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Agosto 14: Jesús y conflicto

Lucas 12:49-53, domingo, agosto 14 de 2022 Por: Luis Javier Palacio, SJ  Jesús confiesa que ha venido a traer fuego y desea que arda. Mateo utiliza “fuego” para simbolizar el bautismo que trae Jesús: en Espíritu Santo y fuego, Lucas lo usa con igual sentido; Marcos usa el fuego para asignarlo a perpetuidad a la Gehena. El fuego simboliza juicio. El profeta Miqueas describía la situación que clamaba un Mesías con palabras similares a las del evangelio de hoy: « Porque el hijo ultraja al padre, la hija se alza contra su madre, la nuera contra su suegra, y enemigos de cada cual son los de su casa.» (Mi 7:6) Aunque identifiquemos de forma natural a Jesús con la paz, tal parece que el evangelio de hoy nos dice que la paz no puede obtenerse a cualquier costo, especialmente al costo de comprometer la voluntad de Dios [1]. Sin embargo, aún en situaciones de violencia Jesús invita al perdón, la reconciliación y el amor a los enemigos. El evangelio de hoy le da un carácter enigmático a la misión de Jesús. Luego de que el evangelio nos ha dicho de la venida del amo, la venida del ladrón, la venida del hijo del hombre, ahora nos dice Jesús: «H e venido a echar fuego en la tierra». En consonancia con las venidas anteriores a salvar, ahora habría venido a saldar cuentas. En el evangelio de Marcos, cuando los dos hijos de Zebedeo piden a Jesús cargos a su derecha y a su izquierda, la respuesta es: « ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» (Mc 10:38) Para algunos comentaristas el evangelio de hoy es una constatación de lo que ya ha sucedido relatado como profecía o anuncio del futuro.
Ciertamente Jesús se habría dado cuenta de que su infatigable proclamación del reinado de Dios (sus palabras no hacían más que revelar e invitar a tal reinado) provocaba un antagonismo creciente por parte de muchos, dentro de la misma familia. El evangelio de Juan llega a decir: « Es que ni siquiera sus hermanos cre ían en él» (Jn 7:5). Jesús alude a tres aspectos relacionados con su misión: en primer lugar desea ver la tierra abrasada y hasta consumida, por ese fuego que su venida enciende en el mundo. Es un fuego de crisis, de juicio, de discriminación. En segundo lugar,  su ministerio es un bautismo (del cual el agua se volverá el símbolo) que nos sumerge en la pasión y muerte de Jesús. Es decir, que concierne también a Jesús. Podríamos decir que Jesús es el primer bautizado: sumergido en su pasión y muerte es resucitado; tiene que enfrentarse, él mismo, con la prueba y la crisis. El evangelio de Juan expresará mejor por qué espera Jesús (con angustia) ese momento pues será su momento de mayor gloria. En tercer lugar y finalmente, Jesús describe su ministerio como discordia o división, lo que parece una contradicción con la presentación que hace Lucas desde el comienzo de Jesús como quien trae la paz. Tal es el canto de los ángeles en el nacimiento y la alabanza de los discípulos cerca de Getsemaní: « Dec ían: Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas.» (Lc 19:38) Aunque para Lucas, la paz sea uno de los principales efectos del acontecimiento Cristo, según algunos comentaristas, conserva una formulación anterior[2] que interpreta la actividad del Maestro en términos contrarios que guerra y conflicto y no de paz. En Lucas, ya desde la infancia se presenta el efecto de división. En boca de Simeón se dice: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción» (Lc 2:34). Pero Jesús no llega como el reformador fogoso que esperaba Juan Bautista pues no va a invitar a la conversión para evitar el juicio sino para que llegue el reinado de Dios. Pero quienes sentían amenazados sus intereses se levantan en contra y una de las estructuras amenazadas era la familiar. Volviendo a citar las palabras de Simeón a María: «Una espada atravesará tu alma» (Lc 2:35).
