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Jueves Santo
Abril 6 de 2023
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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
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Las representaciones clásicas de la Última Cena suelen mostrar únicamente a Jesús con los doce apóstoles. Sin embargo, podemos imaginar que en ella estuvieron también su madre y otras mujeres que lo habían seguido. El número doce evoca simbólicamente el de los hijos de Jacob que unos veinte siglos atrás dieron origen a las doce tribus del pueblo de Israel, por lo cual los evangelios se refieren a ese mismo número de apóstoles (enviados), con quienes Jesús dio origen a la Iglesia o comunidad de sus seguidores, nuevo Pueblo de Dios. Pero bien pudieron estar presentes en aquella cena no sólo los doce apóstoles, sino además otras personas -varones y mujeres- que lo seguían.
La primera lectura de la liturgia vespertina del Jueves Santo evoca la cena pascual con la que los israelitas recuerdan cada año su liberación de la esclavitud en Egipto en el siglo 12 a.C. La segunda es el primer relato escrito -antes que los evangelios- de la cena pascual en la que Jesús instituye la Eucaristía. Y el Evangelio cuenta cómo, al iniciar esta cena, Jesús les lava los pies a sus discípulos, para darles luego el mandamiento nuevo de amarse los unos a los otros como Él lo ha hecho (el cual se recita en la Antífona del Evangelio, después de la segunda lectura).
1ª Lectura (Éxodo 12,1-14): El Señor habló en Egipto con Moisés y Aarón, y les dijo: «Este mes será para ustedes el principal, el primer mes del año. Díganle a toda la comunidad israelita lo siguiente: “El día diez de este mes, cada uno de ustedes tomará un cordero o un cabrito por familia, uno por cada casa. Y si la familia es demasiado pequeña para comerse todo el animal, entonces el dueño de la casa y su vecino más cercano lo comerán juntos, repartiéndoselo según el número de personas que haya y la cantidad que cada uno pueda comer. El animal deberá ser de un año, macho y sin defecto, y podrá ser un cordero o un cabrito. Lo guardarán hasta el catorce de este mes, y ese día todos y cada uno en Israel lo matarán al atardecer. Tomarán luego la sangre del animal y la untarán por todo el marco de la puerta de la casa donde coman el animal. Esa noche comerán la carne asada al fuego, con hierbas amargas y pan sin levadura. No coman ni un solo pedazo crudo o hervido. Todo el animal, lo mismo la cabeza que las patas y las entrañas, tiene que ser asado al fuego, y no deben dejar nada para el día siguiente. Si algo queda, deberán quemarlo. Ya vestidos y calzados, y con el bastón en la mano, coman de prisa el animal, porque es la Pascua del Señor. Esa noche yo pasaré por todo Egipto, y heriré de muerte al hijo mayor de cada familia egipcia y a las primeras crías de sus animales, y dictaré sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor, lo he dicho. La sangre les servirá para que ustedes señalen las casas donde se encuentren. Y así, cuando yo hiera de muerte a los egipcios, ninguno de ustedes morirá, pues veré la sangre y pasaré de largo. Éste es un día que ustedes deberán recordar y celebrar con una gran fiesta en honor del Señor. Lo celebrarán como una ley permanente que pasará de padres a hijos.
2ª Lectura (1 Corintios 11,23-26): Yo recibí esta tradición dejada por el Señor, y que yo a mi vez les transmití: Que la misma noche que el Señor Jesús fue traicionado, tomó en sus manos pan y, después de dar gracias a Dios, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega en favor de ustedes. Hagan esto en memoria de mí». Así también, después de la cena, tomó en sus manos la copa y dijo: «Esta copa es la nueva alianza confirmada con mi sangre. Cada vez que beban, háganlo en memoria de mí». De manera que, hasta que venga el Señor, ustedes proclaman su muerte cada vez que comen de este pan y beben de esta copa.
Antífona del Evangelio (Juan 13,34): Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros.
Evangelio (Juan 13,1-15): Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús sabía que había llegado la hora de dejar este mundo para ir a reunirse con el Padre. Él siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y los amó hasta el extremo. El diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la idea de traicionar a Jesús. Jesús sabía que había venido de Dios e iba a volver a Dios, y que el Padre le había dado toda autoridad; así que, mientras estaban cenando, se levantó de la mesa, se quitó la túnica y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura. Cuando iba a lavarle los pies a Simón Pedro, éste le dijo: —Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? Jesús le contestó:
—Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero después lo entenderás. Pedro le dijo: —¡Jamás permitiré que me laves los pies! Respondió Jesús: —Si no te los lavo, no podrás ser de los míos. Simón Pedro le dijo: —Entonces, Señor, no me laves solamente los pies, ¡sino también las manos y la cabeza! Pero Jesús le contestó: —El que está recién bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está todo limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos. Dijo: «no están limpios todos», porque sabía quién lo iba a traicionar. Después volvió a ponerse la túnica, se sentó a la mesa y les dijo: —¿Entienden ustedes lo que les he hecho? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado un ejemplo, para que hagan lo mismo.
Démosle gracias al Señor por su amor manifestado hasta el extremo en la entrega de su vida por y para nosotros, esa misma vida que nos alimenta en la Eucaristía, y pidámosle, invocando la intercesión de María santísima y la de sus fieles discípulos y discípulas que estuvieron presentes en la Última Cena, que nos conceda su gracia para reconocernos efectivamente unos a otros como hermanos, hijos de un mismo Creador, y mostrar ese reconocimiento cada día mejor en lo que san Ignacio de Loyola expresó en sus Ejercicios Espirituales como la disposición a EN TODO AMAR Y SERVIR.