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Agosto 1: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre. El que cree en mí jamás tendrá sed”

Domingo XVIII del tiempo ordinario, Ciclo B Por: Antonio José Sarmiento Nova, SJ Lecturas:

Éxodo 16: 2-4 y 12-15
Salmo 77
Efesios 4: 17-24
Juan 6: 24-35

El mensaje de hoy es el discurso del pan de vida, un juego de preguntas y respuestas a través del cual Jesús marca las etapas progresivas del anuncio con el que se manifiesta: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”.[1] No son palabras piadosas, aunque su formulación externa lo parezca. Al ofrecerse así, Jesús somete a crítica severa la institución religiosa judía y propone la alternativa liberadora que viene de su Padre,[2] en la que lo definitivo no son las leyes religiosas y la obligación de cumplirlas, sino la gratuidad del don que supera las habituales clasificaciones de bueno y malo que establecemos los humanos, revelando también el carácter desbordante e ilimitado de la generosidad de Dios.[3]
Jesús les va confrontando con cuestiones de hondo calado: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieran signos, sino porque han comido pan hasta saciarse”.[4] El signo es para este evangelio un camino pedagógico, la posibilidad de abrirse a una comprensión más profunda que pertenece al orden del Espíritu, pero ellos lo han reducido al milagro material. La muchedumbre no ha visto en él nada más que un hecho destinado a saciar el hambre del momento, pero no captan el largo y definitivo alcance que en él mismo está revelando el Padre. Es el viejo hábito de utilizar a Dios como una gigantesca máquina de hacer favores sin responsabilidad de parte de quien los demanda. [5]
Jesús les reprocha su estrechez de miras y los invita a vislumbrar el alimento en un orden superior, susceptible de conferir la vida eterna, la vida definitiva, la plenitud de humanidad en Dios:  “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es Él, a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”.[6]
Este alimento es completamente distinto del famoso maná del desierto, según la misma narración de la primera lectura de hoy, que no lograba liberar de la muerte a quienes lo habían consumido, siguiendo también la lógica de aquellos israelitas que, en la travesía del desierto, protestaban contra Moisés y Aarón, demandándoles por llevarlos hacia la libertad que se tipifica en el simbolismo de la tierra prometida y dejando clara su nostalgia por la comodidad esclavizante que tenían en Egipto: “En el desierto los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto –les decían– cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto a morir de hambre”.[7]
A esto se le conoce como el síndrome de “las cebollas de Egipto”. Allí eran esclavos, no tenían un futuro digno a la vista, el faraón les tenía sometidos por siglos, su condición era indigna y humillante, Yahvé suscita a Moisés para hacer consciente al pueblo hebreo de que esa no es una alternativa promisoria de vida, de justicia, de autonomía, de sentido profundo y definitivo, por eso lo inspira para llevar a su gente hacia la novedad de ser libres, volviendo a su origen que es la tierra de la promesa, a sabiendas de que la travesía será de alta exigencia y problematicidad. Se lanzan a la aventura, pero en la medida en que muchos perciben el dinamismo de futuro que está contenido en el largo desierto protestan, se rebelan, denigran de sus guías, afirman que es mejor ser esclavos que tener la posibilidad de liberarse en medio de tantas penurias. Los seres humanos queremos ser dueños de la historia y afirmar nuestra libertad, pero exaltamos dictadores, practicamos idolatrías, hipotecamos nuestra libertad con pasmosa facilidad.  En el aspecto religioso tenemos conductas fixistas en modos y procedimientos que fueron significativos en otro tiempo, pero que ahora han perdido relevancia porque las sensibilidades se modifican en la medida en que discurrimos por la vida. Los movimientos tradicionalistas en el seno de la Iglesia han absolutizado estilos que no son esenciales para la vivencia de la fe, a ellos les parece que superar esos modelos es ir en contra de la originalidad cristiana. ¡Podemos apreciarlo en el sinnúmero de críticas que se hacen al Papa Francisco por su proceder existencial y cotidiano![8]
Es el miedo a la libertad, como lo estudia con detalle el psicoanalista Erich Fromm[9] en su libro del mismo nombre,[10]cuando los seres humanos nos damos cuenta de estar llamados a decidir nuestro destino, cuando se nos presenta un futuro de autonomía, demandante de altas responsabilidades, pleno de riquezas insospechadas en términos de vida digna, surge el fantasma del miedo que paraliza y surgen los mecanismos de defensa, las justificaciones y los argumentos para no seguir adelante, se crean así   modos de vida opresores.  
