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Abril 9: Resucitó y está vivo. «¡Aleluya!»

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Domingo de Resurrección

Ciclo A – Abril 9 de 2023

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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
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El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, en camino hacia el sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro, vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. (Juan 20, 1-9).

En el tiempo litúrgico de cincuenta días que comienza en la noche del Sábado Santo con la bendición y el encendimiento del Cirio Pascual, símbolo de Jesús resucitado, luz del mundo, la Iglesia Católica celebra el paso (la pascua) de la muerte a la vida, que es paso de la oscuridad a la luz. Sobre este Cirio se representan, en forma de cruz con cinco granos de incienso, las heridas de Jesús -de su corazón, de sus manos y de sus pies-, se indica con números el año en curso de la era cristiana, y con las letras alfa y omega, primera y última del alfabeto griego (en griego se escribieron los libros del Nuevo Testamento), se significa que Él es el principio y el fin de la creación: Yo soy el alfa y la omegael que es, era y ha de venir (Apo 1, 8). Esta Vigilia Pascual, en la que se bendicen la luz y el agua, signos del Bautismo, y en la que cobra un especial significado el canto del Hallell-u-Yah (en hebreo Alabemos a Yahvé Aleluya), culmina con la Eucaristía, haciéndose en ella presente Cristo resucitado que nos alimenta con su vida nueva. Las siguientes reflexiones se refieren a las lecturas bíblicas de la Misa del Día correspondiente al Domingo de Resurrección: Hechos de los Apóstoles 10, 34-43, Colosenses 3, 1-4 y Juan 20, 1-9.

1.     Los discípulos encuentran el sepulcro vacío

«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto«. En los cuatro evangelios, los relatos del misterio de la resurrección de Cristo comienzan por la experiencia del sepulcro vacío, siendo sus discípulas las primeras en vivirla. Ellas habían comenzado a embalsamar su cuerpo según las costumbres judías, antes de ser depositado en una cueva cuya entrada se sellaba con una piedra rodante, y no habían alcanzado a terminar su labor en la tarde del viernes por haber empezado desde las seis el descanso sabático. Para terminarla, el primer día de la semana -o sea el siguiente al sábado- van muy de mañana al sepulcro y lo encuentran vacío. El Evangelio de Juan relata particularmente la experiencia de María Magdalena, quien habla en plural refiriéndose a que había ido al sepulcro con las otras mujeres.

El mensaje del sepulcro vacío es una invitación a no buscar al Señor en el lugar destinado a los muertos.

¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo?, dice el Evangelio de Lucas (24,5). Sólo se le puede encontrar en otra dimensión, distinta de la física, y esto es precisamente lo que constituye el sentido de la frase del relato del Evangelio de Juan, “el otro discípulo” que después de María Magdalena llegó con Pedro al sepulcro: “vio y creyó”. ¿Qué vio? Unas vendas y un sudario. ¿Qué creyó? Lo que Jesús ya les había anunciado antes de su muerte: que iba a resucitar.

2.     Jesucristo resucitado se manifiesta a sus discípulos

La primera lectura bíblica de este domingo describe la experiencia que tuvieron los primeros discípulos de Jesús, ya no de su ausencia del sepulcro, sino de su presencia resucitada: “Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se nos apareciera”, dice Simón Pedro en su discurso (Hechos 10, 34-43). Esta resurrección, obrada en Jesús por Dios Padre (que es a quien se refieren los textos del Nuevo Testamento con la palabra Dios), acontece al tercer día, o sea después de transcurridos el viernes y el sábado, al comenzar el primer día de la semana que sería llamado por los cristianos día del Señor – “domingo”, en latín dies domínica-. La manifestación de Jesús resucitado a sus discípulos es iniciativa del mismo Dios Padre: hizo que se nos apareciera; por tanto, no son ellos los que encuentran a Jesús resucitado, es Él quien, en virtud de esta iniciativa, sale a su encuentro.

Esta experiencia pascual se da especialmente en la celebración de la Eucaristía: «Nosotros comimos y bebimos con Él después de su resurrección«, continúa diciendo Pedro en su discurso. Esto quiere decir que, cuando los discípulos de Jesús se reúnen para compartir el pan y el vino en memoria suya, tal como Él les había dicho que lo hicieran, experimentan su presencia resucitada, distinta de la anterior a su muerte, con un cuerpo ya no material, sino glorioso. Una presencia espiritual que corresponde a una dimensión trascendente. Y, si bien la experiencia pascual de aquellos discípulos tuvo características especiales, algo similar ocurre para nosotros cuando celebramos la Eucaristía: Cristo resucitado se hace presente con su Cuerpo y su Sangre gloriosos, alimentándonos con su vida nueva.

3.     La resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección futura

El anuncio de la resurrección de Cristo es el contenido central de la Buena Noticia que comenzó a difundirse desde aquel domingo: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, el Mesías o Cristo (Mesiah en hebreo, Christos en griego) es decir, el Ungido por el Espíritu Santo para realizar el designio divino de la salvación ofrecida a toda la humanidad, ha resucitado. Está vivo, y como Señor del universo, ha querido hacernos partícipes de su resurrección para que también nosotros renazcamos a una vida nueva.

Esta Buena Noticia -que es lo que significa en griego el término Evangelio– constituye para nosotros una invitación a dirigir nuestra mirada a las realidades eternas. Tal es el sentido de la exhortación de Pablo en su carta a los cristianos de Colosas (Col 3, 1-4). Poner la mirada en las realidades de arriba -la oposición arriba/abajo indica la superioridad de lo espiritual sobre lo material- es, como sigue diciendo Pablo, identificarnos con Cristo para morir a cuanto nos pueda apartar de Dios, y renacer con Él a una vida nueva.

Vivamos pues con gozo el acontecimiento de la Resurrección de Cristo, prenda de nuestra futura resurrección. Que la alegría propia de nuestra fe pascual irradie a nuestro alrededor como en aquel tiempo sucedió con las discípulas y los discípulos de Jesús, y por supuesto, como debió suceder con María santísima, sin duda la primera en experimentar la presencia de su Hijo resucitado.

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