XVII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo B – Julio 25 de 2021 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
En aquel tiempo, al ver que ni Jesús ni sus discípulos estaban cerca de donde habían comido el pan multiplicado, la gente subió también a las barcas y se dirigió a Cafarnaum, a buscarlo. Al llegar al otro lado del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo viniste acá? Jesús les dijo: -Les aseguro que ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse, y no porque hayan entendido las señales milagrosas. No trabajen sólo por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les da vida eterna. Esta es la comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él. Le preguntaron: – ¿Qué debemos hacer para realizar las obras que Dios quiere que hagamos? Jesús les contestó: – La única obra que Dios quiere es que crean en Aquel que Él ha enviado. Le preguntaron entonces: – ¿Qué señal puedes darnos, para que al verla te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: “Les dio a comer pan del cielo”. Jesús les contestó: -Les aseguro que no fue Moisés quien les dio a ustedes el pan del cielo, sino que mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan que Dios da es el que ha bajado del cielo y da vida al mundo. Ellos le pidieron: -Señor, danos siempre ese pan. Y Jesús les dijo: -Yo soy el pan de vida; quien viene a mí nunca tendrá hambre; y quien cree en mí nunca tendrá sed (Juan 6, 24-35).
El domingo pasado leímos el pasaje del Evangelio según san Juan en el que se narra el milagro de la multiplicación de los panes. Hoy el mismo Evangelio nos presenta el comienzo del llamado “Discurso del Pan de Vida” que Jesús desarrolla después de aquel milagro en todo el resto de su capítulo 6. Tratemos de aplicarlo nuestra propia vida, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de hoy [Éxodo 16, 2-4.12-15; Salmo 78 (77); Efesios 4, 17.20-24].
1. No trabajen sólo por la comida que se acaba, sino por la que permanece y les da vida eterna
Jesús había saciado el hambre material de muchas personas. Muchos lo seguían buscando para que les hiciera milagros físicos, pero Él los invitaba, como también lo hace hoy con cada uno y cada una de nosotros, a no poner la meta última en lo material, sino en lo espiritual. Así como necesitamos el alimento del cuerpo, también necesitamos alimentar nuestro espíritu, y la falta de este alimento es precisamente lo que lleva a muchos a perderle el sentido a la existencia, porque de nada nos sirve estar saciados en lo material si no recibimos el alimento espiritual. Una gran parte de la humanidad padece hambre física, y este es un enorme problema social, pero también muchos carecen de nutrición espiritual. En efecto, la crisis actual de la humanidad es una crisis económica, pero también una crisis del espíritu.
Surgen entonces las ofertas mercantilistas de espacios esotéricos que venden milagros en espectáculos difundidos por los medios de comunicación. Muchos buscan en la llamada “Nueva Era” una satisfacción al hambre espiritual que los aqueja. Sin embargo, las religiones de alivio instantáneo y los espiritualismos fanáticos se parecen a las drogas que alienan a las personas, haciéndolas incapaces de comprometerse en la búsqueda del bien común y en la construcción compartida de una sociedad justa y equitativa.
2. La única obra que Dios quiere es que crean en Aquel que Él ha enviado
Cuando Jesús dice que “la única obra que Dios quiere es que crean en Aquél que Él ha enviado”, no invita a una fe desentendida de los problemas sociales, sino todo lo contrario: creer en Él significa adherirse de corazón a sus enseñanzas, centradas en el reino de Dios, que es reino de amor, justicia y paz.
Nuestra fe en Jesucristo implica y exige de nosotros una revisión constante de nuestra vida, alimentada por Él mismo, para ver qué estamos haciendo y qué debemos hacer por los demás, especialmente por los más necesitados. No en el sentido de una asistencia paternalista que da el pescado sin enseñar a pescar, sino en el de contribuir a la transformación estructural de la sociedad, cada quién en su hogar, en su lugar su trabajo, en sus relaciones cotidianas. Para lograr esta unidad entre fe y obras, necesitamos buscar y aprovechar espacios en los que nos encontremos con nosotros mismos y con Dios, en un clima que nos renueve cada día espiritualmente.
3. Yo soy el pan de vida; quien viene a mí jamás tendrá hambre, quien cree en mí jamás tendrá sed
Con las palabras Yo soy comienzan siete afirmaciones de Jesús sobre su propia misión: Yo soy la luz del mundo; Yo soy la puerta; Yo soy el buen pastor; Yo soy la resurrección y la vida, Yo soy la vid; Yo soy el camino, la verdad y la vida; Yo soy el pan de vida. Estas palabras corresponden al nombre con el que Dios se le reveló a Moisés: Yahveh, que significa Yo soy (Éxodo 3,14-16). Y Jesús en hebreo (Yah-oshua) significa Yo soy el que salva. Ahora bien, el Discurso del Pan de Vida constituye un anuncio, dado por Jesús, del sacramento de la Eucaristía que Él mismo iba a instituir en la cena pascual con sus discípulos la víspera de su pasión. Hoy nosotros podemos verificar desde la fe el cumplimiento de este anuncio, cada vez que compartimos el Pan que da la vida y que es el mismo Jesucristo, que dio su propia vida en la cruz y nos comunica ahora su vida resucitada para que nosotros también tengamos vida eterna. Es curioso que al afirmar Jesús que es el pan de vida, no sólo habla de jamás tener hambre, sino también de jamás tener sed. De esto puede deducirse que está refiriéndose no sólo a su cuerpo, sino también a su sangre, Por eso más adelante va a decir: “quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Juan 6,51-58).
El mismo Evangelio según san Juan, al final de su capítulo 20, inmediatamente después de la profesión de fe del apóstol Tomás al tener la experiencia pascual de la presencia de Jesús resucitado, y de las palabras del mismo Jesús que le dice “dichosos los que creen sin haber visto”, concluye afirmando que todos los signos milagrosos relatados en este libro “han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de Él” (Juan 20, 31).
La vida es uno de los temas centrales de la predicación del apóstol Juan, que fue puesta por escrito en el cuarto Evangelio y en las tres cartas del Nuevo Testamento que llevan su nombre. Se trata de una vida en plenitud: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”, dirá Jesús al presentarse como el buen pastor (Juan 10, 10), y esa vida es la que nos comunica Él mismo en la Eucaristía al dársenos en alimento como la Palabra de Dios hecha carne. Dispongámonos pues a recibirlo en la sagrada comunión, para que Él nos transforme a imagen suya al comunicarnos su propia vida resucitada, e invoquemos a su santísima Madre, la Virgen María, para que, así como ella accedió a ser el instrumento de la Encarnación del Verbo de Dios, también nosotros seamos en nuestro entorno instrumentos de su presencia, que es la presencia del Amor.