Jesús caracteriza su misión como fuego. Algo que era conocido en el relato del castigo de Sodoma y Gomorra cuando Yahvéh habría hecho llover fuego y azufre. También Elías habría eliminado a los enemigos de Yahvéh con fuego del cielo. Jesús habría hablado del «fuego que no se apaga» cuando condena el escándalo; habla de separar la paja del trigo[3] pero al final. Los discípulos Santiago y Juan quieren fuego sobre la gente inhóspita de Samaría. Sin embargo, también textos del Antiguo Testamento hablan de que Yahvéh se manifiesta en el fuego (zarza ardiente) y como columna de fuego en la noche. Tal parece que Lucas quiere mantener ambos aspectos simbólicos y contradictorios del fuego. Por un lado, la venida de Jesús tiene un efecto liberador; por otro lado, pone al hombre ante la crisis, el juicio, la decisión. La decisión, trae consecuencias. La paz mesiánica no es idílica. Como en las obras de Beethoven se combinan la placidez y suavidad de sus movimientos lentos con la impetuosidad de sus movimientos rápidos. La paz anunciada por los profetas de Israel implica una etapa previa de desgracia y juicio (Amos, Isaías, Miqueas, Jeremías). Los profetas que adularon a la monarquía o el Templo a pesar de sus pecados, demostraron ser falsos profetas. Como dice san Ambrosio en su comentario de este texto, la armonía familiar carece de sentido cuando es fruto de la connivencia con el mal, el vicio, el pecado. En tal caso viene bien la llegada de Cristo quien trae la espada de dos filos que «p enetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón.» (Heb 4:12) Afirma que con la llegada del cristianismo muchos hijos creyentes desean ser mejores que sus padres no creyentes o gentiles y rompen con ellos. Precisamente la ruptura de las relaciones familiares y sociales de las que había hablado Miqueas, son tomadas por Lucas como señal de los tiempos finales. Es común que así suceda en la apocalíptica judía, donde se cumple que luego de la tempestad venga la calma. Buscar la paz a cualquier precio es lo que se llama irenismo (de eirene, paz en griego) cuando se busca renunciando a ciertos principios. Los rabinos enseñaban, por ejemplo, que Moisés sería prototipo de justicia misericordiosa (mispat) pero Aarón lo sería de paz, pues hace un becerro de oro (pecado de idolatría) para mantener paz entre las tribus antes de que Moisés baje con las “tablas de la ley”. Malaquías (último profeta del Antiguo Testamento) habla de la reconciliación entre padres e hijos como parte del tiempo final. « Él reconciliará a los padres con los hijos y a los hijos con los padres, y así no vendré a castigar la tierra con el anatema» (Mal 3:24). Llevar las relaciones familiares al plano religioso, quizás sea la muestra de lo difícil que ha sido lograr una adecuada calidad de vida humana y espiritual en la vida en común. Jesús presenta su misión como fuego (juicio) pero él mismo se somete a tal fuego (pasión y juicio ante las autoridades civiles y religiosas). El mensaje de Jesús exige una decisión existencial frente a él. No es un mensaje que pueda oírse y permanecer indiferente pues penetra el corazón y la existencia. Tal decisión puede llevar hoy, como llevó en la época de Jesús, a la división o la ruptura de los lazos humanos y el creyente es advertido al respecto como parte del compromiso que adquiere con el evangelio.
 
[1] Quizás la paz más prolongada que ha conocido Occidente es la PAX ROMANA pero fue una paz impuesta por las armas, por la fuerza, por el triunfo y el dominio del imperio romano. Jesús llega al mundo durante la “paz de Augusto emperador”. 
[2] Postulan la existencia de un documento Q (Quelle o fuente en alemán) anterior al evangelio de Marcos de donde Lucas habría tomado esta idea.
[3] También la parábola del trigo y la cizaña puede leerse como parábola de misericordia pues se prohíbe arrancar la cizaña por la incapacidad humana de establecer su diferencia con el trigo.

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