Buscamos sentidos de vida con afán, nos vamos detrás de muchas alternativas: el consumo, la “felicidad” con los indicadores de aceptación social, los paraísos artificiales, las ideologías, los modelos políticos, los fundamentalismos religiosos, el bienestar económico, absolutizamos cosas que no liberan, luchamos con denuedo para estar cerca del poder, le quitamos al mismo Jesús su fuerza trascendente y lo convertimos en un ídolo manipulable, hacemos de la fe en él una religión que adormece, le sustraemos su fuerza profética. Y, después de todo eso, quedamos vacíos, frustrados y seguimos repitiendo el mismo ciclo de búsquedas e insatisfacciones: “Pero yo les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen”.[11]
La búsqueda del verdadero pan requiere de otra actitud, que supera el inmediatismo utilitario con el que manejamos la relación con él, y nos lanza al despliegue bienaventurado de nuestra humanidad en la divinidad de Jesús. Sin alimento no es posible vivir, por eso hay que escucharle cuando nos habla de otro tipo de comida que es la que nos abre las puertas de la salvación, entendiendo esta última no sólo como la que acontece cuando pasamos el límite de la muerte, sino como la plenitud total de nuestra condición humana en Dios: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”.[12]
Los judíos aquellos, interlocutores de Jesús, muestran un cierto interés por enterarse, pero, como se demostrará más tarde, es puramente superficial, acostumbrados a moverse a golpe de preceptos rigurosos, de religiosidad normativa y vertical, obsesionada por el cumplimiento y la autojustificación, le preguntan a Jesús por las normas, incapaces de imaginar a Dios que es pura gratuidad: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” Jesús les respondió: La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que Él ha enviado. Y volvieron a preguntarle: ¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo”. [13]
En el insistente interrogatorio subyace un obsesivo afán por la religión que “da resultados” si se cumplen con rigor todo su tinglado de mandamientos, de minucias legales, de rituales sin contenido de conversión, de prácticas que esperan beneficios concretos de parte de Dios, sin disposición para la libertad.
Una postura así está en la raíz de buena parte de la religiosidad del mundo, en el ámbito católico es bastante patente. No es vana la continua llamada de atención del Papa y de muchos obispos a evangelizar la religiosidad popular, a dotarla de contenidos existenciales, donde es el mismo Jesús la base de los mismos, la novedad trascendente que él nos comunica, el pan de vida.[14]
Para afianzar tales seguridades nos hemos fabricado un Dios a nuestra medida, Jesús en este relato desarma esa mentalidad invitándolos a adherir a él, es una profesión de fe de la comunidad que originó este evangelio poniendo en boca de Jesús la identidad de su misión:  “Yo soy el pan de vida”.[15] La discusión judía tradicional entre la fe y las obras, luego asumida por la reforma protestante con Martín Lutero, queda  aquí superada de modo drástico: confiar en Jesús, seguir su camino, dejarse alimentar por él es la obra primera, y esta se llama fe, depositar la garantía de la propia vida en él.  
Este camino adquiere cuerpo en la nueva manera de ser que Jesús nos transmite desde el Padre: “De Él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo dejándose arrastrar por los deseos engañosos, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu, y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad”.[16]
Cuando leemos los textos bíblicos con la mentalidad sapiencial y existencial que les es propia, traduciéndolos a los contextos de la vida real, donde se fraguan las grandes decisiones y proyectos que nos dan sentido, no podemos hacer menos que dar el salto cualitativo, dejar que el Espíritu desmonte en nosotros tantos esquemas previos como los que hemos destacado en esta reflexión, siempre con el fin de retornar a la originalidad de Jesús. 
Tomándolo como alimento, dejando que nos nutra de gracia teologal, que esta nos capacite para hacer la ruptura con los miedos paralizantes, con las seguridades religiosas y normativas vistas como simples requisitos, con las justificaciones que nos limitan para no correr el riesgo de vivir en Dios, nos habilitamos para que acontezca lo dicho por Él:  “…mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”.[17]
 
