acción salvadora, con el nombre de Yahvé (Yo soy). Y el nombre de Jesús, Hijo de Dios vivo, significa “Yo soy el que salva”.
 
3. “Dichosos los que creen sin haber visto”
Los relatos de apariciones de Jesús resucitado evocan experiencias que permiten reconocerlo en una dimensión espiritual. La referencia a las señales de sus heridas significa que es el mismo Jesús que había muerto en la cruz, pero ahora con una presencia captable por la fe. Y la frase de Jesús “dichosos quienes creen sin haber visto” se cumple en toda persona que, sin exigir pruebas físicas, reconoce por la fe su resurrección. Así nos invita Jesús a creer en Él, para que, como dice el Evangelio al final, creyendo, tengamos vida (o sea vida eterna).
Pues bien, nuestra fe afirma que Jesús, Dios hecho hombre, está vivo y se hace presente en la Eucaristía, y expresamos nuestro reconocimiento de su presencia cuando decimos, repitiendo las palabras de Tomás,
¡Señor mío y Dios mío! Renovemos pues nuestra fe en Cristo, prenda de nuestra futura resurrección y motivo de nuestra esperanza, e invoquemos a María, que como le decimos en la Salve es Madre de la Misericordia (que es Dios mismo revelado en Jesucristo), para que nos ayude a tener una fe cada día mayor en la acción misericordiosa del Señor.

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