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Abril 3: La mujer adúltera

Juan 8:1-11, domingo, abril 3 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ  En el judaísmo se consideraban tres delitos (pecados) mortales porque se castigaban con la muerte: adulterio, asesinato y apostasía. Por evitarlos valía la pena dar la vida: preferir ser muerto antes que adúltero, asesino o apóstata. En los demás casos se debía buscar proteger la propia vida. El cristianismo, cuando introdujo una ceremonia de reconciliación, tuvo, durante siglos, estos tres pecados como los únicos que debían confesarse públicamente delante de la comunidad. El incesto se asimilaba al adulterio. En el adulterio ambos, hombre y mujer, debían morir, según las leyes judías. Pero a menudo, sobre todo en los profetas, el peor adulterio era de tipo religioso: irse tras otros dioses diferentes a Yahvéh. Se asimilará a adulterio casarse con una mujer de otra religión. Varios padres de la Iglesia asumen este concepto. El apóstol Pablo, sin embargo, aconseja que no se abandone al cónyuge no creyente, aunque algunos consideran que autoriza el divorcio en tal caso, en lo que se ha llamado canónicamente el “beneficio paulino”. Esto porque la imagen matrimonial como relación de Yahvéh con Israel es para Pablo imagen de la unión de Cristo y la Iglesia. Curiosamente, no se consideraba adulterio la relación de un hombre casado con una mujer soltera, pues la poligamia era permitida. Una muestra de patriarcalismo y machismo judío que Jesús descalifica en los evangelios. También en las leyes romanas el adulterio se aplicaba solamente a la mujer, de manera similar a como se hace en muchos países musulmanes. En el cristianismo, el adulterio se define como la relación íntima entre una persona casada y otra no casada o entre una persona casada y el cónyuge de otro u otra. Si el hombre sospechaba del adulterio de su mujer, podía someterla a la ordalía de las hierbas amargas. Una pócima revulsiva. Si reaccionaba al tomarla era culpable. Algo similar se hizo con las mujeres sospechosas de brujería en la Edad Media. El hijo nacido del adulterio se consideraba bastardo.
Hasta tal punto parece haber resultado difícil, para la comunidad cristiana, aceptar la actitud de Jesús en el Evangelio de hoy, que falta en muchos manuscritos antiguos y es desconocido o ignorado por varios padres de la Iglesia. Hay opiniones de que no formaba parte original del Evangelio y habría sido añadido posteriormente. Jesús habría procedido en abierto desafío de las leyes judías defendiendo a quien no tendría excusa. Aunque Yahvéh podía perdonar el adulterio, como se cuenta de David, las leyes judías eran implacables al respecto. Tal hubiera sido el caso si José (padre putativo) denuncia públicamente a María cuando descubre su embarazo, pues desde el compromiso matrimonial se obligaba la fidelidad de la mujer. Pero no acudió a lo que la ley le permitía. Jesús habría ampliado la noción de adulterio cuando expresa: «Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio; y el que se casa con una repudiada por su marido comete adulterio» (Lc 16:18). Las leyes de Moisés permitían el divorcio en caso de adulterio, según algunas escuelas. En las enseñanzas de Jesús en Mateo respecto al adulterio, la excepción: «Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación (porneia), la hace ser adúltera» (Mt 5:32), ha tenido al menos ocho interpretaciones diferentes. Algunas ya conocidas en la época, como las diferencias entre la escuela de Shammai (rigorista) y la de Hillel (laxista). De la mujer del Evangelio de hoy, no sabemos en qué tipo de adulterio habría incurrido. Quienes la llevan ante Jesús aseguran que la encontraron en flagrancia y parecen ser numerosos testigos.