[1] Juan 6: 35 
[2] DUCQUOC, Christian. Jesús, hombre libre: esbozo de una cristología. Sígueme. Salamanca, 2005. BLANK, Josef. Qué libertad nos ha dado Cristo? : dimensión teológica de la libertad. En https://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol30/119/119_blank.pdf TILBORG, Sjef van. Comentario al Evangelio de Juan. Verbo Divino. Estella, 2005.
[3] PIKAZA, Xabier. Artículo Dios (Filosofía) en FLORISTAN, Casiano y TAMAYO, Juan José. Conceptos fundamentales del cristianismo. Trotta. Madrid, 1993; páginas 283-301. SOBRINO, Jon. Artículo Dios (Teo-logía) en la misma obra, páginas 301-317. 
[4] Juan 6: 26
[5] VÉLEZ CARO, Olga Consuelo. Del Dios omnipotente a la humildad de Dios: una reflexión sobre la evolución en perspectiva kenótica. En https://www.scielo.org.co/pdf/frcn/v54n157/v54n157a02.pdf CASTILLO TORRES, Sandra Dolly. La manipulación y el engaño de la fe. En https://www.lalineadelmedio.com/manipulacion-enganodelafe/
[6] Juan 6: 27 
[7] Exodo 2: 2-3
[8] GARCÍA GÓMEZ-HERAS, José María. La religión en el mundo actual. Conferencia pronunciada por el autor en el Instituto de Humanidades de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, el 10 de febrero de 2014. MARION, Jean Luc. El  ídolo y la distancia. Sígueme. Salamanca, 1999. Papa FRANCISCO. Conocer nuestros ídolos. Homilía en la misa casa Santa Marta, 26 de marzo de 2020. RESTREPO, Carlos Enrique. En torno al ídolo y al ícono, derivas para una estética fenomenológica. En https://www.institucional.us.es/fedro/uploads/pdf/n10/restrepo.pdf
[9] 1900-1980. 
[10] FROMM, Erich. El miedo a la libertad. Paidós. Barcelona, 1987. COMBLIN, José. La libertad cristiana. Sal Terrae. Santander, 1990; Vocación a la libertad. San Pablo. Madrid, 1995. GUTIÉRREZ, Gustavo. El Dios de la vida. CEP. Lima, 1997. CAVAZOS-GONZÁLEZ, Gilberto. Más allá de la devoción: la vida espiritual, la justicia y la liberación cristianas. Verbo Divino. Estella, 2010.
[11] Juan 6: 36 
[12] Juan 6: 32-33. GONZÁLEZ FAUS, José Ignacio. Otro mundo es posible desde Jesús. Sal Terrae. Santander, 2010; El rostro humano de Dios: de la revolución de Jesús a la divinidad de Jesús. Sal Terrae. Santander, 2008.
[13] Juan 6: 28-31
[14] SCANNONE, Juan Carlos. Evangelización de la cultura moderna y religiosidad popular en América Latina. En https://www.repositorio.uc.cl/xmlui/bitstream/handle/11534/15181/000412132.pdf
[15] Juan 6: 34
[16] Efesios 4: 22-24
[17] Juan 6:32-33

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