A partir de la escritura de Jesús en la arena, dos veces mencionada, argumentan algunos que junto con la pregunta frecuente ¿no habéis leído en las Escrituras? y la lectura de Isaías en la sinagoga, Jesús habría aprendido a leer en la escuela de párvulos que era la sinagoga en semana; el sábado era el día de los adultos para oración y aprendizaje. Para algunos la sinagoga sería la primera escuela que hubo en la humanidad, adelantándose con mucho a las escuelas cristianas que aparecen tardíamente en la Edad Media en abadías y catedrales. Jesús no puede (ni quiere) probar la inocencia de la mujer, ni la mala fe o deseo lujurioso de los acusadores, alejando el caso de los posibles tribunales. Se enfrenta a la misma ley de Moisés, buscando la misericordia, que permita salvar a la mujer. Acude a la conciencia de los acusadores. Es diferente del caso de Susana en el que se busca es mostrar que son falsos testigos. El profeta Oseas había dicho que Yahvéh perdonaba a Israel que había adulterado con otros dioses. La fidelidad de Israel a Yahvéh como la fidelidad de la iglesia a Cristo no siempre es tan evidente. Casta y meretriz es llamada la iglesia en varios escritos antiguos, entre ellos de San Agustín. El relato parece demostrar que los asistentes no tienen autoridad moral para juzgar a la mujer porque forman parte del problema. La prostitución era tan conocida en Israel como lo es hoy en todos los países e igualmente que muchas mujeres son compelidas a ello por la sociedad misma. Si es un pecado, lo es tanto social como personal. Así como los asistentes no se atreven a condenar a la mujer, tampoco lo hace Jesús. Al fin y al cabo los jueces condenan en nombre de la sociedad. Pero más allá del adulterio está el perdón. Entendido el relato como una parábola de perdón, indicaría que si nos juzgamos pecadores más fácilmente podremos perdonar a otros. Ante el prerrequisito de Jesús «¡quien esté limpio que tire la primera piedra!», todos los jueces se van, uno tras otro, reconociéndose pecadores, confesando así su propia culpa. Teóricamente Jesús podría condenarla, pues según el Evangelio de Juan y las cartas de Pablo, él no tiene pecado; pero resalta más su ministerio el perdón: «¡Tampoco yo te condeno, vete y no peques más!». De esta forma se confrontan la justicia (mispat) con la misericordia (sedaqá); la justicia que castiga con la misericordia que transforma.
Por nosotros mismos tenemos mucha dificultad en superar el sistema legal (justicia romana y universal), a no ser que irrumpa en nuestra vida una experiencia más alta, como la de Jesús; tanto la mujer acusada como los acusadores estaban atrapados en un mismo sistema judicial. Jesús, en cambio, estaba “atrapado” por el don del amor oblativo, la misericordia y del perdón. En el Antiguo Testamento, el profeta Oseas muestra a Yahvéh como un marido engañado (cornudo) que ama de tal forma a Israel, como mujer adúltera, que la perdona para iniciar una nueva historia de amor. Cada año, en la fiesta del Yom-kippur, Yahvéh perdonaba a todo el pueblo. Hasta hoy, el problema del adulterio nunca se ha resuelto con la muerte, la violencia o el castigo, ni siquiera en los países musulmanes que aplican pena de muerte. La solución del problema del adulterio, en el Evangelio, no es la muerte de los posibles culpables, sino la conversión personal y comunitaria que pasa por el perdón. La adúltera apedreada no pasaría de chivo expiatorio de un mal que implicaba a muchos y quizás a todos los acusadores. Por buscar Jesús vivir de esta manera, varias veces fue amenazado de ser apedreado. Prefería sufrir las piedras que tirarlas. Este Evangelio sobre la mujer adúltera era incómodo para judíos y cristianos de la época y también para nuestra época. Es un texto que nos baja de las alturas teológicas, a menudo puritanas, a las realidades innegables del ser humano. En todas las culturas la prostitución ha sido legalizada, prohibida, tolerada, asumida o negada, falsamente erradicada, justificada y muchas actitudes más e incluso todas ellas en sucesión irregular. Para Jesús, de una prostituta podía salir una virgen, es decir, una vida en fidelidad a Yahvéh. Tener otros dioses era “prostituirse” de lo cual la expresión física o sexual parece ser la mera consecuencia.

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